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18 de abril de 2024

El gran maestre Jean de la Valette y sus hombres dan gracias a Dios tras la victoria en el asedio de Malta

El gran maestre Jean de la Valette y sus hombres dan gracias a Dios tras la victoria en el asedio de MaltaÓleo por Philippe Lariviere, 1843, Museo de Versalles

Picotazos de historia

San Clemente, el español que avergonzó a la Orden de Malta

El general de galeras presionó para volver a Malta, ignorando cuantos avisos y consejos le dieron contrarios a esa decisión y haciendo oídos sordos al peligro de la flota de Uluch Alí que estaba por las proximidades

Estamos en el año de gracia de 1570, en la isla de Malta. El Gran Maestre de la orden de caballeros hospitalarios es Pietro dei Monte, sucesor del heroico Jean Parisot de la Valette que hizo frente al terrible sitio al que sometieron a la ciudad los turcos. Ese año habían llegado a la isla noticias inquietantes de que el nuevo sultán Selim estaba reuniendo una gran flota y ejército. En junio los turcos desembarcaron en Chipre y una flota, al mando del temible Uluch Alí, fue avistada no lejos de Sicilia.

La codicia llevó al desastre

El 26 de junio, las cuatro únicas galeras de guerra que le quedaban a la orden partieron del puerto de La Valeta con destino a Mesina, donde se reunía una flota cristiana bajo el mando de Andrea Doria para combatir al turco. La pequeña flota de los caballeros estaba bajo el mando del general de galeras y caballero Gran Cruz fray Francisco de San Clemente, aragonés. Al llegar a Mesina encontraron el puerto vacío. El marqués de Pescara les pidió que le llevaran a Trapani, donde tenía que organizar tropas, y no supo darles detalles del destino de la flota de Doria. Es en esta última ciudad donde la actitud el general de galeras de la orden cambió: presionó para volver a Malta, ignorando cuantos avisos y consejos le dieron contrarios a esa decisión y haciendo oídos sordos al peligro de la flota de Uluch Alí que estaba por las proximidades. El motivo de tanta terquedad era que san Clemente había atiborrado la galera almiranta con víveres y animales vivos que quería llevar cuanto antes al Albergue de Aragón en La Valeta. Todo ello no por previsión ante un posible sitio o por humanidad pensando en la población de la ciudad, era solo codicia.

San Clemente no dudó un momento: saltó a un esquife, abandonando galera, tripulación y el estandarte sagrado de la orden

Partió la flota durante la noche y navegó con los fanales apagados. Al amanecer, a medida que la tenue luz descubría el horizonte, fueron percibiendo una, tres, veinte, treinta formas. ¡La flota de Uluch Alí estaba a un tiro de mosquete de distancia!
El almirante musulmán se llevó un susto de órdago al ver las galeras de la orden de Malta. Para él representaban la vanguardia de la flota de Andrea Doria que estaba a punto de echársele encima. ¡Le habían cazado! Pero su sorpresa aumentó al ver virar a la galera almiranta y abandonar la formación mientras de sus bordas salían despedidos todo tipo de fardos, gallinas y hasta cerdos vivos. San Clemente había perdido la cabeza y dado la orden de arrojar todo el lastre para aligerar la nave y darse a la huida, dejando a los capitanes de las demás galeras abandonados y sin ordenes.
Una galera maltesa –la San Juan– que intentó seguir a la almiranta se rindió prácticamente sin lucha, desmoralizados por el ejemplo dado por su general. La galera Nuestra Señora de la Victoria y la Santa Ana trataron de huir por distinta dirección. La Santa Ana siguió la estela de su compañera pero una mala maniobra la dejó al pairo, decidiendo enfrentarse al enemigo y vender cara su existencia.

El Gran Maestre dio orden de apresar a san Clemente y a los principales responsables y que se abriera investigación para aclarar los hechos

La galera almiranta era un caos. San Clemente había perdido el control, prueba de ello es que la galera entró en la desembocadura del río Fiumara de popa y acabó embarrancando cerca de la fortaleza de Licata. San Clemente no dudó un momento: saltó a un esquife, abandonando galera, tripulación y el estandarte sagrado de la orden, pero teniendo la previsión de llevarse la vajilla de plata.

El amparo de la embajada española

Cuando llegaron noticias del desastre, el Gran Maestre dio orden de apresar a san Clemente y a los principales responsables y que se abriera investigación para aclarar los hechos. Para entonces san Clemente había abandonado Sicilia disfrazado de fraile capuchino (es de suponer que con la vajilla) y estaba camino de Roma. Al llegar a la ciudad solicitó el amparo de la embajada de España. A medida que llegaban a Roma noticias y detalles de lo sucedido el embajador –Don Juan de Zúñiga– se vio obligado a redoblar esfuerzos, como único medio de sacar de la embajada a un individuo cuya sola presencia le revolvía las tripas. Convenció al Papa para que intercediera ante el Gran Maestre. Cuando el Sumo Pontífice consiguió garantías de que este respetaría la vida de san Clemente, lo entregó.
Ya en la isla, donde tuvo que ser protegido para evitar que la población de Malta lo linchara, lloró suplicando que se le permitiera retirarse a una celda en el convento en Montserrat, en Barcelona. El Gran Maestre cumplió su palabra: lo degradó y lo expulsó de la orden como « miembro pútrido y corrupto» pero lo entregó a la Justicia Civil de la isla para que lo juzgaran. El tribunal lo declaró culpable, fue estrangulado en su celda y su cuerpo, dentro de un saco lastrado con piedras, fue arrojado al mar. Así terminó un español, caballero de la orden de Malta, del que nadie, con motivo, se a querido volver a acordar.
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