Una mujer guarda en la cartera el décimo de lotería de Navidad que ha comprado en una administración
Por qué se brinda con champán al ganar el Gordo de la Lotería de Navidad
Curiosamente, la costumbre de agitar la botella y duchar a los presentes, al estilo de la Fórmula 1, es un fenómeno más moderno impulsado por la telegenia
Cada 22 de diciembre, los informativos de televisión reproducen en bucle una escena idéntica: personas empapadas, suelos pegajosos y corchos volando frente a una administración de loterías. El brindis con champán —o más habitualmente cava, en el caso de España— se ha convertido en la liturgia visual indiscutible de la Lotería de Navidad, un ritual sin el cual el premio parece que no tiene validez.
Históricamente, el vino espumoso fue una bebida reservada exclusivamente para la aristocracia y la realeza europea de los siglos XVIII y XIX. Debido a la complejidad de su elaboración y la fragilidad de las botellas antiguas, era un producto caro y escaso, un símbolo de estatus inalcanzable para las clases trabajadoras.
Por tanto, cuando la Lotería de Navidad comenzó a popularizarse, descorchar una botella de este «vino de reyes» simbolizaba el acceso inmediato a una vida de riqueza. Beber champán era, literalmente, beberse el éxito. Una forma de decirle al mundo que, gracias al Gordo, uno acababa de cruzar la frontera social hacia la abundancia.
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El cava deja de ser solo una bebida
Más allá del estatus, existe una potente simbología visual y sonora en el acto del descorche. El estruendo del tapón saliendo disparado funciona como un disparo de salida para la nueva vida, una liberación de tensión acumulada idéntica a la emoción contenida durante el sorteo.
Además, la espuma que se desborda incontrolablemente es la metáfora perfecta de la alegría desatada y del dinero que «sobra». A diferencia del vino tranquilo, que se sirve con mesura, el espumoso en la lotería se derrama y se desperdicia, un gesto de opulencia que indica que ya no es necesario medir ni ahorrar.
Curiosamente, la costumbre de agitar la botella y duchar a los presentes, al estilo de la Fórmula 1, es un fenómeno más moderno impulsado por la telegenia. Los medios de comunicación buscan esa imagen de euforia explosiva, y los ganadores, conscientes de las cámaras, imitan a los pilotos de carreras.
Así, el cava deja de ser solo una bebida para convertirse en agua bendita pagana, un elemento purificador que «bautiza» a los afortunados en su entrada al club de los millonarios, sellando la promesa de un futuro dorado y burbujeante.