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Dios y el problema de las decisiones del hombres

Dios y el problema de las decisiones del hombresImagen creada con IA

Filosofía para todos

El argumento para entender que Dios no tiene la culpa de tus errores

Descartes señaló una condición básica que nos permite dejar atrás las equivocaciones

Un asunto recurrente en la historia de la filosofía es el del problema del mal y las implicaciones que este tiene respecto a la existencia de Dios. La paradoja de Epicuro puso las bases de una cuestión que autores como santo Tomás de Aquino exponen en estos términos: «Si de dos contrarios suponemos que uno sea infinito, este anula totalmente su opuesto. El término 'Dios' significa un bien infinito. Si hubiese Dios, no habría mal alguno. Pero hallamos que en el mundo hay mal. Luego Dios no existe».

Por supuesto, el Aquinate utiliza este planteamiento para desmontarlo a continuación. Lo mismo han hecho muchos otros pensadores, como san Agustín, Leibniz, Alvin Plantinga o Hans Urs von Balthasar. Fue precisamente una obra de Leibniz la que sirvió para consolidar la teodicea como la «la defensa racional de la bondad y sabiduría de Dios».

El alemán es una de las grandes figuras del racionalismo y su filosofía bebe en buena medida de los postulados de René Descartes. En las Meditaciones metafísicas publicadas por el francés es donde podemos encontrar un primer acercamiento al problema del mal desde la perspectiva racionalista.

El origen del error

Es la cuarta de esas meditaciones la que Descartes dedica al origen de las equivocaciones humanas. Para llegar a este punto, el autor ya había conseguido reconocer de forma clara su existencia y la de Dios. Por el camino, el famoso «pienso, luego existo», y una interesante demostración de la existencia del Ser supremo a partir de la idea de infinito.

Se pregunta el filósofo por «lo verdadero y lo falso» y comienza admitiendo que, siendo Dios perfecto, «es imposible que me engañe nunca, puesto que en el engaño y en el fraude hay una especie de imperfección». Sin embargo, esa afirmación choca con una realidad en la que el hombre comete «infinidad de errores».

Aborda la cuestión desde el punto de vista del conocimiento y llega a la conclusión de que los errores humanos son provocados por la relación entre dos causas: el entendimiento y la voluntad. Por un lado, el hombre posee una capacidad de conocer que es limitada ya que «hay quizá en el mundo una infinidad de cosas de que mi entendimiento no tiene idea alguna».

Al mismo tiempo, reconoce Descartes que poseemos una voluntad, un «libre albedrío» usando términos más habituales en san Agustín, «bastante amplia y perfecta». Es más, llega a asegurar el filósofo que esta no tiene «límite alguno».

A partir de estas dos premisas concluye el filósofo racionalista que el origen de los errores humanos está en que «la voluntad, siendo mucho más amplia y extensa que el entendimiento, no se contiene dentro de los mismos límites, sino que se extiende también a las cosas que no comprende». Es decir, que el problema está en realizar juicios o tomar decisiones sin tener ninguna certeza sobre la cuestión tratada.

Así, la culpa de los errores del hombre no la tiene Dios sino el «mal uso del libre albedrío» por parte de este. Dicho de una forma menos filosófica: el problema surge cuando se habla o actúa sin tener ni idea. Para solucionarlo, Descartes se aferra a la prudencia como virtud y a la resolución de «no dar nunca mi juicio sobre cosas cuya verdad no conozca claramente».

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