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25 de abril de 2024

Albert Uderzo en 2014

Albert Uderzo en 2014GTRES

La gran belleza de Astérix, arruinada por la ideología

Desde la muerte del guionista Goscinny en 1977 los cuentos del pequeño héroe galo han ido perdiendo poco a poco el equilibrio que los hizo universales

Todos los cuentos de Astérix terminan en un gran banquete en la aldea gala con el bardo Asuranceturix habitual y graciosamente silenciado. Esto es lo que el presidente de Francia, Emmanuel Macron, destacó (no la censura de Asuranceturix) tras la muerte el año pasado del último de los creadores del cómic, Albert Uderzo: «El banquete galo de Uderzo es su imagen más deslumbrante: buena comida y una hermosa unión bajo las infinitas estrellas».
No se sabe si es precisamente el banquete la imagen que más deslumbra a los millones de lectores de Astérix a lo largo de sus 60 años de historia. La última entrega de la serie: Astérix tras las huellas del grifo, escrita por Jean-Yves Ferri y dibujada por Didier Conrad, abunda en esa idea de sencillez y fraternidad, pero deja atrás varias de las características inolvidables de sus historias: el humor, la cultura (los agudos juegos de palabras en latín), el costumbrismo, los brillantes y respetuosos estereotipos y la lucha contra los romanos.
¿Entienden los herederos de Uderzo y Goscinny la naturaleza de su alma? ¿Pretenden hacer el fatal esfuerzo de adaptarla a la actualidad? Quizá sea esa la razón por la que las aventuras ya no son tan divertidas. En el homenaje a Uderzo Macron dijo de los cuentos que reflejaban «el estilo de vida francés». No es la Francia de Uderzo y Goscinny la Francia cosmopolita y diversa de Macron. Los galos de Astérix son campesinos franceses con sus valores atávicos, hombres alegres y rudos, combativos, sencillos o ruidosos.
Una Francia más cercana, y campestre, a los personajes del pueblo de las novelas de Dumas, a los admiradores de Cyrano o incluso similares a los inocentes campesinos de algunos de los cuentos galantes de Maupassant. Ninguna de estas Francias es la que hoy recorre los Campos Elíseos. No se sabe cuál es el «estilo de vida francés» al que se refiere Macron, pero desde luego no es el estilo de vida de los galos de Astérix. Quizá Ferri y Conrad se hayan visto condicionados por adaptar esa premisa del presidente de la República que olvida lo esencial.

La bondad de Astérix

Y si se olvida lo esencial, ¿qué nos queda de Astérix? Pues puede que Astérix tras las huellas del grifo, aunque no es nueva la deriva del espíritu de los cuentos. La muerte del guionista Goscinny en 1977 privó a las historias del delicado equilibrio que Uderzo no consiguió mantener. Es como si los actuales guionistas intentasen corregirlas en una adaptación imposible porque jamás hubo nada malo en las andanzas del pequeño héroe galo, cuya bondad natural supera cualquier «incorrección» que, incluso hoy, se pueda señalar.
Corregir a Astérix es corregir su bondad, destruir su humor, borrar sus estereotipos desternillantes e inmortales e inofensivos o desvirtuar sus grandes valores universales tan acertadamente representados en los veinticuatro primeros cuentos de Uderzo y Goscinny.
La bondad de Astérix, junto a su inocencia y su astucia, son los siete octavos del volumen del iceberg bajo la superficie, como decía Hemingway, del que sólo se aprecia una octava parte fuera del agua. Esos siete octavos del alma del héroe galo, toda su profundidad y belleza, es lo que corre peligro o peor, es lo que ya se ha perdido, como si lo que hoy flotara sobre los estantes no fuese un iceberg (con forma de menhir) sino un pedazo de hielo sin peso derretido por la ideología.
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