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El Protectorado español de Marruecos

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Qué ocurrió en el protectorado tras el desembarco de Alhucemas: así cayó Abd el-Krim

La caída de Abd el-Krim no significó el fin inmediato de la guerra. Todavía durante 1926 y 1927, las tropas españolas tuvieron que enfrentarse a pequeños núcleos de resistencia

El 8 de septiembre de 1925, las tropas españolas ejecutaron el desembarco de Alhucemas, una de las operaciones militares más recordadas del siglo XX en Marruecos. Aquella maniobra, considerada la primera acción anfibia moderna con empleo combinado de aviación, marina y tropas terrestres, supuso el golpe decisivo contra la República del Rif y su líder, Abd el-Krim. Sin embargo, el final de su resistencia no fue inmediato: todavía durante ocho largos meses mantuvo en jaque a españoles y franceses, dirigiendo la lucha desde las montañas del Rif central.

El caudillo rifeño, que había logrado humillar al ejército español en Annual en 1921, era plenamente consciente de que la situación había cambiado. Obligado a abandonar su cuartel general en Axdir, se trasladó a Targuist, desde donde organizó una defensa desesperada. Frente a él se encontraba una fuerza colonial que, tras años de desencuentros, había aprendido la lección: Primo de Rivera y el mariscal Pétain comprendieron que solo una acción coordinada pondría fin a la insurrección.

En febrero de 1926, ambos gobiernos firmaron un acuerdo para lanzar una ofensiva conjunta. Se trataba de un plan meticulosamente preparado, que movilizaba a más de 50.000 soldados españoles y a un contingente francés de similar envergadura. La superioridad de medios era abrumadora: artillería pesada, carros de combate, aviación y apoyo naval aseguraban que los rifeños, por valientes que fueran, tendrían muy pocas opciones de éxito.

El general Saro con el general Sanjurjo en la playa de la Cebadilla, donde se efectuó el desembarco

El general Saro con el general Sanjurjo en la playa de la Cebadilla, donde se efectuó el desembarcoRevista ilistrada La Esfera 1925

Abd el-Krim, viendo el desenlace cercano, intentó jugar su última carta. A mediados de febrero, ordenó a uno de sus lugartenientes, Ahmed el Jeriro, que hostigara Tetuán desde las alturas cercanas. Fue un intento de desviar la atención del verdadero frente, pero fracasó: en apenas tres días, las fuerzas españolas, bajo el mando del alto comisario Sanjurjo, desbarataron la ofensiva. Entre las bajas de aquel episodio se encontraba un hombre célebre: el coronel Millán Astray, herido en combate.

La situación estratégica era clara. Abd el-Krim pidió un armisticio a las autoridades francesas, lo que generó tensiones diplomáticas. Primo de Rivera, decidido a no repetir los errores de negociaciones anteriores, se negó a aceptar una suspensión de hostilidades que pudiera dar aire al enemigo. El socialista Aristide Briand, presidente del Consejo francés, apoyó al dictador español. El ultimátum ofrecido al caudillo rifeño fue inasumible: rendición, desarme, entrega de prisioneros y aceptación incondicional del Majzén. Las conversaciones de paz celebradas en Uxda fracasaron el 6 de mayo de 1926.

Dos días después comenzaba la ofensiva definitiva. El dispositivo español estaba dividido en siete columnas, cinco de ellas en el sector de Axdir. La más conocida, la columna de Caballería, estaba dirigida por un joven comandante llamado José Monasterio, que años después alcanzaría protagonismo durante la Guerra Civil. También figuraban en el plan los coroneles Emilio Mola, Amado Balmes o Sebastián Pozas, nombres que volverían a resonar en la historia de España apenas una década más tarde.

El avance fue rápido y demoledor. Las fuerzas de Beni Tuzin y Tensamán iniciaron el ataque el 8 de mayo. En pocos días, enlazaron con las divisiones francesas y avanzaron hacia el corazón de Beni Urriaguel. Hubo resistencia, especialmente en las trincheras de Iberloken, donde la caballería de Monasterio sufrió más de seiscientas bajas entre muertos y heridos. Pero ni la bravura rifeña ni las dificultades del terreno pudieron detener el empuje de un ejército con superioridad tecnológica. La artillería naval y los bombarderos completaban la tarea. El 9 de mayo por la tarde, las defensas se habían roto.

Lo que los estados mayores habían calculado como una campaña de dos meses se resolvió en apenas trece días. Las columnas conquistaron posiciones clave como la Loma de los Morabos o el macizo central del monte Haman, de 1.820 metros. El 21 de mayo, Sanjurjo pudo recorrer por tierra el camino entre Axdir y Melilla, recibiendo la sumisión de diversas cabilas. El símbolo era claro: el Rif se desmoronaba.

El 26 de mayo, Primo de Rivera confirmó oficialmente la rendición de Abd el-Krim, aunque esta no se consumó hasta el 2 de junio, cuando el caudillo se entregó en Taza junto a su hermano M’hamed y otros colaboradores cercanos. Llevaba consigo una importante suma de dinero, quizá destinada a garantizar el futuro de su familia en el exilio. Los franceses lo deportaron finalmente a la isla de Reunión, en el océano Índico, lejos de su tierra natal.

La caída de Abd el-Krim no significó el fin inmediato de la guerra. Todavía durante 1926 y 1927, las tropas españolas tuvieron que enfrentarse a pequeños núcleos de resistencia, especialmente en las montañas de Ketama y Senhaya. Hubo episodios duros, como el temporal de nieve de abril de 1927, que aisló a varias columnas y obligó a abastecerlas por aire durante diez días. Pero la resistencia estaba herida de muerte.

Abd el-Krim bajo custodia francesa, en Fez, a punto de subir al tren que le llevaría al exilio (1926)

Abd el-Krim bajo custodia francesa, en Fez, a punto de subir al tren que le llevaría al exilio (1926)

En julio de 1927, tras la conquista del monte Alam y la sumisión de las últimas cabilas, el ejército español dio por terminada la campaña. Se cerraban así dieciocho años de guerra casi ininterrumpida en Marruecos, una contienda que había costado decenas de miles de vidas y había marcado profundamente la política y la sociedad españolas.

Primo de Rivera, en un artículo posterior, reconocería que sin la colaboración francesa hubiese sido imposible derrotar al Rif. También admitió que los consejos de Pétain habían sido decisivos. La victoria permitió a España consolidar el protectorado hasta la independencia marroquí en 1956, pero dejó tras de sí una huella amarga: la de una guerra larga, costosa y sangrienta que dividió a la opinión pública y forjó a una generación de militares que, años después, protagonizarían nuevas páginas de la historia de España.

La figura de Abd el-Krim, por su parte, trascendió las fronteras del Rif. Aunque derrotado, se convirtió en símbolo del anticolonialismo en el mundo árabe y africano. Su resistencia frente a dos potencias europeas inspiró a líderes posteriores y lo situó como precursor de las luchas de liberación nacional del siglo XX.

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