El juez Peinado va a la zarzuela
'El Potosí submarino' de Emilio Arrieta se representa estos días, tras siglo y medio de ausencia, en un novedoso montaje que refleja la España de los años del pelotazo
Saludos finales de El Potosí submarino, en la Zarzuela
En los teatros el mayor interés suele hallarse, en ocasiones como esta, cuando la obra no genera demasiado entusiasmo ni expectación, en el patio de butacas. Sobre todo, si, como ha ocurrido ahora en el estreno de El Potosí submarino, en la Zarzuela, te someten a un tostonazo de casi tres horas del Arrieta más juvenil.
El compositor, comprometido a esas alturas de su vida con la búsqueda del éxito fácil en salas populares, pretendía hacerse un nombre para luego recalar en el Teatro Real con alguna ópera al modo italiano y consagrarse como músico serio, que es lo que verdaderamente le interesaba. En alguna medida lo lograría, aunque hoy ya solo se le recuerde por su Marina, en cualquiera de sus versiones.
Así que aquí la atención de una parte de los espectadores se ocupó, durante los dos excesivos descansos y antes del inicio (en este teatro la gente se toma la hora de comienzo, a veces, como una mera indicación), en escrutar el rostro y las reacciones del juez Peinado, que asistió a la primera función.
¿A qué obedecían las sonrisas complacidas del magistrado mientras conversaba de pie con otro asistente? Los más maliciosos dirán que algo se barruntaba ya sobre la célebre sentencia del día siguiente, y de ahí quizá su indisimulada jovialidad (¡lawfare!, sería la conclusión de estas gentes ante tanta hilaridad togada en momentos dramáticos para el país).
Desde luego, Peinado no pudo escoger una obra mejor para hacerse ver en las primeras filas del teatro de la calle de Jovellanos, por delante de Carmen Lomana. El director de escena, Rafael Villalobos, se apropió del libreto original de Rafael García Santisteban para poner al día el asunto de El potosí submarino, y que así la gente pueda enterarse de algo.
El suyo es un recurso cada vez más manido: como hoy ya casi nadie sería capaz de seguir los enredos del turbulento Madrid de 1870, con las frecuentes alusiones a los protagonistas de la época, se trae la acción a nuestros días y listo.
Sumergido 150 años
Ni Arrieta ni Santiesteban tienen la culpa de que en estos tiempos las novedades de estreno solo suelan suscitar el mayor interés de familiares y adeptos más la camarilla de otros colegas del compositor; así que a reciclar. Resulta comprensible que este Potosí permaneciese sumergido 150 años.
Y ahí ya entra en juego Peinado. Villalobos aprovecha para situar esta obra, en la que un grupo de arribistas parecen obsesionados con la idea hacerse ricos cuanto antes y como sea, en los reconocibles años del pelotazo, cuando, como aseguraba aquel ministro Solchaga, quien no se hacía rico en España era un memo (no lo decía justamente así, pero esa era la intención), y posteriores: la caída de Damasco del 93.
Por las distintas escenografías de Emanuele Sinisi, bien traídas, y apropiadamente iluminadas por la pericia de Felipe Ramos, vemos desfilar a personajes rumbosos que enumeran sin descanso las mil y una trapisondas de la época y sus protagonistas: Conde, Boyer, lo de Filesa, Roldán y por ahí.
Demasiada información. Hay gags mejor conseguidos que otros, sobre todo gracias al desdoblamiento de María Rey Joly como Bárbara Rey (por supuesto, se aprovecha para atizarle al Emérito casi más que a nadie), pero lo que resulta al final es un cierto desorden por exceso de citas y personajes.
Seguro que el juez Peinado levantó la ceja al comprobar que los conocidos asuntos que hoy se trae entre manos, como consecuencia de su particular tarea, igual que un mal guion, están inspirados en hechos que ya protagonizaron los dirigentes del mismo partido que hoy gobierna, en una vida anterior.
Con un matiz, los personajes adyacentes (de ningún modo secundarios) poseían algo más de clase y distinción: la comparación entre Mario Conde y Koldo, Mariano Rubio y Cerdán permiten comprobar que seguimos igual, pero peor. La estética se ha rebajado.
La quimera de la libertad de expresión
Y aquí aparece el otro punto negro de esta singular adaptación: la sátira aflora mayormente como escapatoria frente a la realidad en tiempos en los que la libertad de expresión resulta casi una quimera.
Por eso cuando Arrieta creaba, la gente corría a los teatros para escuchar en voz alta aquello de lo que no se ocupaba el discurso oficial, ni encontraba eco en otro lugar que no fuesen las tablas de espectáculos de discreta ambición artística, pero indudable gancho popular.
Hoy, a pesar de los intentos burdos y reiterados por ofrecer desde el poder un relato alternativo de los hechos conocidos por casi todos, la gente tiene acceso a la información real, no contaminada por otras vías quizá más directas: de ahí el retroceso en todos los órdenes de la ironía, por ejemplo.
Lo mejor de la representación de este divertimento con una música escasamente inspirada (no hay casi un número solista que llevarse a casa, salvo alguna intervención del coro: la propia Canción del cable, lo más conocido, resulta de lo más insulsa), en la que Arrieta regala algunas dosis reconocibles de su posterior Marina en momentos puntuales del acto segundo, parece la ajustada elección del reparto: todos excelentes actores y cantantes más que competentes.
Logra destacar el barítono Manuel Esteve como su frenético Misispí, aunque no disponga de ninguna ocasión especial para hacer lucir su oportuno instrumento. Y también destaca Carolina Moncada, espléndida en su caracterización de Celia. Alejandro del Cerro resulta un lujo para Cardona, mientras María Rey Joly ofrece una Perlina que llena la escena en sus intervenciones, sobre todo por lo ajustado de su caracterización, todo un alarde de personalidad escénica.
Al frente de la entregada Orquesta de la Comunidad, y del Coro del propio Teatro, que realiza un magnífico trabajo y sube el nivel en cada intervención, estuvo Iván López Reynoso, un director cada vez más presente en las programaciones españolas: a falta de un encargo de mayor enjundia, pudo acreditar su habilidad concertadora (aunque algún solista se le escapara en momentos puntuales).
No hubo grandes ovaciones a escena abierta, pero todos los participantes recibieron cálidos aplausos al final. Y el juez Peinado seguro que pensó que, si antes de otro medio siglo el Potosí vuelve a reponerse, entonces seguro que saldrá también él y, desde luego, alguno de sus célebres encausados.