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01 de mayo de 2024

El Rey Arturo por Charles Ernest Butler

El Rey Arturo por Charles Ernest Butler

El Rey Arturo y Excalibur: ¿existieron de verdad o es solo un mito?

Arturo es como un fluido no newtoniano. Cuanto más escarbamos en el pasado, más enrarecida y esquiva se vuelve su figura. Cuanto más avanzamos en los siglos, más sólida y escultórica se vuelve su identidad, aunque totalmente ficticia

«Y bajo la empuñadura, en letras de oro, estaban escritas estas palabras: ‘Quien saque esta espada de esta roca y este yunque será por derecho rey de Inglaterra’». Con esta frase empezaba, en el lejano 1963, Merlín el Encantador, la película Disney que puso el enésimo ladrillo en aquella gran construcción que es el mito artúrico. Walt Disney lo tenía claro, y con él todas aquellas generaciones de niños, padres y abuelos que le hicieron caso: el Rey Arturo era un niño que, tras sacar la espada Excalibur de la roca y del yunque (que siempre se nos olvida) fue por derecho proclamado Rey de Inglaterra. Qué pena que nada de esto fuera verdad.
Pues Arturo –si es que realmente existió– fue más bien el peor enemigo de los ingleses, en cuanto Rey de Britania. Hoy en día estamos acostumbrados a considerar «Britania» como otra manera de decir «Inglaterra», pero esto es un error, y esta confusión sería seguramente inaceptable en la época en la cual se supone que vivió el rey britano.
Britania en la 'Tabula Peutingeriana'

Britania en la 'Tabula Peutingeriana'

Alrededor del 410, las tropas romanas habían abandonado Britania y los habitantes de la que era la provincia más lejana del Imperio se encontraron solos frente a antiguos enemigos (pictos y escotos del noroeste) y nuevos (anglos, sajones y jutos del sureste). Es ahí, en la plenitud de las «Dark Ages» –como las llaman aún algunos estudiosos– cuando solemos colocar al Rey de Camelot, pero no como señor de los anglos y sajones (los antepasados de los actuales ingleses), sino como último y acérrimo defensor de las poblaciones britanorromanas.
Digo «solemos colocar» ya que ninguna fuente de la época nos habla explícitamente de un tal «Arturo» (o Arthur y sus variantes latinas y britonas), pero sí de la resistencia britana y, en particular, de una figura que la guía, un romano que se había quedado en la isla, llamado Ambrosio Aureliano. El monje britano Gildas, apocalíptico cantor de las desventuras de su pueblo, nos dice en sus escritos:
«Su caudillo era Ambrosio Aureliano, un noble que, quizás de forma única entre los romanos, había sobrevivido al impacto de esta notable tormenta [la llegada de los sajones]: ciertamente sus padres, que habían llevado la púrpura, habían muerto en ella. En nuestros días, sus descendientes han llegado a ser muy inferiores a la excelencia de su abuelo. Bajo su mandato, nuestro pueblo recuperó su fuerza y desafió a los vencedores en la batalla».
El Rey Arturo pudo ser Ambrosio Aureliano, un 'ducatur celtorromano'

El Rey Arturo pudo ser Ambrosio Aureliano, un 'ducatur celtorromano'

¿Son el romano Ambrosio y el britano Arturo la misma persona? No lo podemos saber, lo que está claro es que durante toda la primera parte de la historia de los anglosajones en Britania Arturo no existe. Ni si quiera Beda (venerable cronista al cual todo historiador debería encender una vela al día) nos dice nada sobre él. Eso sí, no pierde ocasión en citar a Ambrosio. Pero sobre Arturo ni una palabra.

Arturo eclipsa a Ambrosio

¿Cuándo aparece entonces Arturo? Hay que esperar hasta el siglo IX para que otro monje, Nenio, en su Historia Brittonum, nos diga que, casi medio milenio antes, un hombre llamado Arturo había derrotado a los sajones en doce batallas, matando, él personalmente, a 960 de ellos en una única carga de caballería. Pero este es Arturo, y no Ambrosio. El romano, de hecho, aparece en la misma obra dos veces, primero como un niño destinado a ser sacrificado, y después como rey, hijo del Emperador Constantino III.
Arturo eclipsa a Ambrosio y entra como protagonista en otra obra que lo consagra como el rey que todos conocemos, la Historia Regum Britanniae de Godofredo de Monmouth. Transcurridos casi tres siglos desde Nenio, ya en el XII, el cuento de Godofredo ya tiene poco o nada que ver con la realidad histórica. Según él, un tal Bruto, descendiente directo del héroe troyano Eneas, se habría refugiado en la isla y de él habrían descendido todos los reyes de los britanos, incluso el nuestro.
Arturo es como un fluido no newtoniano. Cuanto más escarbamos en el pasado, más enrarecida y esquiva se vuelve su figura. Cuanto más avanzamos en los siglos, más sólida y escultórica se vuelve su identidad, aunque totalmente ficticia. Numerosos son aquellos que durante años le han intentado reconocer en un nombre escrito con tinta oscura sobre pergamino.
Todos han buscado al Rey Arturo, y cada uno ha encontrado el suyo: el general romano, el caballero sármata, el emperador huido, el bárbaro civilizado, el guerrero escoto, el orgulloso galés. Para el Rey Enrique II Plantagenet, Arturo era el perfecto patrocinador de su imperio transmarino, el más inglés de todos los reyes. Para Walt Disney, era un niño imberbe destinado a la grandeza. ¿Y qué es para nosotros? Probablemente la ocasión de aprender que la historia nos enseña a entender el mito y no solo a descubrir la realidad.
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