Elecciones presidenciales en Chile: la inocencia solo se pierde una vez
El centro-izquierda chileno —Partido Socialista y la Democracia Cristiana— parece haber olvidado lo más importante: con los comunistas no se juega
Los tres principales candidatos a la presidencia de Chile: José Antonio Kast, Jeannette Jara, del Partido Comunista y Evelyn Matthei
La campaña presidencial en Chile avanza vertiginosamente. El próximo 18 de agosto deberán estar inscritos los candidatos que competirán por la jefatura del gobierno y, a mediados de noviembre, tiene lugar la primera vuelta electoral. El clima está muy caldeado. Si bien en estas latitudes nos encontramos en pleno invierno, la temperatura política está reventando los termómetros. Lo anterior, en ambos lados del espectro. Veamos en estas líneas, lo que ocurre en las izquierdas.
En el mundo oficialista, que busca proyectar al Gobierno del presidente Boric, se impuso recientemente, en una elección primaria, la exministra del Trabajo, la militante comunista, Jeannette Jara. Ese bloque político agrupa, además de a ese partido, a los sectores socialistas y al Frente Amplio, colectividad equivalente al Podemos español y en donde milita el actual presidente de la República.
Lo sintomático es que el liderazgo de los comunistas, al interior de las izquierdas chilenas, constituye un hecho inédito. Aunque de seguro para los lectores europeos pueda resultar una rareza, en este austral país todavía existe una agrupación —el Partido Comunista (PC)— que posee en torno al 6 % del electorado y que en los últimos años se las ha ingeniado para fortalecer su actuación en los diversos gobiernos en que ha participado.
Efectivamente, su ingreso al poder fue con motivo de la segunda administración de la expresidenta Michelle Bachelet, para luego ampliar ese espacio y profundizar su gravitación bajo el actual régimen, en donde es uno de los partidos principales. De hecho, militantes comunistas ocupan importantes ministerios en el gabinete, tales como Educación, Justicia y Comunicaciones. Si bien han influido siempre en la política chilena, hasta ahora jamás un miembro de ese partido había logrado agrupar a la izquierda detrás de él. Ni siquiera el reconocido poeta, Pablo Neruda, fue capaz de alcanzarlo, al intentar, en el año 70, una fallida candidatura presidencial. Por tanto, estamos frente a un hecho histórico: en el Chile del 2025, en pleno siglo XXI, uno de los candidatos que competirá, con posibilidades ciertas, por liderar al país proviene de un partido que representa algo así como lo peor del siglo XX.
Quienes buscan relativizar este hecho sostienen que el PC de hoy no es el de hace 50 años. Puede haber algo de razón en ese punto, pero sigue siendo una colectividad que no ha renunciado al marxismo-leninismo y, por tanto, cree en la dictadura del proletariado; la sociedad sin clases; entiende la democracia liberal como un instrumento burgués y busca en el Estado, el motor central de la economía. Sin dejar de considerar, su abierta inclinación a validar la violencia como un medio de acción política, tal cual lo dejaron de manifiesto con sus acciones, en los tristemente célebres sucesos del «estallido social», de octubre de 2019.
El asunto es que las fuerzas pertenecientes a la tradición socialdemócrata en la izquierda nacional, parecen haber abdicado de su vocación de conformar una alternativa propia y moderada, lejos de las expresiones de grupos radicales y extremos como lo constituye el PC. Y en esta campaña presidencial, se han subordinado como hermanos menores a este. ¿Por qué? La respuesta es simple, pero aterradora: no saben qué hacer si pierden el poder. Son demasiados los cargos y escaños parlamentarios que se les irían entre los dedos. Sin embargo, hay demasiadas cosas que los separan y que en la hora presente parecieran no importar. Además de las diferentes visiones programáticas que poseen ambas almas de la izquierda en la mayoría de los temas, la cuestión de la violencia emerge como el principal parte aguas o línea roja que jamás se debería atravesar. Hacerlo tiene consecuencias. El socialismo democrático ha pagado caro estos renuncios. Ningún partido, y el PS y sus satélites no constituyen la excepción, pueden quejarse si su proyecto político carece de suficiente adhesión ciudadana, cuando son ellos mismos quienes se esfuerzan por esconderlo y desdibujarlo ante la ciudadanía.
Ahora bien, lo anterior no es todo. La semana pasada, en su Junta Nacional, la Democracia Cristiana (DC) —colectividad de centroizquierda— también decidió inclinarse por el suicidio. Por amplia mayoría, otorgó su respaldo a la candidatura de la comunista Janet Jara. La paradoja es que ese tradicional partido chileno, la DC, cuna de tres expresidentes en el país —Frei Montalva, Aylwin y Freí Ruiz Tagle– que en estos mismos días acaba de cumplir 68 años de existencia, se haya inclinado en esa dirección.
La DC nació como una escisión del derechista Partido Conservador, precisamente para representar una alternativa al comunismo, en base a la doctrina social de la Iglesia y a las enseñanzas del filósofo francés, Jacques Maritain. Si bien es cierto que desde sus comienzos tuvo una deriva hacia ideas progresistas de izquierda, hasta ahora nunca había renunciado tan abiertamente a su propia identidad.
Coqueteos y escarceos había habido y muchos, pero al parecer, de tanto intentar robarle las banderas a la izquierda, terminaron confundiéndose respecto de quienes realmente son en el espectro político chileno. Nadie podrá decir que la decisión de la DC representa una sorpresa, pero sí una profunda decepción. Más aún, cuando este partido ni siquiera forma parte de la actual alianza gobernante, precisamente, porque no quiso incorporarse a ella, cuando el actual gobierno arranco, por encontrarse en ese conglomerado el PC. Vaya paradoja. Lo que parecía intransable hace solo algún tiempo, ahora se volvió necesario y conveniente. El partido de la flecha, como se le conoce a la DC, está al borde de la desaparición y este apoyo, esperan sus ya menguados militantes, les permitiría una sobre vida aunque sea artificial. El resultado está por verse. No vaya a ser cosa que disminuyan o pierdan su representación en el Congreso y, de paso, hayan renunciado definitivamente a su domicilio político.
En todo este enjambre, el centro-izquierda —PS y DC— parece haber olvidado lo más importante: con los comunistas no se juega. Pensar diferente constituye una ingenuidad y dichos partidos están viejos para eso. El PC ya ganó. Logró tomar la hegemonía, como se dice en clave marxista, del mundo político que habita.
El triunfo o la derrota en la presidencial será para ellos sólo un dato anecdótico. Sin embargo, nuestros amigos socialistas y demócrata cristianos, que buscan ir por lana, me temo que terminarán saliendo trasquilados. De eso, tengo pocas dudas. Ojalá esta vez me equivoque.
Cristian Pizarro Allard es editor del diario El Mercurio de Chile