Por derechoLuis Marín Sicilia

Anatomía de un dictador

«Son tan serviles y rudimentarios que hablan sin entender lo que dicen, tal como le ocurre a la portavoz del Gobierno cuando lee las instrucciones que le pasan»

Con este subtítulo, el catedrático emérito de Ciencia Política y acreditado intelectual de la izquierda democrática, Antonio Elorza, ha publicado un libro en el que analiza de forma implacable la trayectoria de un personaje como Pedro Sánchez, al que no duda en calificar como un narcisista apasionado de sí mismo, sin valores ni principios ideológicos, y cuya vocación dictatorial no tiene freno para configurar un régimen a su medida. Una conclusión que se suma a las muchas que, en el mismo sentido, venían realizando diversos analistas de la política española pero que tiene el indudable valor de haberse concretado tras escudriñar toda la trayectoria personal y política de quien se inspiró, entre otros, en Miguel Barroso, uno de los principales asesores sanchistas, admirador de la forma y el estilo político de Fidel Castro y de las dictaduras populistas bolivarianas, concluyendo que Sánchez se conduce de forma similar a la del fundador del fascismo, Benito Mussolini, en su afán de ser protagonista único de la vida política española.

A estas alturas hay que ser demasiado sectario y oportunista para albergar la más mínima duda de que Sánchez es un auténtico peligro para la democracia. No se trata de que sus políticas sean más o menos acertadas o erróneas; es que las mismas no tienen otra inspiración que el control del poder a cualquier precio. Y como instrumentos de ese afán totalitario ha convertido a un partido centenario y al gobierno de la nación en una colección amaestrada de súbditos agradecidos al servicio de su ego personal.

El PSOE es hoy, en términos democráticos, un antipartido, una colección de militantes convertidos en una plataforma para pasear en andas a su líder, eliminando cualquier atisbo de disidencia y sin más programa que mantener el poder con el argumentario de evitar que gobierne el centro derecha, utilizando como coartada a la extrema derecha. Tragan los cambios de opinión del jefe con la misma ruindad que sus ministros repiten las consignas que se emiten desde el millar de asesores que le pagamos al de la Moncloa. Y son tan serviles y rudimentarios que hablan sin entender lo que dicen, tal como le ocurre a la portavoz del Gobierno cuando lee las instrucciones que le pasan.

En el entorno del autócrata confluyen las conocidas leyes de LEM, según las cuales «nadie lee nada; los pocos que leen, no comprenden nada, y los pocos que comprenden lo olvidan enseguida». Solo así se explica que lo que era blanco hace media hora se vea negro tres minutos después, razón por la que consideran a la democracia como un simple instrumento para imponer su criterio, sin debate y sin control, de ahí su aversión al parlamentarismo y su amancebamiento con los decretos para burlar los controles.

Las concesiones de Sánchez al independentismo, su afán por el control de todas las instituciones y su obsesión por invadir la comunicación política y el poder judicial acreditan que estamos ante un personaje que camufla sus ansias de poder ilimitado con la impostura de un falso progresismo. Cada vez más vulnerable al chantaje de sus variopintos aliados, como ha argumentado The Economist, el peligro de una deriva imparable hacia la autocracia es innegable y solo una indolencia social extrema puede hacer que consiga sus objetivos.

Que Sánchez es, vocacionalmente, un dictador, tal como concluye Elorza, no ofrece duda. Que España se someta a su dictadura es la gran cuestión del momento. Por ello, resulta cada vez más claro que la disyuntiva electoral próxima no se va a dirimir entre planteamientos de derecha o izquierda, sino entre el extremismo y la centralidad, entre los constructores de muros y los arquitectos de puentes, entre quienes polarizan nuestras vidas y quienes buscan puntos de encuentro. En definitiva, entre quienes pisotean los valores fundamentales de la democracia y quienes creen en los principios constitucionales de igualdad, libertad y división de poderes.

El autócrata disfruta de sus vacaciones a nuestra costa en La Mareta, asesorado por el lobista Zapatero, el amigo de Maduro, negociando sobre el precio a pagar al fugitivo Puigdemont y conviniendo con Salvador Illa la forma de financiarle su trato singular y privilegiado para seguir en la Moncloa. Mientras tanto, los ciudadanos decentes debemos aprovechar el breve descanso vacacional dando una señal de alarma para quienes aún no se han percatado de que, con Sánchez, la democracia está en peligro. Se trata de evitar que el dictador convierta a España en una dictadura, rebelándose, como tantas otras veces en su historia, contra quienes niegan su razón de ser a una nación de ciudadanos libres e iguales.

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