La rebelión de Bar Jockba o la última gran guerra de los judíos contra Roma
Con este enfrentamiento acabó las fases de las revueltas judías contra Roma hasta el siglo VII, cuando tuvo lugar la última contra el Emperador Heraclio
En primer lugar, debemos situarnos en el contexto histórico. La rebelión se produce entre los años 132 y 136 d.C., al final del reinado del Emperador Adriano (117-138). El contexto geopolítico de Oriente Próximo en esos momentos es agitado. Trajano ha invadido el imperio parto, ha penetrado en Mesopotamia y a su muerte Adriano, aunque se retira, saquea Susa ya que ha llegado hasta la llanura de Juzestán.
En paralelo, y aunque estamos en la época del principado y dentro de la dinastía Antonina (máximo esplendor de Roma), las sucesiones siguen siendo delicadas y la tensión entre senado, legiones y líderes es difícil. Adriano al inicio de su reinado se retira de Mesopotamia y regresa al limes del Oriente Próximo para sofocar la insurrección judía en el imperio (también llamada Guerra de Kitos 115-117).
Tras la victoria romana sobre los judíos insurrectos, consecuencia de la guerra del año 66-73 cuando Roma vence a los judíos en la Primera Guerra Judía, se suma un aumento de la hostilidad de los romanos hacia los judíos y viceversa. La ciudad de Jerusalén, destruida en la guerra del 66 se reconstruye como colonia romana (Aelia Capitolina) bajo trazado romano y cultura grecorromana llena de edificios públicos y religiosos paganos.
Al mismo tiempo el cambio administrativo provoca que ya no exista un procurador como alto funcionario romano sino un pretor, que tenía mayores poderes que un procurador. Frente a esto el contexto judío estaba evolucionando, Yohanan Ben Zakai en Yavne había logrado salvar el judaísmo de la pérdida de su eje central religioso (el templo, destruido por las legiones de Tito) y había realizado una revolución «identitaria» (a pesar de lo anacrónico del término), por la cual tanto la Tora como la tradición oral (puesta más adelante por escrito en la Mishná, comentada por la Guemará y finalmente compilado en los Talmud) y la halajá (costumbres) deben observarse configurando el judaísmo actual.
Las derrotas en la Guerra del 66 y la guerra de Kitos dejó claro que una revuelta así no se podía dejar al azar ni ser caótica
Previamente el judaísmo había sido un conglomerado de sectas de diversa índole, pero tras la caída de Jerusalén la facción farisea y rabínica se había hecho la hegemónica. Frente a esto existía un Sanedrín controlado por el famoso Rabí Akiva que reaccionó a la campaña cultural romana de prohibir la circuncisión, el sábado como día de reposo y las leyes de pureza.
Esto hizo recordar a los judíos las historias de los macabeos cuando lograron expulsar a los griegos del Imperio seléucida por las mismas razones que los romanos estaban repitiendo en ese momento y probaron suerte de nuevo. Sin embargo, esta vez la rebelión se planteó de una forma mucho más planificada: las derrotas en la Guerra del 66 y la guerra de Kitos dejó claro que una revuelta así no se podía dejar al azar ni ser caótica.
Se planificó una lectura del terreno, se obtuvo información, se prepararon tanto tácticas como estrategias y una clara estructura propagandística con el objetivo de justificar el alzamiento cuyo fin no era otra cosa que la obtención de la soberanía.
Akiva pondría la legitimidad religiosa, ungiría a Bar Jockba reconociéndole como mesías y Bar Jockba gobernaría (con título de nasí o príncipe) manteniendo la soberanía del estado al más puro estilo Macabeo con la idea de restauración davídica.
La revuelta cuando se produjo provocó la derrota de dos legiones romanas: la Legión X de Jerusalén y la Legión XXII Deiotariana que acudió a sofocar la revuelta desde Egipto. La revuelta logró expulsar a los romanos del territorio. Mientras tanto llegaban las noticias a Roma y se preparaba la respuesta para reintegrar el territorio separado de nuevo al imperio. En esos momentos los judíos crearon su estado.
Rabi Akiva se hizo con el control religioso, controló el Sanedrín y se encargó de restaurar los korbanot (sacrificios), en paralelo a esto Bar Jockba se dedicó a gobernar, emitir moneda y gestionar la situación en lo que se llamó la «era de la redención de Israel».
Los romanos, que deseaban acabar con esa sedición cuanto antes para evitar que se extendiera a otros pueblos conquistados de las inestables fronteras del este que, además, estaba siempre vigilada por la otra potencia regional en Oriente Próximo: los persas (que más tarde ayudarían a Palmira a separarse de Roma).
En este caso Adriano, al conocer el tamaño y los objetivos de la rebelión, llamó al general Sexto Julio Severo y se iniciaron los planes para retomar el control enviándose legiones a Judea, algunas de estas tropas serían reubicadas desde las también frágiles fronteras danubianas. La penetración en el territorio se hizo en 134, dos años después del triunfo de la revuelta y tras sonados fracasos militares romanos a manos de los rebeldes judíos que no sólo acabaron con la Legión de Egipto, sino que acabaron con los refuerzos llegados de Siria y Arabia.
La toma del territorio costó otros dos años más y fue alto en bajas judías y romanas. Los rebeldes, que perdieron Jerusalén, se refugiaron en la fortaleza de Betar donde sucumbieron en 136 d.C.
Todas las fuentes, desde los judíos en el Talmud como los romanos (de la mano de Dión Casio) informan de una destrucción sin igual, rapiña, demolición de fortalezas, ciudades y aldeas, así como de esclavitud masiva. En esta ocasión las medidas punitivas fueron completas: se propusieron destruir la identidad judía y mataron rabinos (entre ellos el mismo Rabi Akiva), se quemaron los rollos de la Torah, se prohibió el culto judío o el calendario. En los restos del templo Adriano puso dos estatuas, una del dios Zeus y otra de él mismo, demolió y reconstruyó al modelo romano la colonia Aelia Capitolina, prohibió la entrada a los judíos y puso como emblema de la ciudad, para humillarles, la imagen de un cerdo animal considerado abominable para los judíos hasta hoy.
Se llegó a disolver la provincia de Judea que se fusionó con Siria quitándole el nombre y añadiendo el de Palestina (por los filisteos, antiguos y bíblicos enemigos de los judíos) y, por último, se esclavizó y expulsó a los judíos de la región, muchos recalaron en Hispania (Sefarad) en las antípodas de la provincia judía. Los que huyeron lo hicieron a Arabia, fundando comunidades que florecerían en Jaibar y Yatrib o al Imperio Parto.
De esa manera acabó las fases de las revueltas judías contra Roma hasta el siglo VII, cuando tuvo lugar la última contra el Emperador Heraclio, aunque esa ya es otra historia.