Fundado en 1910
Dani Alves y Joana Sanz

Dani Alves y Joana SanzÁngel Ruiz

El 80 % de los embriones creados son abortados o congelados

«Mi último embrión congelado»: el problema ético de los embarazos «in vitro» como el de la mujer de Dani Alves

España es el país europeo donde se realizan más «ciclos» de fecundación artificial: más de 165.000. Un proceso lleno de problemas éticos, médicos y jurídicos, que implica otro debate moral: ¿Qué es mejor hacer con los embriones que ya se han creados?

Tres días después de que el exfutbolista Dani Alves fuese absuelto del cargo de agresión sexual, su mujer, la modelo Joana Sanz, publicaba en su perfil de Instagram que estaba embarazada. Y lo hacía con un matiz: no solo explicaba que el bebé había sido concebido en una probeta de laboratorio a través de una fecundación in vitro (FIV), sino que se trataba de su «último embrión congelado».

Sanz, que actualmente tiene 32 años, explicaba también el proceso al que se ha sometido desde hace cinco años: dos FIV, tres abortos «y, de últimas, una operación de trompas sumado a la aparición de endometriosis». «Me hice pruebas de todo tipo a lo largo de los años, con unos embriones divinos y sin encontrar el por qué a nada», remarcaba para enfatizar su desconcierto y dolor ante la imposibilidad de concebir de forma natural, y las dificultades añadidas por lo invasivo del proceso.

8 de cada 10 son congelados o mueren

El de la mujer de Alves no es un caso aislado. Según los últimos datos publicados por la Sociedad Española de Fertilidad, recogidos en 2021, en nuestro país ya se superan los 165.000 procesos de fecundación in vitro al año.

En concreto, 165.453 «ciclos» de FIV, a los que hay que sumar otros 33.818 procesos de Inseminaciones artificiales. Unas cifras que convierten a España en el país de Europa con mayor número de intervenciones de reproducción artificial: el 15 % de todas las que se llevan a cabo en el viejo continente.

Pero las cifras esconden una trampa: de todos esos embriones humanos generados en laboratorio, solo han llegado a término 40.638 bebés. En otras palabras: solo 2 de cada 10 bebés nacen por técnicas de reproducción artificial, mientras que los otros 8, o mueren a lo largo del proceso (como los tres abortos que sufrió la mujer de Alves) o quedan «congelados» a la espera de ser destruidos o implantados.

Este sería el caso de la niña que espera Joana Sanz, y que ella misma definió como «mi último embrión congelado, mi última esperanza de tener esa razón por la que ser fuerte en la vida».

Un catálogo de problemas

Los problemas éticos que presenta la fecundación in vitro no son un debate nuevo para la comunidad científica. Como explica para El Debate Juan Ignacio Grande, experto en bioética y secretario general del Instituto CEU de Humanidades Ángel Ayala, «aunque en apariencia persiguen un fin bueno, que es el de que nazcan niños, estas técnicas no solo tienen unos terribles efectos para la mujer, sino que cuando se ve todo el proceso, es evidente que suponen un atentado contra la vida, que seleccionan y eliminan seres humanos, convierten a la persona en un producto que puede ser fabricado, y hacen negocio con el sufrimiento de las parejas infértiles».

Grande explica que, además «estas técnicas artificiales no solucionan el problema real, que es lo que provoca tanto dolor en las parejas: el de la infertilidad». En realidad, «una FIV no convierte en fértil a una mujer o a un hombre, ni se solucionan sus problemas de salud» sino que «se crea vida humana de forma externa», con todas las consecuencias jurídicas, filosóficas y médicas que entraña tanto para el bebé como para los padres. De forma destacada para la madre, que sufre de forma habitual numerosos problemas médicos.

El fin no justifica los medios

Porque «aunque la intención puede ser buena, hay un principio básico de ética natural que salta por los aires, que es el de que el fin nunca justifica los medios», explica Juan Ignacio Grande.

Y en este caso, esos medios suponen, por ejemplo, «la selección eugenésica de seres humanos, la ruptura de las reglas de filiación, la congelación del desarrollo natural de una persona, o su eliminación incluso con fines de experimentación científica», afirma este experto en Bioética.

¿Qué hacer con los ya creados?

Pero volvamos al caso de Joana Sanz y Dani Alves: Una vez que ya se ha iniciado un proceso de fecundación in vitro, ¿Qué se debe hacer con los embriones que ya han sido creados? ¿Es mejor destruirlos? ¿Es mejor dejarlos congelados? ¿O es preferible implantarlos, aunque eso suponga colaborar con una industria éticamente inmoral?

Juan Ignacio Grande explica que «una vez que el mal está cometido, hay que intentar que no vaya a más. Y por eso, lo mejor es que la madre progenitora acoja a esos niños, que son sus hijos, y se vaya implantando los embriones que tenga congelados, sin generar ninguno más».

Incluso en el caso de que se haya utilizado material biológico de un tercero, por ejemplo un donante de semen, «lo mejor es implantárselos, reclamando la mayor información posible del donante (aunque la legislación suele amparar el anonimato), porque cuando el niño crezca y pueda ser consciente de su historia, tendrá todo el derecho a conocer sus orígenes biológicos».

La «adopción embrionaria»

Hay, además, otro escenario en el que el bien puede abrirse camino en esta maraña. «En España, como en todo el mundo, –explica Grande– tenemos un sinfín de embriones congelados, con todo el problema moral que eso genera».

De ahí que, en determinados ámbitos, singularmente de la Iglesia, se esté abriendo un debate entre los expertos en Moral y en Bioética sobre la posibilidad de la «adopción embrionaria»: que matrimonios infértiles acojan como hijos a embriones creados por parejas que se desentendieron de ellos, para rescatarlos de ser eliminados.

«Es un debate muy, muy complejo, porque aunque la intención es loable, porque busca respetar y defender la vida humana, plantea muchísimos problemas de tipo médico, psicológico y jurídico, tanto para el bebé como para los padres (en particular, para la madre), además de la colaboración con una industria que se dedica a hacer el mal, y que exigirían valorar cada caso concreto».

Así, Grande concluye: «La riqueza de la procreación humana es tan enorme, y entraña unos vínculos afectivos, espirituales, biológicos, jurídicos, éticos y filosóficos tan importantes, que no puede ser asemejada a una mera reproducción animal, ni mucho menos artificial».

Y por eso, «todos los esfuerzos deben ir a sanar y a acompañar la infertilidad, no a hacer negocio con ella, creando, seleccionando y eliminando seres humanos».

Temas

comentarios
tracking