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08 de mayo de 2024

El hijo de Lampedusa en Coruña, en la exposición con diseños de Piero Tosí, responsable del vestuario de Il Gatopardo

El hijo de Lampedusa en Coruña, en la exposición con diseños de Piero Tosí, responsable del vestuario de Il Gatopardo

Gioacchino Lanza Tomassi, un príncipe entre «La Traviata» y «El Gatopardo»

El fallecido único hijo adoptivo de Lampedusa, aristócrata, musicólogo y fiel divulgador del legado del autor italiano, acudió a España en 2014 para dictar una conferencia con motivo del estreno de la ópera de Verdi

Una fotografía, aquella célebre del baile en el que Angelica, una radiante Claudia Cardinale, cautiva al Príncipe de Salina, el inconmensurable Burt Lancaster, en una de las escenas más reconocibles de El Gatopardo, fue la chispa de la que surgió la idea para una nueva puesta en escena de la ópera posiblemente más célebre de Verdi. Aquella Traviata representada en La Coruña, en los estertores del verano de 2014, serviría además para que el hombre en el que se basó el personaje de Tancredi, futuro marido de Angelica (al que Alain Delon dio vida en el filme de Visconti), dejara por un par de días su magnífico palazzo de Palermo para trasladarse a España.
Gioacchino Lanza Tomassi, el hijo adoptivo de Lampedusa, acaba de fallecer. Pero no sin antes haber visitado la ciudad de su buen amigo, el poeta César Antonio Molina; reflexionar acerca de una de sus grandes pasiones, la música, y de paso acudir allí mismo a la función inaugural del título verdiano, en aquella producción inspirada lejanamente en la única novela de su padre, escritor casi sin haberlo sido, pues el solitario libro se publicó después de su muerte tras haber recibido el rechazo de las dos principales editoriales italianas.
Muchos años más tarde, Lanza Tomassi, nacido en Roma, en 1934, se encargaría de hacer que se publicara Viaje por Europa, un texto delicioso que Acantilado editó en España, en el que se reúne la correspondencia de Lampedusa desde 1925 hasta 1930, una recolección de misivas repletas de un fino sentido del humor, enviadas desde varias ciudades a dos de los primos del autor.
'Viaje por Europa', de Giuseppe Tomasi di Lampedusa

'Viaje por Europa', de Giuseppe Tomasi di Lampedusa

El proyecto de aquella Traviata gatopardiana no era un simple capricho, que también, pero estaba conectado de alguna manera con el filme de Visconti. La imagen de la esplendorosa Angelica en aquel baile, con su vestido blanco, podía trasladarse perfectamente a la de la casa de Violetta, la cortesana protagonista de la ópera estrenada en Venecia, en 1853, algo más frugal que las amplias estancias del castillo de Donnafugata.

«Es necesario que todo cambie»

La novela, y su versión filmada, transcurren durante los tiempos del «Risorgimento», en los que tanto tuvo que ver el compositor Verdi, comprometido con la unificación de su gran país como reflejan sus primeras óperas. Pero sobre todo, está la célebre frase que el joven sobrino, consciente de la necesidad de no perder el tren de unos nuevos tiempos, le dice a su tío, el Príncipe de Salina: «Si queremos que todo permanezca como está, es necesario que todo cambie».
La alianza de una aristocracia caduca con la pujante burguesía albergó esa nueva sociedad, hipócrita, advenediza, vulgar, que es precisamente la misma que Verdi retrata, fustiga y denuncia en La Traviata, con tanto éxito que el público de su estreno, la buena gente veneciana, sintiendo el sopapo de su crudo realismo, la convirtió en un fracaso. A través del personaje de Violetta, la mujer del título que busca la redención de su vida descarriada, aportando su propio sacrificio personal para que el padre de familia no tenga que avergonzarse más ante la posibilidad de emparentar con una ramera como posible nuera y arriesgarse, a su vez, a frustrar el acomodado matrimonio al que aspira para su única hija, la ópera ya señala claramente los vicios de ese círculo que surgirá del enlace entre la nobleza y el dinero. Puro Gatopardo.
Aquella Traviata coruñesa a la que asistieron tanto el espigado Gioacchino Lanza Tomassi, con raíces españolas (era hijo de la aristócrata María Conchita Ramírez de Villa Urrutia y Camacho), como su encantadora esposa, Nicoletta Polo, ambos duques de Palma, tuvo más conexiones «gatopardianas». El vestido blanco de Angelica aún se conservaba en los talleres de Tirelli, en Roma, como parte del vestuario que Piero Tosi, uno de los más ilustres diseñadores italianos (trabajó con Maria Callas en La Scala y en la Medea de Passolini, y se encargó de los figurines de otros filmes de Visconti, como Muerte en Venecia y El inocente), había concebido para la maravillosa película.
Lampedusa con su único hijo

Lampedusa con su único hijo

Así que allí nos fuimos, hasta aquel elegante edificio romano, la antigua sede de la empresa Tirelli, en cuyo segundo piso había vivido Marcello Mastroianni con su única mujer, la madre de Chiara, y conseguimos no el original, pero al menos una réplica exacta del atuendo concebido para las estupendas hechuras de Claudia Cardinale. Además de la promesa, luego cumplida, de brindarnos la posibilidad de realizar una exposición sobre algunos de los delicados diseños de Piero Tosi para el cine y la ópera, un trabajo de finísima, sutil orfebrería que sirvió como contrapunto ideal para aquella Traviata, y que alcanzaron a ver unos cuantos miles de personas gracias a la intervención de la experta teatral Giorgio Guerra.
Desde luego, no resultaba del todo ocioso contar con la visita de aquel descendiente del único hijo de Giuseppe Tomassi de Lampedusa, teniendo en cuenta su interés por la música, a la que dedicó buena parte de su vida. Llegó a ser responsable artístico de la Ópera de Roma, del Teatro San Carlo de Nápoles, del Comunale de Bolonia y de la Sinfónica de la RAI. Impartió clases de Historia de la Música en la Universidad de Palermo y dirigió el Instituto Italiano de Cultura en Nueva York. Y aunque escribió monografías sobre Bellini y Donizetti, su interés principal lo reservaba fundamentalmente para los autores del siglo XX como Eric Satie, Mauricio Kagel, Salvatore Sciarrino o Karlheinz Stockhausen, a los que dedicó varios ensayos.
Durante su visita debía pronunciar una conferencia en torno a las relaciones entre la música de Verdi y la película de Visconti, que contiene precisamente para la escena del baile un vals atribuido al propio compositor, y que luego ha grabado, por ejemplo, Ricardo Muti. Lo hizo pero dándole la vuelta para desgranar algunas jugosas anécdotas sobre la vida musical de su país, que él conocía a fondo en todos sus aspectos, incluso los más sórdidos.
El director de escena de La Traviata, Mario Pontiggia, se ofreció como improvisado traductor, toda vez que Lanza hablaba un muy elemental español, y tuvo que ingeniárselas para no desvelar algunas de las pequeñas maldades que el hombre fue deslizando entre su discurso. Contó, por ejemplo, con nombre y apellido, que un conocido director de orquesta de su país, ya fallecido, hacía pasar a su amante por la secretaria durante sus viajes profesionales, exigiendo además el cobro de las dietas correspondientes.
Resultó una jornada sin duda amena, aunque de Verdi se hablase poco. Y desde luego, Lanza y su esposa parecieron haber disfrutado mucho con aquella Traviata dirigida por Ramón Tebar, en la que además él tuvo la suerte de poder reencontrarse, de manera inesperada, con dos viejos amigos suyos, compatriotas: el director del Rossini Opera Festival, Alberto Zedda, y el barítono Leo Nucci.
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