Vista aérea de una de las edificaciones de la Villa Romana de Valdetorres (Madrid)
El pasado romano de Madrid quedará más protegido que nunca: la espectacular Villa de Valdetorres será BIC
La Villa Romana de Valdetorres de Jarama es uno de los vestigios mejor conservados de época romana en la Comunidad de Madrid y, por su tipología, es un yacimiento único
La Comunidad de Madrid ha dado inicio al procedimiento para declarar la Villa Romana de Valdetorres de Jarama como Bien de Interés Cultural (BIC) dentro de la categoría de Zona Arqueológica.
Esta iniciativa, recogida en el Boletín Oficial de la Comunidad de Madrid (BOCM) y consultada por Europa Press, ha sido impulsada por el Consejo Regional de Patrimonio Cultural, que ha acordado iniciar los trámites necesarios para garantizar la protección legal del enclave.
Este asentamiento rural, datado a finales del siglo IV y posiblemente habitado hasta comienzos del siglo V, se sitúa sobre la segunda terraza del río Jarama, en el norte de la región madrileña.
Su localización estratégica, entre el Valle del Duero y la cuenca del Tajo, facilitaba la conexión entre diversas rutas naturales, como los valles fluviales y los pasos de la Sierra, lo que lo convertía en un lugar privilegiado para el control del territorio y el acceso a recursos agrícolas, hídricos y comerciales.
En ese entramado, lugares como Complutum (actual Alcalá de Henares), Mantua y Titulcia jugaban un papel central en la organización de la vida rural.
Las villas, como eje de la economía romana en el medio rural, representaban el poder y la capacidad productiva de las élites. A partir del siglo III, comenzaron a consolidarse como núcleos de producción agrícola y expresión del prestigio social.
La Villa de Valdetorres no fue una simple explotación agraria: articulada en tres zonas –pars urbana, pars rustica y pars fructuaria– combinaba funciones residenciales, productivas y de almacenamiento, reflejo de una compleja estructura social y económica.
El redescubrimiento del yacimiento tuvo lugar en 1977, cuando Andrés Caballero identificó los primeros indicios arqueológicos. Su hallazgo fue respaldado por Luis Caballero, técnico del Museo Arqueológico Nacional, que comprendió enseguida la relevancia del emplazamiento.
En 1978 comenzaron las primeras excavaciones, dirigidas por ambos, junto a los arqueólogos Javier Arce y Miguel Ángel Elvira.
Rareza arquitectónica
Durante estas campañas se documentó la planta octogonal del edificio principal, una rareza arquitectónica que abriría nuevas líneas de investigación prolongadas en el tiempo.
El elemento más singular del conjunto es su pars urbana, estructurada en torno a una planta octogonal de disposición centralizada, semejante a construcciones como la Vila Brisa en Milán o el Macellum de Gerasa (Jordania).
Esta construcción cuenta con un anillo de habitaciones dispuestas alrededor de un peristilo o patio central, al que se abren cuatro salas cuadrangulares rematadas en ábsides ultrasemicirculares.
Estas últimas cumplían la función de comedores, mientras que las estancias triangulares anexas eran utilizadas como dormitorios.
La entrada principal se situaba, con probabilidad, en el noroeste, y conducía hacia el peristilo a través de un espacio intermedio. En el extremo opuesto se han identificado restos de instalaciones que podrían corresponderse con baños o zonas ganaderas.
El sistema constructivo empleado era sencillo, con cimientos de cantos rodados unidos con cal, paredes de mampostería y cubiertas de madera, como evidencian las tejas y clavos hallados.
Uno de los elementos más peculiares es un horno de vidrio ubicado en el peristilo, cuya datación sigue siendo objeto de debate: algunos expertos lo consideran de época romana, otros apuntan a un uso posterior, ya en época altomedieval.
Las intervenciones más recientes, desarrolladas entre 2006 y 2010 y, de forma más intensiva, entre 2018 y 2022, permitieron limpiar, consolidar y restaurar diversas estructuras, haciéndolas accesibles al público.
Durante estas campañas se reprodujeron pinturas murales, se restauraron muros y decoraciones de la zona del peristilo, y se documentaron nuevos espacios pertenecientes a las zonas rústica y fructuaria, como viviendas de los trabajadores, almacenes y graneros.
También se hallaron restos de edificaciones humildes, además de inhumaciones, en las zonas norte y este del yacimiento.
Entre los descubrimientos más valiosos se encuentra una colección escultórica excepcional, compuesta por al menos 13 piezas de mármol negro, blanco y jaspeado, representando figuras mitológicas como un tritón, un esculapio y un arquero.
Estas esculturas, fechadas en los siglos II y III, habrían sido adquiridas por el propietario de la villa e importadas desde Italia o Asia Menor, lo que da cuenta de su elevado nivel adquisitivo y gusto refinado.
A esta colección se suman más de 400 objetos de marfil y hueso tallado: placas, elementos arquitectónicos, broches, brazaletes y una ficha de juego con el número V, todos de altísima calidad artística.
Por ello, Valdetorres se considera uno de los yacimientos más ricos del occidente romano en lo que respecta al arte de la eboraria.
Asimismo, se han recuperado piezas cerámicas de uso común y de lujo –como terra sigillata hispánica e importada–, herramientas metálicas, monedas, mosaicos, restos de estuco y elementos constructivos, todos hallados en niveles de derrumbe protegidos del expolio.
Este conjunto arqueológico ofrece una visión detallada del modo de vida rural romano en el centro peninsular durante el final del Imperio, momento en el que las élites comenzaron a abandonar las ciudades para asentarse en villas autosuficientes, preservando su estatus y formas de vida en un entorno más estable.
El inicio del procedimiento para su declaración como Bien de Interés Cultural marca un hito clave en la protección, conservación y puesta en valor de este importante testimonio del pasado romano en la Comunidad de Madrid.