Fundado en 1910

04 de mayo de 2024

Retrato del Papa Sixto V

Retrato del Papa Sixto V

Picotazos de historia

Cuando el Papa Sixto V prohibió que se hablara y, mucho menos, que se gritara

En 1586 el Papa Sixto V encargó al arquitecto Doménico Fontana el traslado e izado del obelisco, sobre un pedestal especialmente construido para ello. Debido a lo delicado de la operación, se hizo saber a todos los participantes y asistentes que estaba estrictamente prohibido hablar mientras se llevara a cabo la operación

Cuenta Plinio el Joven (61 d. C. - 112) que el obelisco que se yergue hoy en medio de la Plaza de San Pedro, en el Vaticano, procede de unas canteras cercanas a la ciudad egipcia de Heliópolis (hoy cerca de El Cairo). Tallado y extraído de la roca, tiene la particularidad de ser completamente liso, no tiene grabados jeroglífico alguno. Es de granito rojo y tiene una altura de 25,3 metros.
Originariamente lo emplazaron en medio del Foro Julio de la ciudad de Alejandría. En el año 40 de nuestra era, fue trasladado a Roma por orden del Emperador Calígula y colocado en la espina (sección central que dividía y separaba la arena) del antiguo Circo de Nerón. Durante mucho tiempo permaneció en aquel lugar, erguida en medio de la creciente decadencia de su entorno.
El Obelisco Vaticano en su ubicación original; dibujo de Martin van Heemskerck, 1532

El Obelisco Vaticano en su ubicación original; dibujo de Martin van Heemskerck, 1532

En 1586 el Papa Sixto V encargó al arquitecto Doménico Fontana el traslado e izado del obelisco, sobre un pedestal especialmente construido para ello, en su emplazamiento actual. El encargo no era ninguna sinecura. El obelisco pesaba más de 350 toneladas y estaba tallado en un solo bloque, por lo que su manejo debía ser muy delicado y cuidadoso ya que era fácil que se rompiera.
Fontana diligentemente se puso a trabajar y calculó que necesitaría a unas 900 personas, 140 caballos y un sin número de andamios, tornos y poleas. Se fijó el día para el izado en el 10 de septiembre de 1586. Debido a lo delicado de la operación –lo peligroso del manejo de una piedra tallada de más de 25 metros de longitud y trescientas cincuenta toneladas de peso– y la importancia vital de que las órdenes se pudieran oír con claridad se hizo saber a todos los participantes y asistentes que estaba estrictamente prohibido hablar mientras se llevara a cabo la operación. Es más: el que gritara se haría merecedor de la pena de muerte que sería ejecutada de inmediato. Para reforzar el aviso se levantó un patíbulo allí mismo sobre el que acechaba un verdugo con su instrumental listo.
Se inició el alzado del obelisco. Después de horas de trabajo la enorme mole estaba a punto de encajar en la posición deseada pero la fricción había calentado peligrosamente las cuerdas de cáñamo que amenazaban con arder. En medio del silencio general se oyó un grito: «Dad agua a las cuerdas». Rápidamente los arquitectos dieron orden para que así se hiciera, siguieron el consejo y el desastre fue evitado.
Pintura mural (1585-1588) de la Biblioteca Apostólica Vaticana, que muestra la instalación del obelisco en la plaza de San Pedro

Pintura mural (1585-1588) de la Biblioteca Apostólica Vaticana, que muestra la instalación del obelisco en la plaza de San Pedro

El individuo fue arrestado y conducido ante Fontana. Declaró llamarse Benedetto Bresca y ser natural de la ciudad de San Remo. Marinero y capitán de barco. También declaró que por su oficio conocía bien que las cuerdas podían llegar a arder debido a la fricción con los cabestrantes y a la tensión. Que en la mar, cuando se llega a ese punto, se da la orden de mojar las cuerdas, lo que las protege del peligro de arder y las hace contraerse al secarse. Fontana reflexionó sobre las palabras del capitán e hizo que lo acompañara ante el propio pontífice, frente al cual elogió su comportamiento, afirmando que había salvado el obelisco.
El Papa Sixto recompensó a Bresca con una serie de privilegios, una generosa pensión y el derecho a izar el pabellón naval en su navío. Además, tanto él como su familia y descendientes, tenían el privilegio de suministrar las palmas que serían utilizadas durante los oficios de Semana Santa, tanto por el Papa como de todos los miembros de la Curia. El privilegio derivó a la ciudad de San Remo tras la extinción de la familia Bresca.
Si viajan a la ciudad costera, en al parte antigua encontraran una pequeña plaza dedicada a su paisano. Benedetto Bresca es recordado con una fuente adornada con un pequeño obelisco que recuerda su oportuna actuación.
Comentarios
tracking