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El 65% de los niños de entre 10 y 15 años tiene en móvil en Baleares

Los grupos de WhatsApp con compañeros del entorno escolar son una de las vías de acceso a la pornografíaGetty Images/ljubaphoto

Móvil y porno van de la mano: el vínculo que está destruyendo la salud y la inocencia de niños y adolescentes

Mientras un reciente estudio revela que la pornografía asalta a los jóvenes a través de los grupos de WhatsApp del entorno escolar, otros confirman su relación con la mala salud mental y los comportamientos violentos de los jóvenes

No hace falta más que comprobar los cambios que suceden en el comportamiento –y hasta en la mirada– de un niño al poco de recibir su primer móvil, para constatar que la inocencia se pierde de forma acelerada al contacto con las pantallas.

Pero, además de esa experiencia, los datos cruzados de diferentes estudios recientes, centrados sobre todo en España, también lo confirman.

El último en hacer referencia a esta situación ha sido el estudio exploratorio impulsado por la Fundación The Family Watch, en colaboración con la Universidad Complutense de Madrid, titulado Estudio sobre entorno digital y vulnerabilidad de los jóvenes: la pornografía y la hipersexualización en los jóvenes españoles.

Un análisis cuya primera fase ha dejado, entre otras conclusiones preliminares, que los jóvenes españoles se exponen por primera vez a contenidos pornográficos entre los 10 y los 14 años, sin haberla buscado por sí mismos, y a través de grupos de WhatsApp con compañeros del colegio.

Entre otras hipótesis, el estudio (elaborado a partir de una «comunidad digital» de tres semanas de duración en la que participaron universitarios de entre 18 y 21 años) apunta que son «los amigos de confianza» y «los grupos privados de WhatsApp del entorno escolar» los principales canales por los que los jóvenes acceden a este tipo de contenidos, potencialmente adictivos y, por lo tanto, peligrosos e inadecuados.

Móvil y porno van de la mano

Pero es que el dato de The Family Watch no aparece aislado. El nuevo informe Infancia, adolescencia y bienestar digital elaborado por el Gobierno sitúa ya en el 41 % el alumnado de 10 años que dispone de móvil propio. A los 12 años, la cifra supera ya el 76 %. Y la edad media de acceso al primer smartphone se sitúa en los 10,8 años.

Es decir, que el teléfono –con todo internet dentro– entra en casa (y en el bolsillo, en la mochila... y en la cabeza) justamente en la franja en la que los jóvenes del estudio dicen haber visto porno por primera vez.

Otras investigaciones dibujan el mismo mapa. El informe (Des)información sexual: pornografía y adolescencia, de Save the Children, señala que los adolescentes españoles ven pornografía por primera vez antes de los 12 años y que casi 7 de cada 10 (68,2 %) la consumen de forma frecuente. ¿Cómo? En el 98,5 % de los casos, desde el móvil y con contenidos gratuitos. Con un matiz, los propios menores reconocen que esos contenidos están «basados de manera mayoritaria en la violencia y la desigualdad».

Las sociedades científicas de pediatría y Save the Children han advertido, además, de que la edad de acceso desciende incluso por debajo de esa media: la Asociación Española de Pediatras de Atención Primaria recuerda que hay menores que comienzan a ver porno «antes de los 10 años» y que aunque la edad media global es de 12, hay un acceso más precoz entre los chicos.

Lo que porno y móvil hacen al cerebro...

El estudio de The Family Watch indica que ver este tipo de contenidos tiene un «alto impacto emocional» en los menores. Un impacto que se prolonga durante años e incluso llega a afectar a la vida adulta.

La razón es que, además de la visión distorsionada del sexo y de la afectividad que ofrecen estos contenidos, «la pornografía en Internet es potencialmente adictiva, especialmente para los adolescentes», tal y como advierte un exhaustivo examen sobre cerebro adolescente y pornografía elaborado por The Reward Foundation.

La clave está en la plasticidad cerebral: el cerebro juvenil está en plena reorganización, con un sistema de recompensa muy sensible a estímulos intensos. De hecho, otro reciente análisis publicado en ScienceAlert resume que el uso de pornografía «podría tener efectos aún más profundos en el cerebro en desarrollo», al sobreestimular los circuitos de dopamina en una etapa en la que se están consolidando conexiones clave.

Sumado al uso del móvil, con su luz azul y sus descargas dopaminérgicas constantes, la mezcla es explosiva. Incluso llega a afectar al desarrollo físico y al tamaño del propio cerebro.

...y lo que hacen a la salud mental

Y no se trata sólo de adicción: ¿Acaso es mera casualidad, o un simple cúmulo de datos inconexos, que el incremento en los problemas de salud mental entre los adolescentes se haya producido en un contexto en el que tienen acceso al móvil, a las redes sociales y a la pornografía, todo a la vez?

No parece probable. Al menos, no según el American College of Pediatricians, que en un documento específico sobre pornografía y menores vincula su consumo con «mayores tasas de depresión, ansiedad, conductas violentas y una visión distorsionada de las relaciones entre hombres y mujeres». E insisten en que no se trata solo de una cuestión moral, sino de salud pública.

En España, el malestar emocional adolescente se ha disparado. El Estudio HBSC, coordinado por el Ministerio de Sanidad y la Universidad de Sevilla, sitúa el «malestar emocional» en el 38,5 % de los adolescentes de 11 a 18 años. O sea, casi cuatro de cada diez, y con especial impacto en las chicas (51,2 % frente al 25,2 % de los chicos).

La Fundación ANAR, por su parte, ha alertado de un dato aún más comprometido y preocupante: en el último año, atendió en nuestro país más de 5.000 casos de conducta suicida en menores (tanto ideaciones, como intento). O lo que es lo mismo, un 14,1 % más que el año anterior.

No hay un único causante, pero cada vez más expertos sitúan el consumo precoz de pornografía –junto con el abuso de pantallas y redes sociales– entre los factores que erosionan la autoestima, alteran el sueño, favorecen la ansiedad y rompen la forma de vincularse con los demás.

Móviles, pornografía y violencia sexual

Aún hay una derivada más. El Colegio Oficial de Psicología de Madrid, en su infografía El impacto de la pornografía en menores, revela que la pornografía como fuente de aprendizaje «favorece la desinformación en cuestión de sexualidad», «crea expectativas irreales» y «normaliza y favorece la violencia sexual», aumentando estereotipos de género y la imitación de prácticas violentas.

También la Asociación Española de Pediatras de Atención Primaria va en la misma línea: «El adolescente que consume de forma habitual pornografía –explican en su boletín oficial de marzo de 2025– corre el riesgo de adquirir un guion sexual basado en la desigualdad y el trato vejatorio», con más probabilidad de aceptar o iniciar relaciones sexuales promiscuas, sin consentimiento claro y sin protección, así como verse implicado en violencia sexual, también en entornos digitales.

El informe de Save the Children resume este escenario con una frase: «El abuso del consumo de material pornográfico da lugar a prácticas peligrosas, violencia y desigualdad entre la población adolescente».

Mientras tanto, los delitos contra la libertad sexual, incluso entre menores, siguen subiendo. El último informe del Ministerio del Interior recoge 22.846 delitos sexuales en 2024, un 66 % más que en 2018; el 41 % de las víctimas son menores de 18 años.

La estadística de condenados aportadas por el INE muestra que, sólo en 2023, los menores cometieron más de 500 delitos sexuales, de los que 318 fueron abusos y agresiones a menores de 16 años.

Y aunque también en este punto la relación causa-efecto exacta es compleja, y la literatura científica internacional ofrece muchos matices –por ejemplo, los referidos a la desestructuración familiar y a la ausencia paterna–, cada vez más sociedades científicas reclaman que se limite el acceso de los menores al porno como parte de la estrategia para frenar la violencia sexual. Algo que no parece sencillo si no se limita, de algún modo, el propio acceso al móvil.

«Asco, miedo, tristeza, culpabilidad…»

En ese contexto se entiende mejor la vivencia subjetiva que recoge The Family Watch. Además, el estudio señala que muchas de estas experiencias no se comparten posteriormente con nadie: ni con adultos, ni con iguales.

De hecho, los propios jóvenes revelan que las primeras veces que ven este tipo de contenidos les genera «un alto impacto emocional, provocando sentimientos de miedo, asco, tristeza, impotencia y culpabilidad».

Los jóvenes que participaron en el estudio reconocen también que, durante la adolescencia, no cuentan con la madurez crítica ni con las herramientas emocionales necesarias para afrontar este tipo de experiencias, que en muchos casos les «dejan huella» hasta la edad adulta.

Un riesgo demasiado alto

La conclusión que plantea la Fundación The Family Watch es la necesidad de «abrir el debate social y educativo» sobre el acompañamiento de los menores en el entorno digital, especialmente en «una etapa tan vulnerable como la adolescencia temprana».

Y aunque los impulsores del estudio precisan que los resultados finales permitirán dimensionar mejor cómo estos factores influyen en el bienestar emocional y en las relaciones de los jóvenes, el retrato ya parece cada vez más nítido: el acceso al primer móvil, y el contacto con la pornografía, van de la mano y provocan unas heridas que pueden prolongarse durante años, y afectar a muchas más personas, incluso causando víctimas.

Un riesgo, tal vez, demasiado alto como para que compense tener a los hijos localizados los 15 minutos que dura el trayecto de casa al colegio.

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