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Salvador de Madariaga

Salvador de Madariaga

La razón por la que llamaban «Don Quijote de la Manchuria» al representante español en la Sociedad de Naciones

Madariaga luchaba por una Europa unida, fuerte y democrática como medio para frenar el avance de los totalitarismos fascista y comunista

La llegada del siglo XX trajo consigo la aparición de la figura del intelectual, caracterizado por su sabiduría y su conocimiento en ámbitos que iban desde la ingeniería hasta el Derecho o la Filosofía. Esto le facultaba para escribir y opinar, generalmente en la prensa, de cualquier tema o acontecimiento que estuviese sucediendo. Su amplio saber y su compromiso en causas como, por ejemplo, el de Émile Zola en el conocido como affaire Dreyfus, convirtió a los intelectuales en creadores o modeladores de la opinión pública.

Como es obvio, esta publicidad les llevó a la fama, pero también al enfrentamiento con otros eruditos que, a su vez, se consideraban más capacitados para opinar. Los reproches, discusiones y el ingenio malicioso (rozando el humor ácido) marcaron sus frecuentes discusiones.

Uno de los mayores y más famosos intelectuales de la primera mitad del siglo XX, José Ortega y Gasset, mostró, como otros muchos, su antipatía por ciertos pensadores. En este caso, el blanco de sus críticas fue el diplomático gallego Salvador de Madariaga. Tras un pequeño desencuentro entre ambos, alguien se atrevió a defender a Madariaga, fundándose para ello en que este, además de su exquisita formación, era políglota. Para Ortega eso solo probaba que Salvador de Madariaga era «un tonto en cinco idiomas».

Este no fue el único sobrenombre con el que se conoció al intelectual coruñés. Su compromiso con la democracia liberal llegó a traspasar las fronteras españolas. Ya desde los años 20, Madariaga luchaba por una Europa unida, fuerte y democrática como medio para frenar el avance de los totalitarismos fascista y comunista. Su compromiso, su dominio de las lenguas extranjeras y su conocimiento de la diplomacia le llevaron a ser nombrado Secretario de la Sociedad de Naciones agosto de 1921. Aunque dimitiría seis años después, iniciaba así su andadura en este órgano internacional creado para mantener la seguridad mundial.

Sociedad de Naciones

Sociedad de Naciones

Poco le duró su retiro, ya que, con la llegada de la Segunda República, retomó su carrera como emisario al ser nombrado, en mayo de 1931, embajador de España en Washington, cargo que cambiaría, poco después, por el de delegado de España en la Sociedad de Naciones. Madariaga era ya el representante español en el extranjero.

La intensidad con la que se vivió la política nacional durante la Segunda República acabó difuminando su actividad en el exterior. Se suele prestar poca atención a la diplomacia y a las relaciones internacionales de los gobiernos republicanos, pero esto no quiere decir que fuesen inexistentes. Madariaga da buena muestra de ello. Su plan pasaba por modificar la tradicional postura internacional de España, caracterizada por una neutralidad pasiva, a un papel más activo. Fue él quien inició el camino que llevó a una amplia reforma del Ministerio de Estado (hoy llamado de Asuntos Exteriores) a finales de 1932.

Los republicanos pensaban que la monarquía de Alfonso XIII se había caracterizado, en el plano exterior, por una política poco definida, improvisada, apática y a la que solo se recurría si de ella dependía la supervivencia del régimen. La República pretendió distanciarse de esa idea, contribuyendo a la salvaguarda de la paz internacional, objetivo prioritario de la Sociedad de Naciones. No solo eso, el propio Madariaga pensaba que España debía actuar, especialmente en todo lo relativo a Latinoamérica, como el interlocutor principal debido a su pasado como nación imperial.

Don Quijote de la Manchuria

Sin embargo, los buenos propósitos se quebraron pronto. Entre 1931 y 1932, la Sociedad de Naciones no pudo evitar que Alemania abandonase la Conferencia de Desarme. Al mismo tiempo, España iniciaba su política de neutralidad activa, lo que le llevó a crear una alianza de países neutrales, materializada en 1934 en el Grupo de Oslo. Este trató de mediar, sin éxito, en el conflicto, que cada vez preocupaba más, entre Francia y la Alemania de Hitler. Tampoco salió bien parado Madariaga en su intento por evitar una contienda entre China y Japón por Manchuria.

Tropas japonesas entrando en Tsitsihar

Tropas japonesas entrando en Tsitsihar

Ambos países pugnaban por el control de la zona hasta que el conocido como incidente de Mukden desató las hostilidades. El 18 de septiembre de 1931 se produjo una explosión cerca de esta ciudad, precisamente en un punto en el que los japoneses estaban trabajando en la construcción del ferrocarril. La voladura (organizada por los propios japoneses) provocó las protestas de Japón, que acusó a los chinos de haber organizado un ataque. Acusados falsamente, los chinos negaron su autoría, pero la pugna desencadenó una crisis internacional.

Finalmente, los japoneses acabaron invadiendo Manchuria y creando el Estado títere de Manchukuo. La Sociedad de Naciones, incapaz de contener el conflicto, se limitó a condenar a Japón como Estado agresor. Esto no gustó nada a Madariaga, que trató por todos los medios de defender la paz e integridad de Manchuria. Tan insistente y quijotesco se mostró Madariaga que acabó siendo conocido como «Don Quijote de la Manchuria».

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