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Análisis económicoJosé Ramón Riera

Las empresas españolas sobreviven del oxígeno del crédito, no de su competitividad

El problema no es el esfuerzo de empresarios o trabajadores, sino un modelo político que exprime al sector productivo mientras derrocha en gasto político y clientelar

El Banco de España acaba de publicar los indicadores de deuda y liquidez de las empresas residentes en España, es decir, de todo el tejido empresarial que opera en nuestro país, tanto con propietarios nacionales como multinacionales extranjeras. Los datos confirman lo que ya veníamos advirtiendo: la economía empresarial española está atrapada en un preocupante punto muerto.

Para entenderlo conviene recordar dos artículos previos. En el primero, analizaba cómo el Resultado Bruto de Explotación se había estancado a cierre de junio respecto al primer semestre de 2024. Una de las principales razones era el incremento de los costes salariales, que crecieron un 6,4 %, debido no solo a los sueldos sino sobre todo al aumento de las cotizaciones sociales, que ya rozan el 7,2 %.

En el segundo señalaba que, según los datos de la Agencia Tributaria, el índice de ventas de las grandes empresas en el segundo trimestre de 2024 se había quedado en encefalograma plano. Ni crecimiento ni impulso: solo un estancamiento que refleja con crudeza la parálisis de la actividad.

Con estas dos bases, y a partir de los propios datos oficiales, queda claro que nuestro sistema empresarial está en stand by. Y el Banco de España lo confirma con las cifras que ha publicado.

Menos liquidez

Los indicadores de liquidez muestran un retroceso. En diciembre de 2024 las empresas españolas acumulaban 293.931 millones de euros en efectivo y depósitos. En julio de 2025 la cifra cae a 281.232 millones, una reducción de 12.698 millones, es decir, un 4,3 % menos.

Al mismo tiempo aumenta la inversión en fondos: de 89.291 millones a 104.740 millones, un alza del 17,3 %. Es un movimiento defensivo. Ante la baja rentabilidad de los depósitos, las empresas prefieren aparcar recursos en instrumentos financieros en lugar de destinarlos a inversión productiva.

En el apartado de «otros saldos», la caída es aún mayor: de 85.280 millones a 78.895 millones, un descenso del 7,5 %.

El resultado global: la liquidez total de las empresas se reduce en 3.635 millones de euros en siete meses, un retroceso del 0,8 %. Menos músculo financiero para invertir, innovar o expandirse. Y, lo más revelador: pocas ganas de hacerlo.

Endeudamiento en aumento

Si miramos la financiación, las cifras tampoco invitan al optimismo. En diciembre de 2024, los préstamos bancarios a empresas ascendían a 459.158 millones de euros. En julio de 2025 ya eran 469.963 millones, un incremento de 10.805 millones, un 2,4 % más.

A simple vista podría parecer positivo: más crédito disponible. Pero la contrapartida es inquietante. La deuda con el exterior baja un 1 % (de 335.211 a 331.791 millones), y la deuda empresarial total apenas sube un 0,7 %, hasta 948.490 millones.

En otras palabras: el endeudamiento crece, pero no se traduce en mayor liquidez ni en más capacidad productiva. El dinero circula, pero no impulsa la economía.

Economía zombi

El tejido empresarial español está atrapado en un círculo vicioso: menos liquidez para invertir, más deuda para sobrevivir, ventas estancadas y costes laborales crecientes. Lo preocupante no son solo las cifras, sino la tendencia. España corre el riesgo de consolidar un modelo de «empresas zombi»: compañías que se mantienen vivas gracias al crédito bancario y a la refinanciación, pero sin capacidad real de crecer, innovar o generar empleo de calidad.

La paradoja es evidente: mientras se presume de récords de empleo y crecimiento del PIB, la realidad empresarial es otra. Menos márgenes, menos liquidez, más deuda y asfixia fiscal y burocrática.

España está fabricando empresas zombis que no viven de sus beneficios ni de su competitividad, sino del oxígeno artificial del crédito

La verdad incómoda es que España está fabricando empresas zombis que no viven de sus beneficios ni de su competitividad, sino del oxígeno artificial del crédito. Y eso no es desarrollo económico, es pan para hoy y ruina para mañana.

El problema no es el esfuerzo de empresarios o trabajadores, sino un modelo político que exprime al sector productivo mientras derrocha en gasto político y clientelar. Así no solo se hunde la competitividad: también la credibilidad del sistema.

Si no se corrige el rumbo con valentía –menos impuestos, menos cotizaciones, menos burocracia y más incentivos a la inversión productiva– el final será inevitable. España será incapaz de generar riqueza por sí misma y seguirá condenada a vivir de la deuda y de las subvenciones.

La cuestión ya no es si el tejido empresarial resistirá, sino cuánto tardará en romperse la paciencia de quienes crean empleo y riqueza. Porque cuando la política convierte a las empresas en zombis, lo siguiente que muere es la confianza en la democracia.

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