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29 de abril de 2024

Abecedario filosóficoGregorio Luri

Camus

Decir que la historia le ha dado la razón a Camus supone aceptar que la historia es el juez que da y quita razones y, por lo tanto, que Sartre tiene razón.

Actualizada 13:32

Datos mínimos
Camus escribía de pie, tenía un gato llamado Cigarrillo, nunca cerraba su coche y probó el yoga al caer en una depresión tras ganar el Premio Nobel. La única vez que estuvo en Nueva York visitó el Zoológico de Central Park veinte veces, porque –supongo yo– quizás la vida no tenga sentido, pero esos adorables pingüinos hacen el sinsentido muy llevadero. Nació en una familia muy pobre. Se casó con una adicta a la morfina. Tenía un sentido de la fidelidad muy laxo. Dijo que la forma más insignificante de morir es en un accidente automovilístico. Murió en un accidente automovilístico. Su lengua familiar no era exactamente el francés, sino el «pataouète», el dialecto que se hablaba en Argelia. Ganó el Nobel de literatura. Fue procesado y expulsado por el PCF al ser considerado trotskista.
Caridad
Tras la liberación de Francia, Camus se mostró firme partidario de las purgas. Consideraba que para que Francia pudiera renacer había que llevar adelante una auténtica purga. Mauriac, por el contrario, defendía la reconciliación nacional en nombre de la caridad. En un artículo de enero de 1945 Camus escribió: «Como hombre, puedo admirar al señor Mauriac por saber estimar a los traidores, pero como ciudadano deploro su actitud, ya que este amor nos conducirá inevitablemente a convertirnos en una nación de traidores y mediocres, en una sociedad que no deseamos». Sin embargo en agosto de este mismo año reconocía que las purgas estaban completamente desacreditadas y, finalmente, en 1948 admitió que Mauriac había tenido razón desde el principio.
Beauvoir y los demás
Simone de Beauvoir le reprochó que en La peste (1947) presentara la epidemia como una especie de virus «natural», sin que asignara ninguna responsabilidad a la clase burguesa, es decir, sin situarla histórica y políticamente. Sartre le hizo una crítica parecida. Incluso Roland Barthes encontró que esa parábola de Camus sobre los años de Vichy era incapaz de identificar la culpa. Los que habían sido sus amigos no le perdonaron que situara la moralidad por encima de la historia. Él, sin embargo, pensaba que ellos habían dejado de creer en Dios, para creer en la historia.
Deuda
A mediados de 1954, Camus había perdido la voz. Se sentía cohibido en el límite de la esterilidad. Durante el invierno, Francine, su mujer, se había intentado suicidar en dos ocasiones y apenas se levantaba de la cama. Lloraba, dormía y hablaba de María Casares, «la otra». En este contexto Camus escribe La caída, publicada en 1956.
El protagonista, Jean Baptiste Clamence, nos confiesa un increíble acto pusilanimidad. Una noche de noviembre estaba cruzando un puente del Sena envuelto en una llovizna ligera. Adelantó a una mujer vestida de negro, que estaba inclinada sobre el pretil. Aparentemente contemplaba el río. A los pocos pasos, oye el ruido de un cuerpo al caer en el agua. «Casi inmediatamente escuché un grito, repetido varias veces, que iba río abajo; luego cesó de repente.» Tras permanecer inmóvil un rato, continuó andando. No le contó a nadie lo ocurrido, pero después de esto su vida se desmorona.
Cuando Francine, leyó este pasaje, le dijo a su marido: «Me debes esto».
Equivocarse
Camus: «Más vale equivocarse sin matar a nadie que tener razón ante un montón de cadáveres».
Gente corriente
Camus comprendió lo que Orwell había descubierto en las trincheras de la guerra civil española: que hay que tomarse en serio a la gente corriente, porque «lo que aprendemos en medio de las plagas es que hay más cosas que admirar en los hombres que cosas que despreciar» (La peste).
Hombre rebelde
Camus ante las tiranías de nuestro tiempo: «Nuestros criminales ya no son niños indefensos que pueden pretextar el amor como excusa. Al contrario, son adultos y tienen una coartada perfecta: la filosofía, que puede usarse para cualquier propósito –incluso para transformar a los asesinos en jueces–».
Idealista
Beauvoir en 1963: «Camus era un idealista, un moralista y un anticomunista; forzado en un determinado momento a ceder ante la historia, había intentado separarse de ella tan pronto como le fue posible; sensible ante el sufrimiento de los hombres, se lo había imputado a la naturaleza; Sartre había trabajado desde 1940 para repudiar el idealismo, para arrancarse su propio individualismo original, para vivir en la Historia. Camus luchaba por principios elevados, y acabo siendo engañado por la palabrería».
Kantismo sin esperanza
Camus: «Sólo hay una cosa que queda por probar: el camino sencillo y modesto de la honestidad sin ilusión, de una sabia lealtad, de tenacidad, que solamente refuerce la dignidad humana».
¿Qué hacer?
Cuando Camus rompió con Sartre dejó de creer que tenía algo que decir acerca de todo y que todo lo que tenía que decir se resumía en el listado de cosas que gustaba decir.
Respuesta de Sartre: «Tal vez la República de las Almas Hermosas debería haberte nombrado su Fiscal General».
Razones
Hoy se oye decir con frecuencia que la historia le ha dado la razón a Camus. Es una afirmación extraña, porque si algo intentó Camus denodadamente fue buscar algún fundamento no histórico que le permitiese enjuiciar la historia; mientras que Sartre sometió de manera muy consciente la moralidad a la historia. Así que decir que la historia le ha dado la razón a Camus supone aceptar que la historia es el juez que da y quita razones y, por lo tanto, que Sartre tiene razón.
Sostener el mundo
Camus: «Indudablemente cada generación se cree destinada a rehacer el mundo. La mía sabe, sin embargo, que no podrá lograrlo. Pero su tarea es quizás mayor: evitar que el mundo se deshaga».
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