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04 de mayo de 2024

Un episodio del motín de Esquilache, una pintura de historia de José Martí y Monsó, que obtuvo mención honorífica en la Exposición Nacional de 1864

Un episodio del motín de Esquilache, una pintura de historia de José Martí y Monsó, que obtuvo mención honorífica en la Exposición Nacional de 1864

Extranjeros en el gobierno de España

Esquilache, la mano derecha de Carlos III que hizo enfadar a cien mil personas

En la mañana del Domingo de Ramos, que cayó en el 23 de marzo de 1766, los madrileños empezaron a enfrentarse desafiantes con la fuerza pública. La situación degeneró rápidamente en motín

Carlos III llego al trono de España a la muerte de su hermanastro Fernando VI. Llevaba desde los 15 años fuera de España, como Rey de Nápoles. Por lo tanto había pasado su adolescencia y su juventud alejado de España. Llegó acompañado por una pléyade de cortesanos y servidores entre los que descollaba el marqués de Esquilache, que le había servido con eficacia y lealtad como Ministro de Hacienda. Su desempeño fue decisivo para la mejora de la administración napolitana y para la prosperidad general de aquellos reinos.
Ya en España formó parte del grupo de colabores extranjeros del nuevo Rey, entre los que descollaban, Ricardo Wall, Sabatini y Jerónimo Grimaldi. Su asalto al gobierno madrileño fue recibido con recelo por el pueblo español y con soterrada hostilidad por la aristocracia. Nombrado secretario de Hacienda y posteriormente también de Guerra se convirtió en la mano derecha del Rey. Desde el primer momento quedó claro que los recién llegados no iban a aceptar ninguna limitación al poder omnímodo del monarca en su política reformista.

El enfado del pueblo

Para empezar se impuso por primera vez en España el Derecho Divino como fuente y justificación de la soberanía regia, contrariando a las tradiciones españolas. Se trataba de una decisiva declaración de principios que iba a articularse mediante la una política regalista, para reducir al máximo la influencia de la Iglesia y la autoridad del Papa. Ninguna de las dos cosas iban a ser aceptadas con facilidad por el pueblo, ni por una gran parte del clero.
Otro de los aspectos que se modificaron fue la referida a la política exterior. La neutralidad, apoyada por los ministros españoles, fue descartada en beneficio de la alianza con Francia que condujo a la guerra con Inglaterra de forma casi inmediata. Como España estaba insuficientemente preparada. Las consecuencias fueron desastrosas: fracaso y derrotas en todos los frentes con la humillación de la pérdida de la Habana y Manila a manos británicas.
Esquilache fue la personalidad decisiva que impulsó la actividad del Gobierno. Su iniciativa se extendió desde las Fuerzas Armadas, en las que realizó profundas reformas, a la promoción de las industrias y al estímulo de la agricultura. Su buena administración se reflejó en las mejoras de la villa de Madrid: iluminación pública, saneamientos y mejoras del trazado urbano que cambiaron el aspecto de la capital de España. Sin embargo la financiación de las reformas y de la guerra exigió un considerable incremento de la presión fiscal, impuesta además con métodos coercitivos crecientemente impopulares.
La situación se complicó con las consecuencias de algunas medidas modernizadoras. La imprudente liberalización del comercio de cereales encareció rápidamente el pan y los demás alimentos de primera necesidad. La insatisfacción se extendió rápidamente por España, junto a la sensación de que la corte, trufada de personajes extranjeros, vivía en una opulencia que contrastaba fuertemente con la situación de la mayoría de sus súbditos. En la primavera de 1766 empezaban a respirarse aires de rebelión.
Esquilache se convirtió entonces en el centro de todas las críticas y animadversiones. Se añadieron además las murmuraciones por la venalidad de su bella y joven esposa, Doña Pastora, a la que se acusaba de utilizar sus encantos para conseguir interesadas prebendas de un Rey maduro y además viudo.

Madrid se rebela

El detonante de la situación lo provocó el bando real que obligaba a sustituir la tradicional vestimenta española por trajes que se consideraron de corte extranjero. El rechazo que suscitó esta medida irritó a un furibundo Esquilache que obligó a las autoridades municipales a imponerla de forma brutal. En la mañana del Domingo de Ramos, que cayó en el 23 de marzo de 1766, los madrileños empezaron a enfrentarse desafiantes con la fuerza pública. La situación degeneró rápidamente en motín. Fueron asaltadas las viviendas de los ministros extranjeros, especialmente la de Esquilache, que vivía en la casa de las siete chimeneas.
'Retrato de Leopoldo de Gregorio, marqués de Esquilache', de Giuseppe Bonito, 1759. Museo del Prado

'Retrato de Leopoldo de Gregorio, marqués de Esquilache', de Giuseppe Bonito, 1759. Museo del Prado

El Consejo real se dividió entre los que pretendían acabar por la fuerza con la revuelta, especialmente los ministros extranjeros, y los que entendían las razones de los sublevados y aconsejaban hacer concesiones. El italiano conde de Gazzola, comandante de la odiada guardia valona, propuso disolver a la multitud a cañonazos, mientras que los mandos de la guardia española amenazaron con dimitir si se les ordenaba disparar contra el pueblo.
Incapaz de controlar la situación, el monarca se refugió en el palacio de Aranjuez, lo que debilitó fuertemente su posición. Finalmente tuvo que aceptar las demandas de los amotinados, reducir el precio de los alimentos y sobre todo expulsar a Esquilache, lo que finalmente calmó los exaltados ánimos. La carrera del siciliano como ministro había terminado. Aunque siguió disfrutando de la protección de Carlos III que le nombró embajador de España ante la República de Venecia.
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