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La ex secretaria de Estado de EE.UU. Madeleine Albright durante la presentación de la edición española de sus Memorias

La ex secretaria de Estado de EE.UU. Madeleine Albright durante la presentación de la edición española de sus MemoriasEFE

Madeleine Albright (1937-2022)

La 'Dama de Hierro' de Washington

Pieza clave de la Administración Clinton, su balance diplomático se compone de éxitos –ampliación de la OTAN– y de fracasos como en Corea del Norte y su ceguera ante el peligro islamista

Madeleine Albright

Marie Jana Korbelova

Nació el 15 de mayo de 1937 en Smíchov (Checoslovaquia) y falleció el 23 de marzo de 2022 en Washington

De amplia formación académica, impartió durante años Relaciones Internacionales en Georgetown mientras escalaba los peldaños del Partido Demócrata. Fue embajadora estadounidense ante la ONU entre 1993 y 1997 –la segunda mujer tras Jeanne Kirkpatrick en tiempos de Ronald Reagan– y la primera mujer Secretaria de Estado entre 1997 y 2001.

Madeleine Albright supo tener paciencia. Y sobre todo, tesón: en los años ochenta asesoró en asuntos de política exterior a dos candidatos demócratas a la Casa Blanca –Walter Mondale y Michael Dukakis– que fueron vapuleados en las urnas por Ronald Reagan y George H.W. Bush respectivamente. Pero estos amargos antecedentes no le hicieron desistir de prestar el mismo tipo de servicios a Bill Clinton durante la campaña electoral de 1992.

A la tercera fue la vencida y el nuevo inquilino de la Casa Blanca decidió premiarla con la embajada ante Naciones Unidas, cargo con rango ministerial en Estados Unidos y muy expuesto en el plano mediático. Lo sabía y aprovechó esas bazas con creces, imponiendo desde el principio un estilo hosco, pero con las suficientes dosis de diplomacia como para saber llegar a acuerdos. O para dinamitarlos o vaciarlos de contenido siempre que contravinieran los intereses de Estados Unidos.

Por ejemplo, en el caso del conflicto que asolaba a Somalia a principios de los 90. En contra de las promesas electorales de Bill Clinton, Estados Unidos retiró sus tropas en apoyo de la operación humanitaria tras el asesinato de 18 soldados por orden de uno de los «señores de la guerra» de aquel campo de batalla y, por ende, de las misiones más arriesgadas de la ONU. Una política que se aplicó por primera vez durante el genocidio ruandés de 1994, donde la embajadora Albright protagonizó un choque con el entonces secretario general de la organización, Butros Butros-Gali, que se quejó de su poca interlocución con Albrighy.

Y algo de razón tenía, pues la combativa diplomática se arrepintió en sus memorias de no haber hecho algo más para detener el mayor crimen de masas desde la Segunda Guerra Mundial. También en la Guerra de Bosnia, Albright mantuvo una estrategia criticable: permitía que el Consejo de Seguridad multiplicara las condenas a la par que Estados Unidos no se implicaba lo suficiente para detener el sufrimiento de las poblaciones. Eso sí, antes de dejar Nueva York, Albright se vengó de Butros-Gali vetando una reelección que parecía asegurada.

Ya tenía asegurado el puesto de Secretaria de Estado cuando llevó a cabo esa ejecución: su sintonía con Clinton era total y el presidente quería que una mujer dirigiera por primera vez la diplomacia estadounidense. Pero una cosa son los hitos y otra, muy distinta los hechos. Entre los éxitos de Albright cabe destacar su manejo de las relaciones con Rusia, a la que supo amansar integrándola en plataformas multilaterales –el G7, sin ir más lejos– al tiempo que fomentaba la ampliación de la OTAN y ejercía de principal promotora de la intervención en Kosovo contra Serbia, aliada de Moscú.

Tampoco se puede obviar sus esfuerzos para completar el proceso de paz en Irlanda del Norte. Pero fracasó por completo en su intento de frenar los ardores nucleares de Corea del Norte –en las retinas de mucho permanece aquel show en un estadio de Pyongyang junto a Kim Jong-il– y sus propios diplomáticos la acusaron de no haber calibrado el peligro islamista, pese a las sangrientas advertencias de 1998 plasmadas en atentados contra intereses estadounidenses.

Con todo, una de los episodios de mayor impacto tuvo que ver con ella misma: su relato familiar se truncó cuando tuvo que admitir que su fe católica no respondía a la tradición familiar, sino a la decisión de sus padres de evitar las persecuciones antisemitas en su Checoslovaquia natal, país del que huyó dos veces: en 1939, de los nazis, y en 1948, de los comunistas.

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