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Los niños de la Residencia San Ildefonso de Madrid Piero Rai Chávez (d) y Alisce Ríos (i), muestran el número 72.480, el Gordo de Navidad, dotado con 4.000.000 euros a la serie

Los niños de la Residencia San Ildefonso de Madrid Piero Rai Chávez (d) y Alisce Ríos (i)EFE

El sonido de los niños de San Ildefonso: historia de una tradición que emociona

El vínculo definitivo con la suerte se forjó el 9 de marzo de 1771, cuando el alumno Diego López se convirtió en el primer niño en cantar los números

Para la inmensa mayoría de los españoles, la Navidad no comienza oficialmente con el encendido de las luces en las calles ni con la primera cena familiar, sino con una cadencia musical muy específica que inunda las televisiones y radios la mañana del 22 de diciembre.

El inconfundible «sonsonete» de los niños y niñas de San Ildefonso es mucho más que la lectura mecánica de unos números, ya que se ha convertido en la banda sonora emocional de todo un país, una melodía monocorde que conecta generaciones y que hunde sus raíces en la historia profunda de la asistencia social y la cultura española.

El origen de esta tradición se remonta mucho antes de que existiera el Sorteo de Navidad tal y como lo conocemos hoy. La institución, nacida inicialmente como un orfanato para acoger a niños desfavorecidos de Madrid, ya tenía a sus internos cantando oraciones y doctrinas por las plazas a cambio de limosnas siglos atrás.

Sin embargo, el vínculo definitivo con la suerte se forjó el 9 de marzo de 1771, cuando el alumno Diego López se convirtió en el primer niño en cantar los números de la Lotería Moderna bajo el reinado de Carlos III. Desde aquel instante, la inocencia infantil quedó ligada indisolublemente a la fortuna nacional.

No es un canto improvisado

La evolución de este coro de la suerte ha sido testigo directo de los cambios sociales de España. Quizás el hito más transformador ocurrió en 1984, un año que rompió con siglos de exclusividad masculina.

Hasta entonces, solo los varones cantaban los premios, pero la admisión de niñas en el internado permitió que Mónica Rodríguez fuera la primera en prestar su voz al sorteo, cambiando para siempre el timbre y la estética del evento. Hoy en día, la diversidad del alumnado refleja la realidad multicultural de la sociedad española actual, enriqueciendo una tradición que ha sabido adaptarse sin perder su esencia.

Técnicamente, lo que escuchamos no es un canto improvisado, sino el resultado de meses de ensayo riguroso. Los niños entrenan la vocalización, el ritmo y la resistencia para mantener la voz clara durante las largas horas que dura el sorteo.

Ver cómo manos pequeñas manejan bolas de madera que valen millones de euros crea una tensión poética única. Cuando la voz se quiebra por la emoción al cantar el «Gordo», San Ildefonso nos recuerda que, en el centro de esta gigantesca maquinaria económica, sigue latiendo un corazón profundamente humano.

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