Fundado en 1910

19 de abril de 2024

Legionarios en el Desfile del 12 de Octubre de 2017, día de la Hispanidad

Legionarios en el Desfile del 12 de Octubre de 2017, día de la HispanidadGTRES

Barea, Franco y el legionario ajusticiado por negarse a comer

Muchas veces la ficción tiene más credibilidad que la verdad comprobada. Los relatos de Arturo Barea alimentaron el mito de frialdad y desprecio a la vida de Franco

Arturo Barea escribió desde su exilio en Inglaterra, en plena Segunda Guerra Mundial, su trilogía de novelas de carácter autobiográfico La forja de un rebelde. En su segundo volumen, La Ruta, de 1943, dedicado a la Guerra de Marruecos, habla en varias ocasiones de La Legión, de Millán Astray y del valor temerario y crueldad de Franco, escritos en los que se cifra en buena medida el mito de la frialdad del futuro Caudillo y su desprecio a la vida, hacia sus enemigos y hacia sus propios legionarios.
La Legión había sido fundada el 20 de septiembre de 1920 por el teniente coronel Millán Astray y por su segundo el comandante Franco. Son tiempos duros para los legionarios. La Guerra de Marruecos es un matadero. El Tercio de Extranjeros es una unidad nueva en una guerra cruel y en las que las tropas españolas carecen de demasiadas cosas. Sólo una disciplina de acero y un espíritu guerrero a toda prueba puede hacer fraguar el sentido de sacrificio y valor temerario por el que pronto serán conocidos los Novios de la Muerte.
Desde un primer momento Millán Astray, un soldado con un sentido innato de la comunicación y la propaganda logró que la recién nacida unidad militar fuese objeto de la atención de la nación. Su uniforme, forma rápida e impetuosa de desfilar casi a la carrera, el estar integrada por hombres sin pasado y que parecían no pensar en el futuro, hizo que una imagen romántica de los legionarios y de sus jefes lo llenase todo. Surgió un mito que vino refrendado por las laureadas y medallas militares que ganaban de forma constante en combate tanto los oficiales de La Legión como los simples legionarios. La salvación de Melilla, tras el desastre de Annual, y los muchos hechos de armas que la siguieron, elevó la fama de los legionarios y de sus mandos –Millán Astray, Franco, Valenzuela, Arredondo, Munar…– al rango de héroes por el mero hecho de servir bajo el emblema de la pica, el arcabuz y la ballesta. Una fama a la que Barea no se pudo sustraer.

Muchas veces la ficción, los bulos, tiene más fuerza, más credibilidad que la verdad comprobada

Cuenta Barea cómo una compañía del Tercio protestaba por la mala comida, afirmando que sus oficiales comían mientras a ellos les daban un rancho incomestible. Escribe Barea: «Cogió el plato de estaño y lo estampó en el suelo. El oficial de guardia le pegó un tiro en la cabeza. El segundo legionario se negó a coger su comida. El oficial le dejó tendido al lado del caldero. El tercero titubeó, recogió su comida, y después la tiró al suelo. El oficial lo mató». En el imaginario popular el oficial termina siendo el propio Franco. De aquí a firmar sentencias de muerte tomando café y cesar a los ministros con un motorista, dos falsedades, solo hay un paso.
La realidad fue otra. Uno de los jóvenes oficiales, casi niños, que había acudido a la llamada de Millán Astray era el teniente Montero y Bosch. Será uno de los oficiales legionarios de los tiempos fundacionales. En sus memorias publicadas bajo el título Diario africano, Impresiones de un teniente de La Legión (2015) se narra la realidad de lo que cuenta Barea en su novela:
«Mandé tocar oración y enseguida empezó la distribución del rancho de los presos y arrestados. Uno de los del calabozo, austriaco, llamado Federico Filiph, se negó a tomar el rancho en forma violenta diciendo que estaba mal hecho. Pregunté a los compañeros, a los cocineros, al sargento, y todos coincidieron en que estaba bueno, además lo probé yo. Entonces me dirigí a él y, ante su actitud provocativa, le invité a que lo probara, como hice para convencerlo de que estaba tan bueno como siempre. Se negó en absoluto, y al intentar hacerlo probar con la cuchara del furriel, me dio un fuerte manotazo, tirando a mis pies la cuchara y el plato que le ofrecía y llenándome de grasa. Ante tal falta ordené que fuera encerrado en el calabozo y di parte al capitán Cobo, de servicio, quien lo trasladó al comandante (Franco). Se formó un tribunal para juzgarlo en juicio sumarísimo y fue condenado a muerte. Recibí la desagradable orden de ejecutar la sentencia, tocando generala y formando toda la guarnición de Uad Lau en la explanada. Yo con mi guardia me dirigí al calabozo, y comunicando la sentencia al reo, lo trasladé a la explanada. Atándole los pies y poniéndolo de espaldas, di la voz de fuego a diez pasos de distancia y cayó muerto, disparando el tiro de gracia. Se desfiló ante el cadáver, y después de reconocerlo el médico y sacar lo que tenía en los bolsillos, lo llevé al monte, a un kilómetro del campamento, y los mismos presos y arrestados estuvieron cavando la fosa, vigilados por mis legionarios de guardia. Se hizo de noche y con un farol hube de seguir la macabra tarea, quedando enterrado a las diez y media de la noche. Al regreso hice el parte escrito, cené y recorrí el servicio con el comandante Franco y un oficial que se nombró de retén para vigilar las tiendas de la gente. A las dos y media llamé a Manuel Torres y me acosté. ¡Qué día tan horrible!, jamás podré olvidarlo».

La realista narración de Barea ha servido para adornar el mito de frialdad, crueldad e insensibilidad del comandante Franco

Poco después el teniente Montero será herido de mucha gravedad lo que le obligará a dejar La Legión y pasar al Cuerpo de Invalido. Franco, su jefe, le anima y le promete que si España alguna vez está en peligro le llamaría a su lado.
Al comenzar la Guerra Civil Montero fue llamado del Cuerpo de Inválidos por Franco para mandar la recién creada la XV Bandera de La Legión. En el frente de Sort, al mando de nuevo de sus legionarios, durante ocho días y 40 ataques, Montero defendió día y noche la posición que había tomado poco antes al asalto. Su parálisis de casi medio cuerpo, que le impedía correr y agacharse, no le impidió dirigir la defensa desde la misma línea de fuego, desde las trincheras, durante todos los combates. En los combates de la Peña de Aholo la XV Bandera ganó una Laureada Colectiva y Monterito ganó una Cruz Laureada. Había nacido y vivido para ser legionario y laureado.
Lo que narra Arturo Barea es ficción. Franco nunca disparó a un legionario, y menos a tres, por insubordinación, aunque durante años la realista narración de Barea ha servido para adornar el mito de frialdad, crueldad e insensibilidad del comandante Franco. Este mito se vio reforzado por la serie de Televisión Española de 1990 basada en La forja de un rebelde, dirigida por Mario Camus, en el que se narra el ciego valor de Franquito y el miedo y odio que le tenían sus legionarios. Esta superproducción, con más de 20.000 extras y un presupuesto cercano a los 14 millones de euros, se publicitó como «un homenaje a las víctimas de la dictadura», a pesar de que la novela termina en plena Guerra Civil cuando Barea, con su amante Ilse Kulcsar, se ve obligado a huir de España para no ser asesinado por, hasta entonces, sus correligionarios del Frente Popular. Muchas veces la ficción, los bulos, tiene más fuerza, más credibilidad que la verdad comprobada.
Comentarios
tracking