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Cónclave de 1878 en la Capilla Sixtina

Cónclave de 1878 en la Capilla Sixtina

Picotazos de historia

De la paloma sobre Fabián al voto secreto: así ha cambiado la elección del Papa a lo largo de los siglos

Durante los primeros siglos de la historia eclesiástica los Papas fueron elegidos o bien por designación directa del Pontífice anterior o bien por elección del clero de Roma

La elección del nuevo Papa, el llamado cónclave, ha tenido una evolución muy curiosa a lo largo de la historia. Del primer caso no tenemos dudas: «Yo te digo que tú eres Pedro…» (Mateo 16,18). Los Papas posteriores —durante los primeros siglos de la historia eclesiástica— fueron elegidos o bien por designación directa del Papa anterior o bien por elección del clero de Roma. Esta elección debía ser ratificada por los obispos suburbanos y aprobada por aclamación por el pueblo.

Esta forma de elección dio lugar a resultados curiosos, como el del Papa Fabián. Según nos cuenta Eusebio de Cesarea, padre de la Historia de la Iglesia, Fabián era un granjero laico que se había acercado a Roma por asuntos privados. Movido por la curiosidad, asistió a la reunión de electores que estaban seleccionando candidatos para la lista de elegibles. En ese momento, y a la vista de todos, una paloma se posó sobre su cabeza. Los presentes consideraron que era una señal del Espíritu Santo y, allí mismo, fue elegido Pontífice.

Fresco de la Capilla Sixtina que representa el Concilio de Nicea I

Fresco de la Capilla Sixtina que representa el Concilio de Nicea I

La primera regulación en relación con la elección papal aparece en el canon XV del Primer Concilio de Nicea, que establece que quienes hayan recibido las órdenes sagradas mayores (diácono, presbítero y obispo) no pueden trasladarse de una diócesis a otra. Las diferentes interpretaciones de este canon dieron lugar a que se utilizara como base jurídica en la espeluznante farsa y tragicomedia del llamado Concilio Cadavérico, en el que se condenó el cadáver del difunto Papa Formoso.

El primer caso de intervención imperial lo encontramos por decreto de Justiniano I en el año 557 d. C. Desde los tiempos de Constantino, los emperadores eran isopóstolos (iguales a los apóstoles y, por lo tanto, jerárquicamente superiores a los patriarcas; el Papa de Roma era solo uno de los cinco patriarcas existentes), por lo cual se necesitaba su aprobación. Este decreto pasaría luego a los emperadores de Occidente (Constitución de Lotario de 824 y Privilegio de Otón de 962).

En 1061 fue elegido Papa Alejandro II, el primero elegido por un consejo de cardenales sin intervención del poder imperial. En el Tercer Concilio de Letrán se legisló que los elegidos debían reunir dos tercios de los votos emitidos, y en 1274, durante el Segundo Concilio de Lyon, se promulgó la Constitución apostólica Ubi Periculum, que regulaba las condiciones del cónclave.

El Papa Gregorio X, que promulgó este vital documento, había sido elegido durante el «encierro de Viterbo», cuando la población de la ciudad, harta de la tardanza en la elección papal, encerró a los electores y les fue retirando los alimentos y el tejado hasta que llegaron a un acuerdo. Gregorio X consideró la experiencia positiva y la reflejó en la constitución, estipulando el encierro de los futuros cónclaves y la reducción progresiva de las raciones de comida si no se alcanzaba un acuerdo.

Esta última legislación no gustó nada a los cardenales. Se llevaron a cabo diferentes esfuerzos para suprimirla, pero en 1298 terminó insertada en el Código de Derecho Canónico, pasando a ser inamovible.

La idea de la clausura y de la necesidad de una mayoría de dos tercios fue reafirmada por Gregorio XV (1621-1623), quien introdujo el pequeño pero importante detalle de que el voto fuera secreto.

No obstante, las potencias católicas continuaron interfiriendo en las elecciones del representante de Cristo, que a su vez era un monarca territorial (Papa rey) del Patrimonium Petri (Patrimonio de Pedro). El rey de España, el de Francia y el emperador ejercieron un privilegio obtenido del papado: el ius exclusivae o derecho de veto.

Por este privilegio, un cardenal representante de uno de los monarcas católicos —denominado cardenal corona— informaba a la asamblea de cardenales reunida en cónclave que determinado candidato no era aceptable para su señor. Este privilegio hizo más difíciles las elecciones. Curiosamente, la última vez que se ejerció fue en 1903: comenzada la votación, el cardenal Jan Puzyna se levantó y, con voz firme, anunció a todos el veto interpuesto por Su Majestad Real e Imperial, el emperador Francisco José de Austria-Hungría, contra el cardenal Rampolla, por considerarlo demasiado profrancés.

Del cónclave salió elegido el Papa Pío X. Lo primero que hizo fue formar una comisión con el objeto de abolir ese privilegio. El 20 de enero de 1904 se proclamó la Commissum nobis, por la cual se prohibía el ius exclusivae en todas sus formas, quedando este nulo y roto.

Pio X el día de su coronación como Papa

Pio X el día de su coronación como Papa

España era la única nación que podría haber ejercido ese privilegio tras la extinción de los imperios centrales después de la Primera Guerra Mundial, hasta 1931, cuando se proclamó la Segunda República. Sin embargo, jamás intentó reclamarlo.

Actualmente, las regulaciones más importantes sobre la elección del Sumo Pontífice son las limitaciones de edad para los cardenales. El 21 de noviembre de 1970, Pablo VI publicó un Motu proprio titulado Ingravescentem aetatem, por el cual solo podrán participar en el cónclave, y por tanto tener la oportunidad de ser elegidos Papa, aquellos cardenales que no hayan cumplido ochenta años de edad.

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