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César Wonenburger
Bocados de realidadCésar Wonenburger

Tongo en los Goya: Sánchez tenía que ganar

Lo inesperado sucede a veces, pero raramente como en los premios del cine español, mientras los chinos se lanzan a aprender el amor en la universidad, con el permiso de los perros, y en la Barcelona del polémico fútbol femenino triunfa La Traviata

Actualizada 04:30

Los equipos de El 47 y La Infiltrada tras recibir el Goya ex aequo a la Mejor película

Los equipos de El 47 y La Infiltrada tras recibir el Goya ex aequo a la Mejor películaEFE

La suerte suele ser caprichosa. A un albañil de Vigo, la primera vez que jugó, le tocó la lotería y se mudó durante una semana al prostíbulo más popular de la ciudad, donde se hacía llevar el marisco diariamente de un restaurante próximo. Puede ocurrir.

Pero lo del más reciente vodevil de los Goya suena raro, raro. Los notarios certifican los resultados que les dan. Aunque por el camino, hasta que llegan hasta ellos, puede pasar de todo. Sobre el «empate» hay teorías para todos los gustos. Una sostiene que, al imponerse con merecimiento La infiltrada (un filme que muestra a la juventud abertzale en su esencia: jóvenes de muy escasas luces que encontraron en el asesinato la emoción para su vidas que mejor podían haber descubierto en libros jamás explorados), prescindía de la opción favorita del César, El 47.

Los subrayados son innecesarios y evidencian la simpleza de su esencial maniqueísmo: cada dos por tres se reivindica que el héroe del pueblo, un Manuel Vital que tenía más vínculos con el PSUC y CC.OO. de lo que la película calla, se encuentra del lado justo de una historia fácilmente divida entre malvados y almas cándidas. Con el pegote final de la exaltación de Maragall y el socialismo catalán, salvadores de Barcelona frente a las garras nacionalistas (catalanes y españoles).

La otra causa de tan extraño fenómeno podría hallarse en la necesidad de que, en otro año pésimo para la taquilla, el cine español se hubiese lanzado desesperadamente a reivindicar estos dos filmes como los de mayor tirón comercial. Un tongo bien armado con sesgo político y publicitario.

Sin niños, los perros tiran de la economía

Para combatir el creciente descenso de la natalidad, los chinos han introducido una nueva asignatura en sus universidades: doctrina del amor. Quizá con tantos años de continencia obligatoria (la política del hijo único), la norma se haya quedado grabada a fuego en sus mentes y cuerpos, lastrando de paso los fundamentos del mecanismo.

Íñigo Errejón podría disfrutar de un renovado prestigio académico como docto catedrático en método y estadística de las pasiones

En España donde, de seguir la pista china, Íñigo Errejón podría disfrutar de un renovado prestigio académico como docto catedrático en método y estadística de las pasiones, en lugar de cultivar el amor entre humanos preferimos, ahora, volcarlo en los perros. Hasta el punto de que el nuevo objeto de nuestras devociones más sinceras se ha convertido ya en inesperada panacea industrial.

No hay negocio más floreciente ni propicio estos días que aquel que se fija en satisfacer la vanidad de los propietarios de estos deliciosos animales (y no se afirma en el sentido chino). Gucci, Dior, Tiffany’s y todas las grandes marcas (también españolas) hace tiempo que les dedican exclusivas colecciones anuales de abrigos, gorros, canesúes…, además de cunas, carritos… Este verano, seguro harán furor las gafas de sol.

Sin salir de Madrid, además de una pastelería exclusiva en Chueca, los canes pueden gozar de varios sofisticados Spas como sus propietarios no encuentran ya ni en Baden-Baden. Aunque todavía no ha llegado hasta aquí la última moda neoyorquina, donde los chuchos ya pueden ejercer como testigos en las bodas. Para las próximas municipales, se debería estudiar la posibilidad de que optaran a alguna concejalía. Su ingreso en la política seguramente elevaría el nivel.

Tocamientos femeninos, la duda ofende

No se ha visto bien. Ni siquiera los del VAR, unos tipos que, como bien sabe el Real Madrid, aprueban únicamente lo que coincide con sus intereses. Es imposible. ¡Cómo a una mujer, que además defiende los prestigiosos colores del Barça, durante el transcurso de un partido de fútbol, se le habría podido pasar por la cabeza, o más abajo, tocarle deliberadamente la vulva a una rival, colombiana y encima del Español!

Sobrarían argumentos para un aquelarre «woke». Pero la supuesta perpetradora es mujer y del Barça, dos indiscutibles categorías de superioridad moral

Imagínese para lo que podría dar una imagen. El vulgar sometimiento del charnego, en este caso «migrante». O la abominable dominación del Imperio, con su prolongada estela de abusos jaleados por el revisionismo histérico, que se mantiene incólume en la memoria para seguir sojuzgando al pobre indígena, aún hoy. Sobrarían argumentos para un aquelarre «woke». Pero la supuesta perpetradora es mujer y del Barça, dos indiscutibles categorías de superioridad moral.

Quien pueda pensar que lo que pasó, pasó (al contrario de aquella canción), no es que se confunda, la mera duda ya resultaría ofensiva. Si lo hace es solo porque en su desvergonzada cabeza anidan los más firmes vestigios del heteropatriarcado.

En tan ofuscada caverna mental, resulta hasta lógico que a veces se mezclen las horrendas imágenes de holocaustos recientes con estos detalles nimios, inventados.

Por ejemplo, aquellas del tosco Rubiales que parecía seguir la estela de los oficiales nazis que abusaban de sus reclusas (y algunas incluso se enamoraban de su captor, como cuenta Liliana Cavani en Portero de noche), u otras estampas de aquel machismo carpetovetónico que inundaba los estadios en tiempos de los simpáticos Valderrama y Míchel (un tipo estupendo), cuando el fútbol era mucho más natural: no todos los jugadores eran musculados modelos de pasarela. Nada que ver con lo ocurrido ahora, que no ha ocurrido nada.

¡Milagro en Barcelona!

Y en Barcelona se han llevado estos días una inmensa sorpresa. Resulta que, transcurrido un siglo y cuarto desde su desaparición, la gente aún continúa prefiriendo a Verdi frente a otros autores de óperas.

En el Liceo, cada vez que programan algún título que se sale de los cauces del repertorio, casi siempre suele ocurrir lo mismo: a última hora se intentan cubrir los huecos saldando las entradas que no se venden a precios inferiores a los iniciales.

Ahora han concluido allí unas denominadas «funciones históricas» de La Traviata, obra estrenada en 1853, con llenos diarios y ovaciones como no se producían desde los tiempos de la Caballé o Gruberova.

¿Y cuál ha sido «el milagro»? Un título favorito del público, una puesta en escena sin disparates y la presencia en el reparto principal de una auténtica estrella parecida a las de antes, la soprano Nadine Sierra, capaz de suscitar emociones verdaderas con su voz, personalidad y clase, al servicio del drama.

¿Pasaría la salvación de los teatros por programar solo las mismas obras de siempre? Se debe prestar atención a todas las épocas (también a la actual), pero la ruina de estas instituciones consiste en desplazar el eje central del repertorio (alimento primordial) hasta privilegiar, por encima de todo, lo menos común.

Títulos populares en mayor proporción, con producciones que no insulten a la inteligencia del espectador e intérpretes escogidos por su capacidad de extraer de cada personaje las mayores posibilidades con las que enganchar al público (la voz es y seguirá siendo el vehículo primordial de las emociones). No hay mucho más para equilibrar las cuentas.

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