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28 de abril de 2024

Juan Rodríguez Garat
Juan Rodríguez GaratAlmirante (R)

¿Qué hará Putin con sus misiles el próximo año?

Los frentes apenas se han movido unos pocos kilómetros, en una u otra dirección y en los cielos de Ucrania, son los drones de ambos bandos los que siguen teniendo un papel protagonista

Actualizada 04:30

El presidente ruso, Vladimir Putin, y su ministro de Defensa, Sergei Shoigu

El presidente ruso, Vladimir Putin, y su ministro de Defensa, Sergei ShoiguAFP

Leo en Euronews que «aunque ningún dirigente europeo lo diga oficialmente, crece la sensación de que la guerra en Ucrania no acabará pronto», y me convenzo de que no son solo los rusoplanistas los que viven en un mundo paralelo, alejado de la realidad.
Por desgracia, todavía está muy lejos el final de la guerra. Pero lo que sí termina en Ucrania, como en todas partes, son las estaciones. Y el otoño de 2023 lo hace casi de la misma forma que el año pasado. Los frentes apenas se han movido unos pocos kilómetros, en una u otra dirección. En los cielos de Ucrania, son los drones de ambos bandos los que siguen teniendo un papel protagonista, aunque la proliferación de sistemas de guerra electrónica, sobre todo en el bando ruso, haya disminuido la impunidad con la que operaban en los primeros meses. En la mar, la llegada de misiles antibuque occidentales ha alejado a los marinos rusos del litoral occidental del mar Negro. Son muy pocos cambios para todo un año de guerra. Todos ellos, además, bastante predecibles.
¿No hay sorpresas entonces? Quizá podamos constatar una, aunque está pasando bastante desapercibida: llega la Navidad –este año, por primera vez, se ha celebrado en Kiev en la misma fecha que en Madrid– y todavía no ha comenzado la campaña de bombardeos destinada a dejar sin luz, agua y calefacción a las grandes ciudades ucranianas durante la temporada invernal. En 2022, el pistoletazo de salida de la campaña del frío, tan criminal como estéril –El Debate me publicó un artículo justificando ambos adjetivos el 17 de noviembre de ese año– se había dado en el mes de octubre. La tormenta de misiles que entonces caía sobre Kiev casi cada semana se ha convertido en una ineficaz llovizna de drones. ¿Cuáles son las razones de tanto retraso? Putin no las ha comentado, lo que nos deja la puerta abierta para especular sobre ellas.
¿Es posible que el dictador ruso se haya dado cuenta de que lo que hizo el año pasado no sirvió para nada? No lo creo. No puede haber sido una sorpresa para él. Lo mismo que escribí yo entonces le habría anunciado el general Gerasimov, que no tiene nada de torpe y, con toda probabilidad, ha leído los mismos libros que los militares occidentales, tanto del arte de la guerra como del Derecho Internacional Humanitario.
Veamos otras opciones. Es posible que Putin se haya dado cuenta de que el bombardeo de ciudades resulta contraproducente cuando todas sus esperanzas para ganar la guerra están puestas en que no continúe el apoyo militar y financiero que los EE.UU. han venido dando a Zelenski. Una masacre más –por mucho que no fuera intencionada, sino resultado de un error de inteligencia o de la imprecisión de los misiles más antiguos– sería, en este momento, una provocación de lo más inoportuna.
También es posible que Putin se haya dado cuenta de que sus existencias de misiles van disminuyendo –es probable que, si hablamos de misiles modernos, no le queden muchos más de los que va produciendo mes a mes– y quiera guardar lo mejor de su arsenal para una batalla mucho más decisiva: el ataque a las bases aéreas donde, si todo va como está previsto, el año que viene desplegarán los F-16 ucranianos.
Veremos entonces el segundo asalto de un combate donde Ucrania se juega mucho: el misil norteamericano Patriot contra los misiles balísticos rusos, liderados por el sobrevalorado Khinzal. Recordemos que el asalto inicial ha favorecido al primero: Putin prometió destruir las baterías de Patriot y ahí siguen, defendiendo los cielos de Kiev. Sobre la capital de Ucrania, los rusos ya solo lanzan drones, que no hacen mucho daño y son demasiado baratos para justificar el coste de los misiles norteamericanos. Veremos lo que, más adelante, puede hacer Rusia para tratar de invertir el resultado.
Una tercera posibilidad es que Putin, que seguramente ordenó la campaña del pasado invierno porque no se le ocurrió nada mejor para que los ciudadanos rusos olvidaran las duras derrotas de sus tropas en Járkov y Jersón, no tenga este año tantos fracasos que tapar. Los pobres resultados de la contraofensiva ucraniana y el descorazonador politiqueo del Congreso norteamericano hacen, desde el punto de vista de la moral del pueblo ruso, innecesario el bombardeo de Kiev.

Aunque sea tan ambicioso como Napoleón, Putin carece de su genio

Seguramente, el dictador del Kremlin habrá sopesado cuidadosamente todas estas razones. Y quizá alguna más, que se me haya quedado en el tintero. Lo que seguramente no habrá hecho –porque, aunque sea tan ambicioso como Napoleón, Putin carece de su genio– es una reflexión crítica sobre los reiterados fracasos de sus campañas. Algo que Gerasimov sí habrá realizado, pero no se atreverá a comentarle.

Cuatro fracasos en dos años

Ya son cuatro las campañas de bombardeo estratégico ordenadas por Putin. La primera, doctrinalmente ortodoxa –contra los centros de mando y control, la defensa aérea y los aeropuertos militares– fracasó por falta de intensidad. Las interferencias del nivel político siempre son malas, y Putin prefirió apostar por el acuerdo con el Ejército ucraniano. Por esa razón, en los primeros días de la guerra, cuando era más importante actuar con decisión, no quiso apretar las tuercas demasiado.
La segunda, también ortodoxa, tuvo como blanco la infraestructura de transporte y almacenamiento que, en los primeros meses, distribuía el armamento occidental. Ordenada también desde el nivel político para demostrar que el Kremlin hacía algo para frenar la llegada de armas al Ejército de Zelenski, la campaña nunca tuvo la menor probabilidad de éxito. La aviación rusa no vuela sobre territorio enemigo y Ucrania era –y sigue siendo– demasiado grande para las disponibilidades de misiles de largo alcance.
La tercera campaña, destinada a destruir los sistemas energéticos de las ciudades ucranianas, vino impuesta otra vez por el nivel político para llevar esperanza al pueblo ruso a cuenta del frío de los ciudadanos de Ucrania. Ese es, ciertamente, el único resultado que consiguió a cambio de la condena de la gran mayoría de los gobiernos de la ONU.
La cuarta campaña, más absurdamente criminal que las anteriores, es la que tomó como blanco la infraestructura portuaria de la región de Odesa después de que Rusia se retirara del acuerdo de exportación de grano ucraniano. ¿Cómo contribuiría a poner fin a la guerra la destrucción de los silos de trigo en los puertos fluviales del Danubio? No puedo aventurar una respuesta, pero sí imagino que a Putin le habrá dolido no haber conseguido bloquear la costa ucraniana y esa puede haber sido su venganza.
Si la quinta campaña vuelve a la ortodoxia militar y toma como blanco las bases aéreas ucranianas tras la llegada del F-16, es probable que, como todas las anteriores, también fracase. Pero, al menos, no avergonzará a los militares rusos que, cuando acabe la guerra, tengan que estudiarla en sus escuelas de Estado Mayor.
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