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08 de mayo de 2024

Robo en el Hotel Atrio

Robo en el Hotel AtrioPolicía Nacional / El Debate / Atrio

Exclusiva

Fresas, uvas y una ensalada, la trampa de los ladrones del Atrio para robar 45 botellas

El Debate accede a las declaraciones de Chema, el empleado de noche, y de uno de los dueños del hotel restaurante Atrio y reconstruye paso a paso el engaño

Era una mujer bella, delgada, con el pelo largo, muy largo. Muchos ojos se posaron sobre su figura cuando abrió la puerta del hotel Atrio en Cáceres. «La clienta llegó sola a eso de las ocho de la tarde. Le dimos la habitación 107», recuerda José Antonio Polo, propietario del Atrio. «Sobre las nueve y media bajó a cenar. Dijo en recepción que iba a venir un hombre para compartir con ella la velada y minutos después llegó él».
Al relato se suma Chema, el empleado de noche del hotel: «Mientras chequeaba las reservas de los clientes alojados, le comenté a un compañero que la mujer hospedada sola en la habitación 107 estaba en el restaurante cenando con otra persona. No nos importó mucho porque es algo que sucede con frecuencia. A eso de las once y cuarto de la noche, esa pareja apareció para pagar la factura del restaurante. La abonó el varón en efectivo».
Tras pagar, el responsable de la sala, que se llama Adrián, les invitó a visitar la bodega. «Es algo que solemos hacer con todos los clientes», explica José Antonio Polo. «Al acabar, subieron a su habitación». El local cerró y todo el mundo se fue a su casa, salvo Chema, el recepcionista de noche. «Cuando todos se fueron comprobé que las puertas de acceso al complejo estaban cerradas. Luego apagué las luces de la planta baja».

Una petición a deshoras

De repente sonó el teléfono. «Estaba en recepción, sería la 1.15 o la 1.30 de la madrugada cuando recibí una llamada de la habitación 107», narra con precisión Chema. «Era la mujer. Me dijo: «Tengo hambre, quiero que me traiga algo de cenar». Le contesté: «Es imposible a esta hora la cocina está ya cerrada», pero como se trata de un hotel de prestigio le ofrecí una alternativa: «Si quiere le subo a la habitación una tabla de quesos y de ibéricos». Ella me contestó: «No, eso no me apetece, mejor una ensalada».
«Le traté de explicar que era imposible, pero insistió y accedí a sus deseos. Entonces me preguntó algo que me sonó extraño: «¿Cuánto va a tardar en prepararme la ensalada?». Le contesté que unos 10 o 15 minutos aproximadamente. Bajé a las cámaras frigoríficas a buscar los ingredientes para hacer la ensalada. Luego subí a la cocina a prepararla. Cuando acabé fui a preparar los cubiertos y las servilletas necesarias. Al terminar me asomé a ver que estaba todo correcto. Entonces me di cuenta de que el resbalón de la puerta principal estaba abierto. Me sorprendí porque lo había cerrado yo antes».
Aquello le chocó, pero jamás pudo imaginarse que mientras él cocinaba un ladrón estaba vaciando la bodega. «Cuando subí a la habitación y llamé a la puerta fue ella la que me abrió», continua el relato Chema. «Entré y le dejé la ensalada sobre la mesa. También le serví una Coca Cola. Después me fui. No vi a nadie más en la habitación que no fuera ella ni tampoco escuché a nadie en el baño. Bajé a la recepción y unos quince o veinte minutos después, la mujer de la 107 volvió a llamar».

La segunda petición de madrugada

En esta ocasión se le había antojado algo dulce: «Descolgué y me dijo: «Hola, querría un postre». Le contesté: «Lo lamento no puedo ofrecerle ninguno porque son de elaboración casera. Si quiere le puedo ofrecer algo de fruta». Ella me dijo: «Vale, quiero fresas y uvas». Entonces se repitió todo otra vez: bajé a las cámaras frigoríficas y luego subí a la cocina. Lo preparé todo y le subí un bol a la habitación. Ella me volvió a abrir en albornoz y se lo dejé sobre la mesa. Aproveché y le retiré el plato vacío de la ensalada y regresé a recepción».
En principio, nada más sucedió aquella noche que se saliera de la normalidad, hasta que «sobre las cinco de la madrugada escuché el ascensor funcionar», sigue relatando Chema. «Inmediatamente me asomé a mirar las cámaras de seguridad. Vi que eran los clientes de la 107, se iban. Bajaron a la recepción y me pidieron la cuenta. Les saqué la factura y esta vez pagó ella con una tarjeta prepago de Correos. Me fijé en que cuando le di el datáfono para introducir la clave escondió mucho el teclado. La primera vez se equivocó. «¿Cuál es el pin?», le preguntó a él. El hombre se lo dijo y funcionó correctamente. Les ofrecí un taxi y no quisieron. Solo me preguntaron qué distancia había hasta Sevilla y se fueron. Me fijé que ella no llevaba equipaje. Él, sin embargo, cargaba en las manos con dos bolsos alargados y grandes y con una mochila a la espalda. Subí a comprobar la habitación. Me encontré la cama muy deshecha, la bañera llena de agua y jabón con un albornoz dentro y la ventana del baño abierta».
Poco más puede aportar Chema. Acabó su turno y se fue. El relato de cómo descubrieron que les habían robado lo completa el propietario José Antonio Polo: «Sobre las 13.40 del día siguiente el sumiller, Fabrio Gritti, bajó a la bodega y se dio cuenta que había varios estantes vacíos. Se asustó y llamó a Toño Pérez, nuestro chef. Bajó corriendo y se dio cuenta de que nos habían robado. Hicieron recuento y faltaban 45 botellas de los vinos más valiosos. Entre ellas una que estaba en una capilla aparte: Chateau D´yquem, del año 1806, valorada entre 350.000 o 360.000 euros más IVA. Tenemos seguro que lo cubre todo y cámaras de seguridad».

Reconocen a los ladrones

A continuación, el dueño del Atrio hizo lo que cualquiera hubiera hecho en su situación: mirar las imágenes de las cámaras de vigilancia: «He visto como el autor de los hechos, el hombre que iba con la mujer de la habitación 107, salió de habitación a la 1.35 de la madrugada. Bajó por las escaleras hasta el sótano y entró en la bodega. Luego se le ve saliendo con dos bolsas y sube las escaleras. Hemos revisado la habitación 107 y faltan algunas toallas que creo que han usado para proteger las botellas robadas».
La policía, en una investigación fabulosa, logró extraer ADN de la habitación. Pertenece a los dos sospechosos que están en prisión provisional. Además, el dueño y empleado han reconocido a los detenidos. Y para terminar de rematarlo, los investigadores recuperaron las imágenes de Correos el día que fue la sospechosa a comprar la tarjeta prepago. Es la misma mujer que la de la habitación 107. Dejaron más rastro que un barril de ron agujereado y, según fuentes jurídicas, hay tantos indicios que todo apunta a una condena segura: unos cinco años de prisión para cada uno. Al presunto ladrón parece que no le asusta levantarse durante 1825 días viendo barrotes y comiendo en una escudilla con cubiertos de plástico. Según fuentes penitenciarias, ha asegurado que tiene las botellas a buen recaudo. Si colaborase podría reducir su condena de forma sensible, pero está anclado en el silencio.

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