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04 de mayo de 2024

Portada de «De la Ilustración a la época posmoderna» de Manuel Bustos Rodríguez

Portada de De la Ilustración a la época posmoderna de Manuel Bustos RodríguezMcGraw Hill

'De la Ilustración a la época posmoderna': origen y consecuencias de la crisis de identidad contemporánea

El historiador Manuel Bustos Rodríguez, catedrático emérito de la Universidad CEU San Pablo, nos ofrece un lúcido recorrido de las ideas del siglo XVIII que han generado en la conciencia europea una crisis de identidad

Cuando el mandarín de la tecnocracia bruselense Giscard d'Estaing se opuso abiertamente a recoger el cristianismo en el preámbulo de la mal nominada «Constitución europea» como una de las raíces espirituales que han nutrido nuestro continente, su postura no reflejaba una original boutade ideológica, al contrario, vino a mostrar dogmáticamente el fruto corrompido de aquellas corrientes filosóficas nacidas en el hontanar del Siglo de las Luces y a dar razón, a su vez, de aquella otra concepción para la que el siglo XVIII, impío e irreligioso, mostró finalmente el fanatismo de la tolerancia a través de la supresión —«Écrasez l’infâme!», Voltaire— de todo aquello que se le resistía —ideas, hombres y hasta el alma— llegando a levantar cadalsos como un atrezo más de cualquier plaza pública en la Francia revolucionaria.
El historiador Manuel Bustos Rodríguez, catedrático emérito de la Universidad CEU San Pablo, conocedor como pocos del pensamiento de la Ilustración, en su De la Ilustración a la época posmoderna: continuidad y ruptura, nos ofrece una lúcida lectura del concreto periodo histórico e hilvana con trazo fino el recorrido de las ideas filosóficas, políticas, científicas y económicas, que, germinadas en el dieciocho y tras sucesivas metabolizaciones han generado en la conciencia europea una «crisis de identidad». Practica así, un ejercicio de indagación histórica que no se ejecuta a modo del entomólogo, sino que procura con erudición y serenidad hacer ver al europeo de hoy cuál es su situación y de dónde proviene.
Portada de «De la Ilustración a la época posmoderna» de Manuel Bustos Rodríguez

mcgraw hill / 278 págs.

De la Ilustración a la época posmoderna: continuidad y ruptura

Manuel Bustos Rodríguez

El autor deja clara una primera lección al conceptualizar la Ilustración y es ésta: no existe entitativamente una Ilustración, sino ilustraciones. No es igual en la Inglaterra empirista y escéptica de Smith, Hume y Newton, que en la España más pragmática y tradicional de Campomanes y Jovellanos, en la Alemania eticista de Goethe y Kant, o en la Francia criticista y al mismo tiempo dogmática que comenzaba a desechar el ethos cristiano con los Diderot, Helvetius, D’alembert, el prerromántico Rousseau y la pléyade de philosophes de salón, modelo que «ha marcado la pauta» y ha proporcionado «la mayoría de los contenidos fundamentales».
El optimismo antropológico de los ilustrados, mezclado con las ideas de progreso y felicidad, les hizo creer que habían descubierto la «piedra filosofal, la clave que construiría un futuro radiante para el ser humano liberado al fin de los lastres» del pasado. ¿Pero liberados de qué? de los vínculos, mejor dicho, de los grilletes de la tradición legada por los antepasados en forma de instituciones, reglas morales y sobre todo del magisterio de la Iglesia católica. Una emancipación, una «salida de la minoría de edad» en palabras del prusiano Kant, mediante el estricto ejercicio de una razón autónoma, individual, plena y competente para todo, cuya naturaleza fría e hipernormativa le haría decir a otro alemán, Walter Schubart, que había construido la «dictadura de la razón».
Para el profesor Bustos la Ilustración es hija del pathos cristiano. No fue un siglo ateo o furiosamente irreligioso —Jean de Viguerie presentaría alguna objeción— salvedades hechas con el materialista Helvetius, Diderot y algún otro. También «es un siglo de santos y de renovación espiritual», saliendo a relucir nombres como Juan Bautista de la Salle o Alfonso María Ligorio. La música de Bach o Haydn vendría también en esa dirección, incluso los propósitos de la gran expedición científica de Balmis se enmarcan en una general bonhomía. La Iglesia en Francia gozaba de salud, el problema consistió en que los autores de éxito fueron los philosophes que más que verter una crítica teológica, hacían del clero el blanco de una sátira literaria burlona hasta el escarnio, que a la larga detraería sus corrosivas consecuencias sociales y religiosas, y de la que la autoridad civil tampoco escaparía.
Otra clave que expone de manera brillante nuestro autor es la del deísmo, en el fondo, una cara de la permanente querella entre naturalismo y sobrenaturalismo, avivada por el racionalismo moderno, presente en el modo ideológico de pensar. Dios propio del more geométrico, se convierte de Padre en Gran relojero, sumo arquitecto, que ha puesto en funcionamiento una máquina perfecta, un kosmos con leyes fijas y mecánicas cuya Revelación se da en el orden de la naturaleza. Un Dios que se puede conocer racionalmente por el hombre sin necesidad de intermediación alguna. Un Dios hecho idea, pensante y pensado, «una abstracción, exclusivamente apoyada en la razón». Dios queda así sin contacto con su creatura, como el pintor que terminado su lienzo se aleja y desentiende de su creación. Esta ruptura abisal con la tradición cristiana posee graves consecuencias ontológicas, Del Noce afirma que del inmanentismo trascendentalista, de suyo, se llega al ateísmo. El profesor Bustos ve con claridad: «el amor, la compasión, el perdón divino, la providencia y la acción de Dios a favor de sus criaturas a lo largo de la historia humana, personal y colectiva» quedan borrados.
Bustos va más allá, el rechazo de la mediación no sólo implica el rechazo a la Iglesia, sino la anulación del conjunto del plan salvífico querido por Dios que otorga a su Hijo por charitas como máximo de su intervención, hasta su encarnación en la historia, redimiendo al hombre del pecado original y abriéndole el Camino a la vida plena tras la muerte terrena. Una anulación que mudaba el telos europeo al que se empujaba a la felicidad plena en el más acá, «más sabios, más ricos, más felices» escribirá Condorcet.
Nuestro autor no deja atrás el nuevo contractualismo político de Locke, Montesquieu y Rousseau, teóricos del Estado liberal y sus decisivas formulaciones sobre la división de poderes y la soberanía, dirigidas ingenuamente a limitar el Poder y prevenir las tiranías. Teóricos que todavía apelaban al derecho y a la moral naturales, pero que en sus soluciones, al haberse iniciado la desfundamentación subjetivista del orden, difícilmente podrían detener —cuando no las alimentaron— las perdentes utopías políticas contemporáneas. Un prudente Tocqueville se nos propone como síntesis entre democracia y cristianismo.
El epílogo de la obra es rico y sugerente. La Ilustración no estaba destinada al fracaso, la nueva instrucción, los avances científicos en la navegación y la industria, los nuevos conocimientos naturales de todo tipo, el desarrollo de la ciencia económica, la positivización de ciertos derechos personales, etc., sin embargo, una «cadena de supresiones» de la cultura cristiana que llega hasta las revoluciones imaginarias de mayo del 68 supone una factura de coste inasumible. Se alza «la apoteosis del yo, del individuo sin límites», desinhibido, sin vínculos, «guiado antes por el instinto y el deseo que por la razón». Conjunto de ideas deformadas que cristalizan en la ideología de género —última revolución biopolítica— cuyos disolventes efectos sobre la familia contrarían aquel primigenio mandato divino, sed fecundos y multiplicaos (Gen., 1,28). ¿No advertía Arendt de que la natalidad es el presupuesto de lo político? Tomás de Aquino llega a decir que el hombre, en su naturaleza, antes que un animal político es un «animal conyugal». El profesor Bustos llama al desafío de restaurar la razón en su más trascendente sentido. Sin duda la lectura de su obra es una inmejorable manera de levantar el guante.
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