¿Es hora de frenar la imposición de la cultura 'woke' en la Universidad?
La presencia de la cultura 'woke' en las universidades europeas ha generado un intenso y necesario debate en los últimos años
La prensa americana recoge con detalle la creciente y necesaria tensión entre la Administración Trump y las universidades estadounidenses, revelando cómo las acciones del Gobierno podrían, finalmente, transformar la educación superior en el país y rescatarla de décadas de adoctrinamiento. La Administración Trump está presionando a las universidades para que retornen a una visión centrada en la enseñanza de la «tradición estadounidense y la civilización occidental», la preparación de los estudiantes para la fuerza laboral y el establecimiento de límites a las protestas ideológicas que han secuestrado los espacios académicos.
Esta presión ha llevado a universidades a despedir trabajadores, congelar contrataciones, cerrar laboratorios y sufrir investigaciones federales. La Administración ha cancelado subvenciones y contratos que financiaban agendas ideológicas disfrazadas de investigación, lo que genera un comprensible temor entre la élite universitaria progresista sobre cómo el Gobierno podría usar su legítimo poder financiero para reorientar los planes de estudio, el personal y las admisiones hacia fines verdaderamente académicos.
Aunque muchos académicos —la mayoría atrincherados en posiciones ideológicas radicales— se lamentan de que si Trump logra sus objetivos, muchas universidades estadounidenses podrían verse afectadas, lo cierto es que está capitalizando las críticas que gran parte de la sociedad ya había formulado hacia estas instituciones: los injustificables costos de matrícula y la creciente evidencia de que se han convertido en auténticos santuarios de la intolerancia woke y la persecución del pensamiento disidente.
Mientras, en Europa, la controversia también está servida. Hace menos de un mes, la prestigiosa editorial francesa Presses Universitaires de France (PUF) detuvo cobardemente la publicación de un libro que critica la «ideología woke» en la educación superior occidental debido a un clima político cada vez más opresivo para las voces críticas. El libro, titulado Face à l'obscurantisme woke, argumenta con sólida base intelectual que el wokismo suprime sistemáticamente la disidencia y fractura la cohesión nacional. Las críticas y amenazas se intensificaron después de que el historiador Patrick Boucheron se centrara en el libro, lo que llevó a PUF a rendirse y suspender la publicación para salvaguardar su reputación, demostrando precisamente el poder intimidatorio que ejerce la cultura woke sobre las instituciones académicas.
La cultura woke se infiltra en las universidades europeas a un ritmo alarmante; su definición cambia constantemente para eludir críticas, mientras su evaluación depende del contexto cultural e histórico de cada país. No hay duda, sin embargo, de que representa una amenaza para los valores fundamentales de la academia: la libertad intelectual, el debate abierto y la búsqueda de la verdad sin prejuicios ideológicos.
La presencia de la cultura woke en las universidades europeas ha generado un intenso y necesario debate en los últimos años. Este concepto, que se originó en el ámbito anglosajón como un supuesto llamado a la conciencia social, ha mutado hasta convertirse en un instrumento de control ideológico que abarca cuestiones de diversidad, equidad e inclusión (DEI), así como temas relacionados con el medio ambiente y la descolonización. Su aplicación en el contexto universitario europeo no solo plantea interrogantes, sino que enciende todas las alarmas sobre su verdadero alcance e impacto en la libertad académica.
En su versión más benévola, el wokeism se presenta como un movimiento social y político que dice buscar abordar injusticias sistémicas. Sin embargo, en el contexto universitario, en muchos casos se ha convertido en un mecanismo de imposición ideológica a través de cambios radicales en los currículos, políticas de inclusión que a menudo excluyen el mérito, dinámicas estudiantiles que penalizan el pensamiento crítico y prácticas administrativas que priorizan la identidad sobre la excelencia.
En Europa, la cultura woke adquiere características particularmente perniciosas debido a su historia y tradiciones. A diferencia de Estados Unidos, donde cuestiones raciales y críticas al sistema policial son centrales, en Europa los debates suelen centrarse más en el legado del colonialismo, las desigualdades generacionales y la memoria del comunismo. No es casualidad que, en países del antiguo bloque soviético, el wokeism sea percibido claramente como una nueva forma de ideología totalitaria que amenaza las libertades duramente conquistadas.
Para cualquiera que se atreva a cuestionar la narrativa dominante, resulta evidente que esta ideología ha derivado en una intolerancia sistemática hacia opiniones divergentes, una polarización ideológica sin precedentes y una peligrosa limitación de la libertad académica al imponer visiones monolíticas sobre temas complejos que requerirían debate abierto.
Los ejemplos de esta cultura censora en el ámbito académico son cada vez más frecuentes y preocupantes. Desde la vergonzosa renuncia forzada de profesores como Kathleen Stock en el Reino Unido por expresar opiniones científicas contrarias a la narrativa dominante sobre el género, hasta políticas inclusivas que eliminan criterios tradicionales de evaluación académica en aras de una «equidad» malentendida. La evidencia demuestra que el wokeism está afectando negativamente la calidad educativa, las relaciones interpersonales dentro de las universidades y el propio avance científico.
Si bien el concepto de woke tiene sus raíces en Estados Unidos, su adopción en Europa presenta matices distintos, pero igualmente preocupantes. En países europeos, los debates suelen centrarse más en temas como el colonialismo, el feminismo radical y la reescritura de la memoria histórica. Los movimientos para retirar estatuas o cambiar nombres de calles vinculados al pasado colonial no son más que la punta del iceberg de un intento más amplio de deconstruir las bases culturales e históricas de las naciones europeas. Estas iniciativas, lejos de fomentar la reconciliación, constituyen gestos simbólicos vacíos que no abordan problemas estructurales reales y solo sirven para alimentar divisiones sociales artificiales.
La cultura woke plantea desafíos fundamentales para las universidades europeas. Mientras afirma promover valores como la inclusión y la justicia social, en la práctica limita severamente la diversidad de pensamiento y fomenta un clima de intolerancia hacia las opiniones divergentes. La búsqueda de un equilibrio entre los valores instrumentales y los valores intrínsecos del sistema educativo se ha visto comprometida por una agenda ideológica que prioriza el conformismo intelectual sobre la excelencia académica.
Es innegable que los elementos más radicales de la cultura woke están presentes en las universidades europeas y ejercen un impacto cada vez más asfixiante sobre la libertad académica. Más allá del debate sobre su definición precisa, lo esencial es reconocer la amenaza que representa y defender con determinación que las universidades sigan siendo lo que siempre debieron ser: espacios para el pensamiento crítico, el diálogo abierto y la búsqueda honesta de la verdad, libres de toda forma de adoctrinamiento ideológico.
Jorge Sainz González es catedrático de economía en la Universidad Rey Juan Carlos (URJC)