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Los mártires de Annam

Los mártires de Annam

Un interminable combate al otro lado del mundo: Filipinas, puente del catolicismo en Asia

La acción misionera desde Filipinas nunca cesó, sino que se incrementó, logrando que hacia 1850 las florecientes misiones lograsen más de 300.000 conversos

En el caso español, no procede reducir el sustantivo «combate» a los aspectos exclusivamente militares. La combatividad hispana se ha acreditado en numerosas parcelas de la actividad humana. Combativos han sido nuestros soldados y nuestros marinos. Pero también nuestros diplomáticos, nuestros comerciantes y nuestros intelectuales. Especialmente significativa ha sido nuestra acometividad en lo que se refiere a los asuntos más metafísicos: Los que se refieren a las ideas, al honor, a la justicia y especialmente a la religión.

La influencia religiosa en la política

Los historiadores del siglo XX han manifestado una tendencia, casi general, a poner en duda la influencia de la religión en las políticas desarrolladas desde 1648 y especialmente en lo que se refiere a la política exterior de las naciones europeas. Esta actitud, bastante simplista, está siendo cuestionada en la actualidad por nuevas corrientes historiográficas. En nuestro caso, el nuevo enfoque tiene indudable interés dada la persistente presencia de las motivaciones religiosas en nuestros asuntos públicos.

Ya el desenlace de la contienda sucesoria entre Austrias y Borbones se debió al impulso religioso del pueblo español, alentado por la caracterización de Felipe V como guerrero de la religión, que combatía a los musulmanes y a las potencias protestantes aliadas de sus rivales. El apoyo decidido de los españoles a la conservación de las posesiones del norte de África es otra manifestación de esa actitud que se tradujo en el entusiasmo ante la expedición que terminó con el tremendo asedio marroquí de Ceuta, el más largo de la historia, y ante la reconquista de Orán y Mazalquivir.

No se puede ignorar el elemento religioso, de cruzada incluso, de la política española en el norte de África. Las posesiones de la costa norteafricana eran calificadas de antemurales o bastiones de la cristiandad. Tales argumentos indicaban la persistencia de una poderosa mentalidad religiosa, esto es cristiana, que la Monarquía Borbónica supo explotar. La defensa de nuestra presencia en la zona se mantuvo durante el siglo XIX, a pesar de todos los pesares, con sucesivas intervenciones que siempre encontraron apoyo interior, incluso entusiasmo generalizado, como el que suscitó la guerra con Marruecos de 1860.

Filipinas, puente del cristianismo

Filipinas no podía quedar al margen de esta proyección histórica. Su carácter de «última frontera de España» le confería, además, la posición estratégica de cabeza de puente cristiana en una zona dominada por el islam de los piratas malayos y el confucianismo China y Vietnam.

La acción misionera desde Filipinas nunca había cesado, pero se incrementó sensiblemente por el renacimiento religioso que se produjo en toda Europa con posterioridad a las revoluciones de 1848. En España esta renovación se tradujo en una intensa actividad apostólica y misional, que se desparramó con intensidad en todas direcciones, tanto hacia las sociedades confucianas, como hacia el mundo islámico y las oceánicas islas de la Melanesia. Pero tuvo especial éxito en las cercanas costas vietnamitas. Hacia 1850 las florecientes misiones en el entonces denominado Imperio de Annam habían logrado más de 300.000 conversos. Existía también un pujante clero indígena formado por las órdenes religiosas.

Se martirizó a varios millares de conversos y a un centenar de sacerdotes, bastantes de ellos misioneros llegados de las filipinas

Este crecimiento no había sido del agrado del mandarinato confuciano que controlaba este imperio, donde los conversos eran objeto de una permanente discriminación y de frecuentes malos tratos, al tiempo que la vida de los misioneros siempre estaba pendiente del tenue hilo de la arbitrariedad de los gobernantes.

A partir de 1855 el maltrato se intensificó, convirtiéndose en una brutal persecución. Se martirizó a varios millares de conversos y a un centenar de sacerdotes, bastantes de ellos misioneros llegados de las filipinas. Murieron allí nada menos que cinco obispos españoles, entre ellos Melchor García Sanpedro y Valentín de Berriochoa primeros santos de Asturias y Vizcaya, respectivamente. Finalmente el cruel asesinato de Monseñor Díaz Sanjurjo, vicario apostólico del Annam central, ordenada expresamente por el emperador annamita, agotó la paciencia española.

Captura de Saigón

El gobierno del general O´Donnell tuvo ciertos aspectos de campeón del catolicismo, parte por convicción y parte para buscar el apoyo de la influyente opinión católica. En este papel, y de acuerdo con Napoleón III, decidió colaborar en una expedición franco-española destinada inicialmente a imponer a la corte Annamita un tratamiento más humano hacia la comunidad cristiana local. La participación española corrió a cargo de la guarnición de Filipinas. Integrada por 1.200 infantes españoles y tagalos, fue dirigida por el coronel Carlos Palanca, un oficial pundonoroso e inteligente, que dio un constante ejemplo de gallardía y capacidad, tanto en la dirección de las tropas españolas como en la coordinación, nada fácil, con sus homólogos franceses.

Mártires de Vietnam, obra utilizada en su canonización

Mártires de Vietnam, obra utilizada en su canonización

El destacamento español tuvo un destacado papel en el largo conflicto (1858 – 1862) a pesar de sus exiguas proporciones. Esto se debió tanto a la eficacia de su jefe, bien secundado por sus oficiales, como a la bizarría de las tropas hispano-filipinas. Estas fueron decisivas en el asalto a las fortificaciones que protegían a Saigón, capital del sur de Annam, que fueron tomadas de forma fulgurante, y eficaces durante todas las intervenciones que debieron afrontar durante la campaña.

La actuación más destacada se produjo durante la épica defensa de la pagoda de Clochetons, situada en el interior de Saigón, que constituyó un ejemplo señero de la combatividad de las tropas españolas y debería haber pasado a la historia, como uno de los episodios más increíbles de nuestra historia militar. Durante tres días enteros, una pequeña guarnición de menos de doscientos hombres extenuados, repelió una veintena de asaltos consecutivos por parte de oleadas de annamitas enfurecidos por la ocupación de este templo budista.

Con fortificaciones improvisadas a base de empalizadas y barricadas; sin posibilidad de descanso por la persistencia de los asaltos; sin capacidad de atender a los heridos que se iban produciendo; debiendo recurrir a contrataques cuerpo a cuerpo, en terrible inferioridad numérica; y, finalmente, casi sin municiones, el destacamento español finalmente sobrevivió dejando constancia de hasta donde se puede extender la resistencia humana.

Con el habitual quijotismo, un poco ingenuo que caracterizó una gran parte de las iniciativas españolas durante el siglo XIX, España se retiró de Vietnam una vez creyó conseguido su objetivo de protección a las comunidades católicas locales, sin aspirar a más. La Francia de Napoleón III aprovechó la situación para extender su influencia en la zona y finalmente sentó las bases para una colonización total de lo que pronto constituyó la Indochina francesa.

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