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04 de mayo de 2024

La batalla de Solferino, por Adolphe Yvon

La batalla de Solferino, por Adolphe Yvon

Picotazos de historia

La batalla de Solferino o la batalla de los tres reyes

En el marco del proceso de unificación italiana, el Imperio francés y el reino de Cerdeña se prepararon para una guerra con el Imperio austro-húngaro por la Italia central

A finales de enero de 1859, el Imperio francés y el Reino de Cerdeña se prepararon activamente para una guerra con el Imperio austro-húngaro por la Italia central. Para sellar la alianza, la princesa Clotilde de Saboya –muy inteligente, guapa y con apenas quince años– contrajo matrimonio con un primo de Napoleón III, el Príncipe Napoleón José conocido en la familia como Plón-Plón y un libertino de tomo y lomo de 37 años de edad.
Pasaba el tiempo y el Emperador de los franceses empezó a replantearse mejor la aventura en la que estaba a punto de embarcarse, mientras Prusia, Rusia y el Reino Unido hablaban de celebrar un congreso con el que pretendían decidir el futuro de los territorios austriacos en la península italiana, así como desarmar al belicoso reino de los Saboya.
En abril llegó un ultimátum de parte de Austria exigiendo el desarme del reino de Cerdeña –¡Ahora los austriacos eran los agresores!– Inmediatamente Napoleón III aprovechó la oportunidad, ordenó la movilización general y preparó una fuerza de 120.000 soldados que desembarcó en el puerto de Génova el 12 de mayo. Inmediatamente, se pusieron en marcha con destino a los territorios imperiales de la Italia central, su primer enfrentamiento con los austriacos fue el día 4 de junio cerca de un pequeño pueblo de la Lombardía llamado Magenta.
Las tropas francesas mandadas por el general Patricio MacMahon –en el futuro duque de Magenta– derrotarán a una vanguardia del ejército austro-húngaro, a pesar de no contar con el apoyo del Rey Víctor Manuel de Saboya que llegó tarde al campo de batalla. Entre las tropas del reino de Cerdeña se unió un aventurero al mando de una brigada de voluntarios llamado Giuseppe Garibaldi.

Tres reyes en guerra

Los ejércitos francés y sardo avanzaron y el 24 de junio tuvo lugar el gran enfrentamiento con el grueso del ejército imperial comandado por el propio Emperador Francisco José I de 29 años de edad. El encuentro se produjo cerca de la localidad de Solferino, junto al lago Garda. Esta batalla fue la mayor que ha visto Europa desde la batalla de Leipzig en 1813. Otra circunstancia la singulariza: los tres ejércitos presentes estaban comandados (al menos nominalmente) por sus jefes de Estado y esta será la última batalla en la que combatirá un jefe de estado comandando las tropas.
Por el lado francés estaba Napoleón III, deseoso de emular las hazañas de su tío; Víctor Manuel de Saboya aspiraba a unificar la península bajo la enseña de los Saboya y el Emperador Francisco José I intenta proteger los territorios heredados al tiempo que consolidaba su poder en Hungría y los territorios arrebatados a los turcos.
Francia aportó la novedad de los nuevos cañones de ánima rayada que permiten una mayor precisión y alcance pero la batalla fue, básicamente, un combate cuerpo a cuerpo o como se decía en España en la época: a degüello. La batalla duró todo el día, solo al anochecer –después de haber perdido unos veinte mil soldados entre muertos, heridos y desaparecidos– y protegido por un fuerte aguacero, Francisco José dio la orden de retirada y agrupamiento detrás del río Mincio.
Fue una victoria para los franceses y sardos pero una victoria pírrica ya que sus perdidas eran muy similares a las de los austriacos. A las bajas del combate se sumarían los fallecidos en los días siguientes y los afectados por un brote de tifus que hará estragos entre los debilitados organismos de los soldados y que elevará la mortandad en unos miles más.
La infantería francesa avanza (por Carlo Bossoli)

La infantería francesa avanza (por Carlo Bossoli)

Henri Dunant, el joven suizo que fundaría la Cruz Roja, quedó impresionado por la matanza y el sufrimiento de los soldados y de esta experiencia surgiría la idea de su humanitaria creación. No fue Dunant el único asqueado por la escabechina que acababa de producirse. Napoleón II estaba horrorizado por su experiencia de primera mano de las glorias de la batalla y, por otro lado, no quería tener como vecino a un futuro reino de los Saboya fuerte. Acto seguido inició conversaciones de paz con Francisco José y pronto llegaron a un acuerdo.
Víctor Manuel no tuvo más remedio que aceptar el resultado del acuerdo de las dos potencias. El 11 de julio se firmó la Paz de Villafranca. Austria mantendría las estratégicas fortalezas de Mantua y Peschiera, el resto de la Lombardía la rendía a Francia. Quien, a su vez, se la cedería al reino de Cerdeña. Así terminó la llamada Segunda Guerra de Independencia Italiana.
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