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04 de mayo de 2024

Carmen de Carlos
Carmen de Carlos

Populismo, un ensayo de Eduardo Feinmann sobre la demagogia de nuestros tiempos ​

Seducen a la ciudadanía con grandes promesas y discursos floridos de amor y felicidad para todo el mundo, con caritas sonrientes y amigables participan del sistema democrático y luego lo destruyen desde adentro, lo degradan, lo pervierten

Actualizada 08:56

Eduardo Feinmann

Eduardo FeinmannPaula Andrade

Eduardo Feinmann, abogado y periodista argentino de larga trayectoria acaba de publicar el libro, Populismo. Por su interés reproducimos bajo estas líneas unos fragmentos del primer capítulo de este título, que ilustra con detalle uno de los males que asola buena parte de Hispanoamérica y del mundo.

Ni de derecha ni de izquierda

El populismo no es de derecha ni de izquierda. Mejor dicho, no importa si es de derecha o de izquierda: es populismo. Punto. No interesa la ideología, es una metodología. Lo mismo ocurre con las dictaduras, ¿qué cambia si el dictador es de derecha o de izquierda? Las dictaduras son dictaduras y el populismo es populismo. O, como dice la presidenta de la Comunidad de Madrid Isabel Díaz Ayuso, «ahora llamamos populismo a lo que toda la vida fue demagogia».

En la demagogia está una de las claves para entender el populismo.

En la demagogia está una de las claves para entender el populismo.
Veamos el significado más simple de la palabra, el que podemos encontrar en el diccionario de la Real Academia Española. Por cierto, una digresión, a lo largo de estas páginas vamos a recurrir a él permanentemente, porque el diccionario –como la Constitución– es el marco de todo, ahí están todas las definiciones. «Práctica política consistente en ganarse con halagos el favor popular», esa es la primera acepción de la palabra «demagogia». Clarísima. Y la segunda nos acerca todavía más a la comprensión del fenómeno populista, este germen que se ha ido esparciendo por toda Latinoamérica: «Degeneración de la democracia, consistente en que los políticos, mediante concesiones y halagos a los sentimientos elementales de los ciudadanos, tratan de conseguir o mantener el poder».

Claves del populismo

Mantenerse en el poder es otra de las claves del populismo. Lo que siempre busca es eternizarse, utiliza la democracia para establecerse en el poder y no moverse de allí. Es una suerte de monarquía maquillada por las urnas.

Un sistema que es una máquina de crear y reproducir pobres

Lo vimos en Venezuela con Chávez y ahora con Maduro, lo vemos en Nicaragua con el matrimonio Ortega. Ambas dictaduras llegaron al gobierno a través de elecciones regidas por la institucionalidad democrática y, una vez en el poder, arrasaron con todo. Armaron un entramado estatal – y paraestatal– a la medida de sus intereses que terminó con la democracia. Generaron división social, propiciaron enfrentamientos civiles, aniquilaron la iniciativa privada, destruyeron la economía, empobrecieron a la gente. En otras palabras: instalaron el populismo, un sistema que es una máquina de crear y reproducir pobres, que trata de mantenerlos cautivos a través de prebendas, planes sociales y relatos grandilocuentes.

«Migajas y mentiras»

Pan y circo, como en el Imperio romano. En este caso, migajas y mentiras. También represión –mucha represión–, porque quienes no se creen las mentiras ni se conforman con las migajas no tienen derechos para estos déspotas, populistas en el discurso y oligarcas autoritarios en el poder.
En el narcochavismo presidido por Nicolás Maduro las cifras de muertes por causas violentas provocan escozor. Lo dice con todas las letras y de manera muy valiente el Observatorio Venezolano de Violencia (OVV): «La violencia se ha apoderado del país. La criminalidad que antes se concentraba en unos municipios, ahora abarca a casi todo el país. De acuerdo a los parámetros de la Organización Mundial de la Salud, puede afirmarse con claridad que una epidemia de violencia se expande por el territorio nacional». El OVV es una Organización No Gubernamental y son los únicos en el país que aportan datos rigurosos, ya que la dictadura clausuró las estadísticas oficiales en la materia en 2003 (populistas en el poder que violentan datos oficiales, ¿les suena?). Sus informes anuales reportan que en la última década fueron asesinadas más de 200 mil personas.

Nicaragua

Si vamos a Nicaragua, no podemos olvidar la represión brutal que en 2018 llevaron adelante las fuerzas de seguridad de Daniel Ortega y que dejaron centenares de nicaragüenses asesinados, más de 650 de acuerdo al relevamiento de la Asociación Nicaragüense Pro Derechos Humanos (ANPDH). Muchas de esas víctimas fueron estudiantes.
Y en Cuba, a las tropelías históricas que viene desarrollando desde hace más de sesenta años el comunismo castrista, hay que agregarle la respuesta criminal que el gobierno de Díaz-Canel tuvo con las protestas ciudadanas de julio de 2021. «Han tenido la respuesta que merecían, como la han tenido en Venezuela», se vanaglorió el dictador.

Los piratas del Caribe

Venezuela, Nicaragua y Cuba. Maduro, Ortega y Díaz-Canel, «los piratas del Caribe», como los llamó el ex presidente boliviano Jorge Quiroga en una caracterización reciente del panorama político en Argentina y la región:
Es triste ver cómo se ha desperdiciado esa maravillosa oportunidad en Argentina porque tienen ese proyecto populista. Argentina no es un gobierno dictatorial, tiránico, absoluto como son las tres tiranías de los Piratas del Caribe –de Cuba, Venezuela y Nicaragua– pero duele profundamente ver cómo democracias grandes, los hermanos mayores del hemisferio, terminan siendo padrinos contemporizadores de estas tiranías; estoy hablando específicamente de los gobiernos de México, Brasil, Colombia y Argentina. Esos cuatro países son las dos terceras partes de la población de América Latina, ahí están las tres cuartas partes del PBI del continente, y uno esperaría de esos hermanos mayores que no solo aprovechen la coyuntura económica que se ha desperdiciado, sino también que sean firmes en la defensa de la democracia y libertad respecto de estas tres tiranías.

Sangre y muerte

Lo único que el populismo distribuye es sangre y muerte. Seducen a la ciudadanía con grandes promesas y discursos floridos de amor y felicidad para todo el mundo, con caritas sonrientes y amigables participan del sistema democrático y luego lo destruyen desde adentro, lo degradan, lo pervierten. «Son un burro de Troya que se meten dentro de los sistemas democráticos y los implosionan desde dentro», como suele decir una de las entrevistadas para este libro, la diputada hispanoargentina del parlamento español Cayetana Álvarez de Toledo. Se llenan la boca hablando de la protección de los pobres, de los débiles, de los oprimidos, de los postergados, de los excluidos, y en su nombre terminan secuestrando las instituciones para su propio beneficio. Los populistas son hipócritas que viven en la opulencia, dirigentes ricos para ciudadanos cada vez más pobres. Esa es la variante del populismo que tenemos en nuestro continente.

El populismo es un germen que se ha esparcido por todo el mundo, como lo hizo el Covid

El populismo es un germen que se ha esparcido por todo el mundo, como lo hizo el Covid. La cepa originaria es Rusia y China y la primera variante que llegó a Latinoamérica, como vimos, fueron el socialismo y la dictadura en Cuba, luego el castrismo fue marcando el ritmo aspiracional de los Chávez, los Kirchner, los Castillo, los Ortega, los Boric, los Evo Morales, los Lula. Como la delta, la ómicron y las demás letras del alfabeto griego, cada uno de esos esperpentos políticos son distintas variantes de un mismo virus que se extendió por toda Latinoamérica.
Aquella cepa originaria, como el virus que surgió en China, se fue propagando por distintos lugares y después fueron apareciendo variaciones con características levemente diferenciadas: algunas eran más mortales, había otras que solamente contagiaban sin llegar a matar, y algunas súper contagiosas que también mataban.

Germen mutante

El populismo es un germen altamente mutante, que hasta pudo llegar con una variante menos nociva a Estados Unidos con Biden e incluso antes con Trump. Eso sí, la más peligrosa, la que está arrasando con gran parte de América Latina, no llegó a la primera potencia del mundo —al menos hasta ahora—, porque allí han desarrollado anticuerpos, sobre todo en algunos estados y ciudades. Me lo dijo una vez el alcalde de Miami, Francis Xavier Suárez:
«El fraude del socialismo es algo que aquí lo entendemos de una forma profunda, de una forma concreta y no es una teoría para nosotros, no es un concepto abstracto, es un concepto muy concreto que ha creado mucha destrucción, muchos asesinatos y mucho trauma para nuestra comunidad».

Ideas antiguas que atrasan y fracasan. Eso es el populismo

Ideas antiguas que atrasan y fracasan. Eso es el populismo. Una forma de pensamiento superficial que se basa en la simplificación de los problemas, cuyos líderes carecen de planes de gobierno consistentes y que se dedican a prometer cosas imposibles e inalcanzables que a largo plazo solo generan más problemas y frustración. Como dice el profesor Loris Zanatta –quien también nos acompañará en estas páginas–, «a través del populismo se han mezclado los límites entre lo político y lo religioso de forma extraordinaria, hoy las soluciones racionales no están más en el centro del debate público».
Aunque el desastre populista no solo produce inviabilidad a largo plazo: el cuarto gobierno kirchnerista en Argentina, liderado desde la vicepresidencia por la condenada por corrupción Cristina Fernández de Kirchner, ha demostrado que también se puede destruir todo en muy poquito tiempo.
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