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Pintura de Wojciech Kossak “Domingo sangriento”

'Domingo sangriento' de Wojciech Kossak

¿Fue el Domingo Sangriento de 1905 la chispa que encendió la Revolución rusa?

Por primera vez en su vida, Nicolás II se enfrentó a una revuelta considerada como el preludio de la que le costó su trono (y su propia vida) en 1917

Nada más iniciarse el siglo XX, Japón puso en marcha una política expansionista que le llevó a fijar su atención, entre otros lugares, en Manchuria y Corea. Rusia, que hasta entonces había estado más preocupada por sus relaciones con los países europeos, sintió la ambición territorial japonesa como una amenaza para la parte más oriental de sus dominios. Las tensiones entre ambos acabaron desembocando en el estallido de la guerra ruso-japonesa, iniciada en enero de 1904.

Sin embargo, lo más inquietante de este conflicto para el zar Nicolás II fue el desencadenamiento del primer conato revolucionario serio que le acompañó. Por primera vez en su vida, el soberano se enfrentó a una revuelta considerada como el preludio de la que le costó su trono (y su propia vida) en 1917.

Cuando los japoneses bombardearon una base naval rusa en Manchuria, la indignación entre el pueblo fue tal, que el zar se vio obligado a declararles la guerra. La oleada de patriotismo que sacudió toda Rusia a consecuencia de este ataque mostró que la disputa podría ser beneficiosa para el régimen zarista. El problema fue que la guerra, librada a miles de kilómetros del centro del país, fue un desastre para los rusos. Las únicas noticias que llegaban de aquel lejano conflicto hablaban de estrepitosas derrotas. La llama del patriotismo enfervorizado se apagó pronto y, además, los caldeados ánimos se volvieron contra el gobierno y los generales, tildados de incompetentes.

Las derrotas militares provocaron una crisis social y política bastante grave. El desprestigio por la mala conducción de la guerra se unió a la grave situación en que se encontraba la población rusa. Era la gota que colmaba el vaso. El pueblo ruso, analfabeto en su mayoría, vivía condenado a la miseria, especialmente en el campo. Los campesinos, desconectados del mundo, subsistían en pequeñas aldeas formadas por cabañas de madera donde sufrían hambre y frío.

Allí se hacinaban familias numerosas que no conocían otra cosa que el trabajo y el sometimiento a una ley arbitraria creada y administrada por la propia comunidad aldeana. La violencia estaba tan normalizada que era habitual que las celebraciones acabasen en reyertas en las que siempre había que lamentar alguna víctima mortal. La situación era aún más grave para las mujeres, totalmente sometidas a la autoridad de un marido que el día de la boda recibía un látigo por parte del suegro para demostrar, simbólicamente, su dominio. En caso de adulterio, la mujer podía ser azotada en público y arrastrada por un carro.

Las condiciones de vida no eran mucho mejores en las ciudades. Tras jornadas de trece horas de trabajo, los obreros regresaban a unos barrios repletos de residuos que provocaban graves epidemias. Dormían en pequeñas habitaciones, sin agua ni servicios sanitarios y, en ocasiones, sin calefacción.

Boceto para el cuadro “9 de enero de 1905 en la isla Vasilyevsky”. Artista Vladimir Egorovich Makovsky

Boceto para el cuadro «9 de enero de 1905 en la isla Vasilyevsky». Artista Vladimir Egorovich Makovsky

De esta forma, el domingo 9 de enero de 1905, tras un año de guerra, una enorme manifestación de unas cincuenta mil personas se congregó frente al Palacio de Invierno. La enorme multitud, entre la que había bastantes mujeres y niños, provenía de diferentes puntos de la ciudad de San Petersburgo.

Muchos iban vestidos de domingo, desarmados y con ánimo festivo, cantando himnos y portando banderas, cruces y retratos de Nicolás II. Su intención era visitar a su «padre», el zar, para exponerle una serie de quejas y mejoras de sus condiciones laborales y de vida. En su manifiesto para el soberano explicaban su situación: vivían humillados, como mendigos y esclavos. Pensaban que su líder desconocía todo eso y que se apresuraría a castigar a los capitalistas o burócratas que asfixiaban a su pueblo.

El nerviosismo cundió entre las autoridades políticas y militares. Tanto es así que el propio Nicolás II decidió abandonar la ciudad por miedo a lo que le pudiese suceder. Su solución fue ordenar a la tropa que guarnecía el palacio que abriese fuego contra la multitud para evitar que se acercasen a la zona. El balance fue, según las autoridades, de unos doscientos muertos y ochocientos heridos, pero los periodistas extranjeros hablaron de más de cuatro mil quinientas víctimas.

Pintura de Iván Vladímirov (1870-1947) sobre la matanza del Domingo Sangriento

Pintura de Iván Vladímirov (1870-1947) sobre la matanza del Domingo Sangriento

Los trabajadores, enfurecidos, levantaron barricadas y asaltaron tiendas de armas y de licores. Todo fue espontáneo, sin líderes conocidos más allá del padre Gapon quien, en el momento más conflictivo, se puso al frente de la manifestación. Ningún partido encabezó la revuelta, pero el conocido desde entonces como «Domingo Sangriento», caló hondo en la mentalidad de la sociedad rusa.

El divorcio entre las masas rusas y su soberano, que había mandado abrir fuego contra su propio pueblo, se materializó en meses de huelgas y en la organización de los trabajadores de San Petersburgo en el primer sóviet de la ciudad, cuyo liderazgo recayó en León Trotski. El año 1905 acababa de iniciarse y ya se estaba dando el primer paso hacia la Revolución Rusa de 1917.

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