La transformación cultural de la gilda tiene un punto generacional y otro simbólico
Moda
La gilda, de la barra del bar a iconografía de moda en joyas y tatuajes
Han pasado 80 años desde que Antxon Vallés ensartara en un palillo anchoa, piparras y aceitunas inspirado en la película de Rita Hayworth
Han pasado más de 80 años desde que Antxon Vallés ensartara en un palillo anchoa, piparras y aceitunas bajo el nombre de ‘Gilda’, inspirado en la película de Rita Hayworth porque, al igual que ella, es un pincho «verde, salado y un poco picante». Hoy este pincho trasciende las barras de bar como icono millennial.
La transformación cultural de la gilda tiene un punto generacional y otro simbólico. Nacida en la posguerra como un bocado sencillo, se convierte en un emblema emocional que une tradición y modernidad, con un ascenso que encuentra reflejo en redes sociales, en el lenguaje visual de los tatuajes y en la joyería artística.
Esta tapa fría despierta un fervor inesperado, hasta el punto de ser un dibujo recurrente en estudios de tatuajes. Miguel Robles, tatuador conocido en redes como @inkrobles, observa un perfil muy concreto entre quienes la llevan grabada en la piel: «millennials castizos, desde veinte años hasta casi cuarenta», reconoce.
«En los últimos años he tatuado bastantes gildas, al final, lo moderno ya no es mirar fuera, sino reivindicar lo local, la barra de bar de sus abuelos, pero desde un toque ‘cool’», explica el tatuador sobre trabajos que «se suelen pedir de línea fina y con estética de dibujo a mano», desgrana.
Esta exaltación de las gildas como icono estético, viene precedido por su relanzamiento gastronómico. Desde La Gilda del Norte, una de las firmas artesanales más antiguas de Vizcaya, explican que la demanda se ha ampliado a territorios en los que apenas se consumía, como un fenómeno que resurge, en parte, del empuje digital.
«Hemos notado un incremento de demanda en sitios de España donde antes ni se consumía, es un pincho muy clásico, pero los creadores de contenido lo han visibilizado en ‘trends’ o pruebas y ha gustado y llegado a mucha gente joven», cuentan sobre un impulso virtual que ha convertido lo local en un objeto de deseo.
Tienda de Comestibles Barea de Madrid
En el ámbito de la joyería contemporánea, el movimiento no es menos significativo. El diseñador Eduardo Navarrete, hace cinco años creó su primera pieza personalizada con la firma Solo Átame: «Es mi aperitivo favorito y no dudé en hacer un colgante», afirma.
Lo que nació casi como una ocurrencia personal adquirió otra dimensión con el paso del tiempo. «Es curioso como ahora es algo que se ha puesto de moda». La joya se convierte así en un símbolo lúdico, casi pop, de un imaginario muy ibérico que llega al cuello de quienes reivindican con orgullo sus raíces.
Pero el caso más revelador quizá sea el de Arena Roja, la firma de Erica Romero y Eric Renomuro, conocida por su espíritu irreverente y su forma desprejuiciada de mezclar códigos culturales. Sus piezas de joyería inspiradas en la gilda han captado la atención de un público joven que encuentra en ellas un gesto identitario.
El recorrido creativo que desembocó en la gilda comenzó, curiosamente, en una colección centrada en las aceitunas. Elaboraron collares y anillos dedicados a este fruto hasta que se obsesionaron con la idea de una oliva dorada.
«A partir de ahí empezamos a experimentar y acabamos creando una gilda que mezclaba una aceituna chapada en oro con anchoas y boquerones reales. Ese experimento fue el germen de todo», recuerdan. La pieza, concebida solo como prueba de taller, despertó una reacción inmediata entre quienes la vieron.
Gilda
«Nos dimos cuenta de que ese juego entre lo cotidiano, lo cultural y lo inesperado tenía muchísimo potencial», dicen sobre una mezcla poderosa. «Es icónica, es muy de nuestra cultura y tiene ese punto ‘incorrecto’ que la vuelve irresistible. Convertir algo tan cotidiano en una pieza deseable es nuestra manera de decir: esto también es arte».
Pero el fenómeno ha calado mucho más allá de las firmas de autor, y ha llegado hasta aquellas que son líderes en ventas del sector con puntos de venta digitales y por todo el país. Es el caso de Singularu, que ha lanzado un pequeño piercing de gilda en tono verde, acompañado por un brillante, además de una versión en formato ‘charm’.
La acogida superó sus expectativas. «Ha funcionado súper bien. Desde el primer día generó muchísima simpatía y conversación. Es un diseño inesperado que conecta tanto con amantes de la gastronomía como con quienes buscan piezas originales y con carácter».
En cuanto al proceso de convertir un icono gastronómico en una pieza ponible, desde Singularu explican que la clave está en la reinterpretación. «La clave está en reinterpretarlo desde el diseño: simplificar las formas, cuidar las proporciones y mantener la esencia sin caer en lo literal», explican.
La tapa es una expresión directa de la sociabilidad española, del aperitivo como ritual, del bar como espacio intergeneracional y de un patrimonio gastronómico que se ha convertido en paisaje emocional.
Ochenta años después de su nacimiento, demuestra que los iconos culturales no siempre surgen de grandes relatos. A veces basta un palillo, tres ingredientes y una historia de barra para convertirse en signo generacional. Una pequeña revolución que sigue creciendo dentro y fuera del plato.