Coche VTC en el acceso a la estación de autobuses de Plaza de Armas de Sevilla, en una imagen de archivo
El precio dinámico de las VTC (como en los aviones) pone al consumidor en manos del algoritmo
Una misma calle de Madrid o Barcelona, por ejemplo, puede ser accesible para una clase social u otra en cuestión de minutos. Porque pedir un VTC puede significar pagar tres veces más de lo habitual en función del horario y la afluencia. La «alta demanda» –que afecta al 50 % de los viajes de Bolt, 66 % en Cabify y 20 % en Uber– puede llegar a multiplicar hasta 2,5 veces el precio base del trayecto en algunas rutas, tal y como apuntan estudios del sector. Si además el clima es adverso y las aceras están mojadas puede haber diferencias de hasta un 600 %. Esa volatilidad no solo altera el coste del traslado, sino que deja al ciudadano con la sensación de que su bolsillo está sujeto al capricho de un algoritmo potencialmente opaco.
Las compañías dicen que se trata de un «precio dinámico», mientras el sector del taxi les denuncia por ser un negocio abusivo. Este mismo no da margen a la improvisación ni espacio para las sorpresas, sino que trabaja con una tarifa fija, regulada tanto por la propia industria como por las autoridades locales, blindando a los usuarios de la volatilidad del mercado. En esta disyuntiva entre certeza y arbitrariedad, surge una pregunta central: ¿podemos todavía definir un 'precio justo' en la movilidad urbana cuando el valor depende de circuitos digitales invisibles para el consumidor?
«Alcanzar un punto de equilibrio sostenible supone trabajar sobre dos pilares: transparencia (con reglas claras que permitan al comprador tomar decisiones informadas) y ética (que el vendedor fije precios acordes al bien o servicio que ofrece y no a circunstancias que en un momento dado puedan situarle en una posición ventajosa)», explica Elena Peyró, CEO y cofundadora de la app de taxis para empresas Joinup.
Más allá de las denuncias por competencia desleal y de la compleja convivencia entre taxis y VTC, la experiencia de estos años ha desmentido la premisa relativa a que la irrupción de las plataformas reducía el coste del transporte urbano. Lo que un día se presentó como sinónimo de libertad y ahorro se ha transformado en un tablero inestable, donde cada viaje es una incógnita y el precio una apuesta al azar. La cuestión, en definitiva, es si el ciudadano puede confiar en un mercado digital donde la transparencia aún está por construir.
Carteras rehenes de la demanda
La propia OCU revela que muchos consumidores expresan desconfianza hacia los precios dinámicos, principalmente porque no se informa con claridad si un servicio está sujeto a estos ni qué factores influyen en su cálculo. Peyró señala que «el usuario medio entiende que el precio se incrementa cuando hay más demanda, pero desconoce qué, cuánto o cómo lo determina».
El dilema no se limita al transporte: abre un debate más amplio sobre cómo regular algoritmos que transforman sectores tradicionales y redefinen el acceso a bienes esenciales. Y es que la tecnología, más que facilitar nuestra vida, estaría introduciendo silenciosas desigualdades en industrias altamente estratégicas. En movilidad puede resultar incómodo, pero en otros terrenos amenaza con convertirse en un problema social de primer orden y dibujar una brecha de precios invisible. «La transparencia no solo protege al consumidor, también mejora la confianza en el mercado».
La alimentación, por ejemplo, podría acabar sujeta a la misma lógica. Si el dinamismo se aplicara a los precios de los supermercados, el gesto cotidiano de llenar la cesta se transformaría en un ejercicio de cálculo. Los 90 céntimos que costaría una barra de pan a primera hora podrían triplicarse a la hora de comer. Lo mismo ocurriría con la fruta o la carne: productos básicos que dejarían de tener un valor estable para convertirse en bienes sujetos a la volatilidad horaria.
«Cualquier táctica para maximizar ingresos que implique modificar precios sin transparencia y en situaciones en las que el oferente está en una mejor posición que el demandante son, bajo mi punto de vista, tácticas de corto recorrido», sentencia la cofundadora.