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Juan Rodríguez Garat
Análisis militarJuan Rodríguez GaratAlmirante (R)

Lo que J.D. Vance podría aprender de Clausewitz

Si fuera honesto, Vance debería preguntarse cuáles fueron las cartas que derrotaron a los EE.UU. en Vietnam, a la URSS y a la OTAN en Afganistán, a Rusia en Siria o, ya que él fue testigo directo, a los marines en Irak

Actualizada 04:30

El vicepresidente estadounidense, J.D. Vance, en la Base Espacial Pituffik del ejército de EE.UU. en Groenlandia

El vicepresidente estadounidense, J.D. Vance, en la Base Espacial Pituffik del ejército de EE.UU. en GroenlandiaJim Watson / AFP

Parecía prometedor el vicepresidente norteamericano cuando, hace ya seis meses, se enfrentó al demócrata Tim Walz en el único debate celebrado entre los dos candidatos a vicepresidente de los EE.UU. Desde entonces, sin embargo, nos ha defraudado mucho. El escenario internacional parece superar al joven ex marine de Ohio, que no debe de haber aprendido demasiado de los seis meses que estuvo desplegado en Irak.

Nadie sabe de todo, es verdad, pero para eso están los asesores. Algo de lo que carece el actual gobierno norteamericano, que prefiere la lealtad ciega a la opinión razonada. Sin filtro alguno —tiene a quien salir— Vance defiende sin disimulo que Ucrania debería rendirse. Ya lo dice su jefe: Zelenski no tiene cartas. Sin embargo, el ambicioso vicepresidente, que poco a poco se va sintiendo más cómodo en el papel de poli malo, suele llegar más lejos que Trump en sus declaraciones. Así justificaba ayer su alineamiento con el dictador del Kremlin: «Creo que entre los principales medios de comunicación predomina la extraña idea de que si esto continúa durante unos años más, los rusos colapsarán, los ucranianos recuperarán su territorio y todo volverá a ser como era antes de la guerra. Esa no es la realidad en la que vivimos.»

La guerra limitada

Si fuera honesto, Vance debería preguntarse cuáles fueron las cartas que derrotaron a los EE.UU. en Vietnam, a la URSS y a la OTAN en Afganistán, a Rusia en Siria o, ya que él fue testigo directo, a los marines en Irak. Y, si lo hiciera, quizá buscaría la respuesta en Clausewitz, un autor que, en el pasado, presumían de leer los estadistas y que hoy, probablemente, se jacten de ignorar. El militar prusiano fue quien nos enseñó que la guerra absoluta, aquella en la que cada pueblo beligerante pone toda su energía vital en la destrucción del otro, no se da en la realidad.

EE.UU. podía haber derrotado a Vietnam, pero a un precio que no estaban dispuestos a pagar. Y lo mismo le ocurre a Putin en Ucrania

La guerra real es siempre limitada por razones económicas, sociales o políticas que afectan de distinta manera a los dos bandos en conflicto. Por supuesto que los EE.UU. podían haber derrotado a Vietnam, pero a un precio que no estaban dispuestos a pagar. Y lo mismo le ocurre a Putin en Ucrania.

Para el dictador ruso, la invasión de Ucrania tiene un objetivo claro: el poder. No es, desde luego, el único que lucha por eso. Al contrario. Con otras herramientas, no necesariamente militares, lo hacen políticos en todo el mundo. En España también. Y tampoco se trata de una idea nueva que se le haya ocurrido al criminal del Kremlin. Dos siglos antes de que Maquiavelo teorizara sobre el asunto, la Primera Crónica General que ordenó redactar Alfonso X el Sabio ya presentaba la conquista de Sevilla por Fernando III el Santo como algo mucho más personal que geopolítico: «La cosa que dio cima a las otras cosas todas que este rey don Fernando fizo». El cronista añade: «Fue esta de las mayores y más altas conquistas que en el mundo todo fue vista». Gracias a ella, «reyes y reinos le rindieron vasallaje.»

Tengo para mí que fue eso, el dulce aroma del poder —y no el fracasado intento de frenar la expansión de la OTAN, que como consecuencia de la guerra ya ha integrado a Suecia y a Finlandia—lo que ha movido a Putin a invadir Ucrania. Parafraseando nuestra Primera Crónica, la conquista habría sido «la cosa que dio cima a las otras cosas todas que este presidente fizo». Claro que para eso tendría que haber salido bien.

Putin no va a comenzar una guerra mundial que le dejaría sin corona, sin súbditos y seguramente sin vida

¿Cuánta carne está dispuesto a poner en el asador el dictador ruso en aras de una victoria que refuerce su poder? Visto lo que hizo en Grozni o en Alepo, toda la que no sea contraproducente. Putin no va a comenzar una guerra mundial que le dejaría sin corona, sin súbditos y seguramente sin vida. No va a declarar la guerra a Ucrania ni a movilizar de manera forzosa a la sociedad rusa porque comprometería su prestigio personal y su apoyo popular.

En cambio, poco le importará que, víctimas de los drones, mueran cerca de 200 soldados al día —rusos en su mayoría, porque los norcoreanos, que por primera vez acaban de ver reconocida su participación en la guerra, y los mercenarios de distintas procedencias son solo un pequeño porcentaje del total— o que su pueblo sufra privaciones. Él sabe que la mayoría de los seres humanos nos crecemos con el castigo y que la guerra le permitirá terminar para siempre —o para el resto de su vida, que para el caso es lo mismo— con cualquier vestigio de democracia en Rusia. Así pues, seguirá haciendo de la necesidad virtud y mantendrá viva esa guerra limitada que no puede ganar pero tampoco puede perder hasta que se le ocurra una idea mejor. Una idea que, por cierto, no incluye que Trump se erija como el gran vencedor. De ahí el infantil empeño de Putin en oponerse a todas las treguas que propone el norteamericano y proclamar unilateralmente las suyas propias.

La perspectiva ucraniana

Desde el lado ucraniano, las cosas no se ven como dice Vance. Lo que se espera no es que, con el tiempo, Rusia colapse y que se produzca una victoria militar de Kiev. Zelenski y su pueblo sí que parecen entender que la guerra es siempre limitada; que una guerra que se libra por la ambición de Putin perderá buena parte de su razón de ser cuando falte el dictador; que nadie es eterno y que, aunque no haya esperanzas de una victoria militar, sí es razonable apostar por que —como hizo el presidente Nixon, en Vietnam o el propio Trump en Afganistán— quien suceda a Putin decida que ya está bien de sacrificios. Esa fue la carta ganadora de afganos, sirios, iraquíes o vietnamitas y, para jugarla, a los ucranianos no les queda otra que aguantar. Con la ayuda de los EE.UU., si es que Trump decide ponerse del lado del agredido, de sus aliados, de la carta de la ONU, de la democracia y del mundo basado en reglas que antes defendía Washington… o sin ella.

¿Es posible que Ucrania resista sin los EE.UU.?

¿Es posible que Ucrania resista sin los EE.UU.? Quizá no lo habría sido en el primer año de la guerra. Sin embargo, hoy día, el equilibrio del frente depende fundamentalmente de dos carreras —la de los drones y la del reclutamiento— igualmente difíciles para ambos bandos y en las que Washington tiene muy poco que decir.

La negativa de Trump a vender —hace mucho que el magnate dejó claro que no iba a regalar nada— a Ucrania sus misiles Patriot, justo después de la masacre de Sumy el pasado Domingo de Ramos, es dolorosa pero en absoluto decisiva. Sorprende, a estos efectos, que ni Vance ni el propio Trump encuentren quien les diga que no es solo el pueblo ruso el que se crece con el castigo. Quizá tengan que ser los votantes norteamericanos —las encuestas publicadas después de los primeros cien días de gobierno son muy poco alentadoras para el magnate— quienes se lo recuerden.

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