España pierde 270 millones de jornadas laborales por el aumento del absentismo
Las bajas se alargan un 2,7 % y ya hay más de 1,2 millones de trabajadores equivalentes fuera del sistema solo en ocho meses
El absentismo laboral es, sin duda, una lacra que reduce la productividad de empresas y administraciones públicas, aumenta los costes laborales, obliga a otros trabajadores a realizar horas extra y sin duda provoca desajustes de equipos en las empresas. Además, disminuye la competitividad en un país como el nuestro –que no somos precisamente el faro que ilumina a la Unión Europea–, impacta directamente en el PIB y obliga a financiarse con mayor gasto público en prestaciones que pagan las empresas y la Seguridad Social.
Pero muchas veces también es un síntoma que revela fallos estructurales en las empresas, como pueden ser la falta de incentivación, la mala gestión del clima laboral o incluso puestos de trabajo mal diseñados. Lo que está claro es que, si el absentismo laboral, y sobre todo el autorizado por la sanidad pública, crece, es que algo muy serio está pasando en nuestro sistema empresarial y sanitario.
No puede ser que en 2023, en todo el año, tuviésemos una incidencia en número de procesos iniciados de 8.981.206 con una duración media de 39,52 días, que supuso una pérdida de 354,9 millones de jornadas, pero que en 2024 el número de procesos iniciados se fuese hasta los 9.262.614 –es decir, que los procesos de incapacidad temporal (ILT) crecieron un 3,1 %– y que el tiempo de duración media se disparase hasta los 43,31 días, lo que supuso una subida del 9,6 %, que nos llevó a perder 401,1 millones de jornadas; «nada más» que 46,2 millones más, con un crecimiento del absentismo del 13 %.
La ILT en España no solo no mejora, sino que en 2025 muestra un deterioro claro y preocupante. Si analizamos los datos de enero a agosto comparando 2024 con 2025, la fotografía es muy clara: el absentismo laboral por bajas médicas está subiendo en todas sus dimensiones relevantes.
Para empezar, la duración media de cada baja se ha incrementado un 2,7 %, pasando de 42,3 días en 2024 a 43,43 días en 2025. Puede parecer un cambio menor, pero multiplicado por más de seis millones de procesos supone un impacto gigantesco en horas no trabajadas, productividad perdida y costes adicionales para empresas y para el sistema público. Lo más llamativo es que esta mayor duración no es un fenómeno puntual: se repite en seis de los ocho meses analizados, con incrementos especialmente fuertes en mayo, junio y julio. Es decir, las bajas son más largas y la tendencia no es estacional, sino estructural.
En paralelo, el número de procesos también aumenta, pero menos. Los casos iniciados crecen un 1,7 %, 108.000 bajas más en total. Esto es importante, porque no estamos ante un país donde de pronto enferma mucha más gente, sino ante un país donde se tarda más en volver al trabajo. El aumento leve de procesos combinado con un aumento mucho mayor de las jornadas perdidas es la señal definitiva de que algo en el sistema está fallando.
El dato más grave es el siguiente: las jornadas laborales perdidas suben un 4,1 %, más del doble que los propios procesos. Pasamos de 259 millones de días perdidos en 2024 a casi 270 millones en 2025 solo en los ocho primeros meses del año. Esto indica un empeoramiento de fondo: un absentismo que se intensifica y que drena la capacidad productiva del país. Cada baja se está convirtiendo en una baja más grave y paralizante para el sistema económico.
La conclusión es demoledora: España pierde ya más de 269 millones de jornadas laborales en solo ocho meses. Si pensamos que de media hay unos 220 días laborables al año y dividimos los 269 millones de jornadas entre 220 días hábiles anuales, estamos en el equivalente a tener 1.225.162 trabajadores ausentes todo un año. Esto a cierre del mes de agosto. Esto no es sostenible para ninguna economía avanzada.
Estamos, por tanto, ante un problema real, profundo y creciente. Un absentismo que se intensifica, unas bajas que se alargan, un sistema de control que se relaja y un coste económico que aumenta sin que nadie asuma la responsabilidad de corregirlo. Todo ello, mientras las empresas reclaman mano de obra, la productividad se estanca y la competitividad se deteriora.
La ILT no es una estadística más; por desgracia, es un espejo que refleja un modelo que se está desajustando. Pero lo peor de todo es que no hay nadie ni ocupado ni preocupado por afrontar el problema y tratar de solucionarlo. Y si esto sigue creciendo, el agujero económico que nos va a dejar será otro más que añadir al del paro, las pensiones, los jóvenes, la vivienda, las infraestructuras, la corrupción y la política.