
Fernando González-Camino (1943-2023)
Dirigió y creó las primeras escuelas de pilotos de España
«No hay tiempo ni dedicación suficientes, cuando las ganas de conocimiento son insaciables», parece susurrarme estos días su eco

Fernando González-Camino Meade
Una vida ligada al motor
Director de la Escuela de Pilotos de Emilio de Villota y fundador de la Escuela Española de Pilotos y equipo de competición (E2P). Fundador y propietario de la Escuela de Pilotos EV Racing. Presidente de Sistemas de sonido F.G.-Camino. Consejero delegado de Triex S.A.
Ayer el piloto Pedro de la Rosa escribió en sus redes: «Triste noticia. Fernando era un genio. Un fuera de serie». Pocas veces un mensaje aparentemente manido por ser oído tan a menudo me ha parecido más honesto y más real. La prueba de que a veces las frases hechas lo son por algo, o por alguien. En este caso por Fernando González-Camino Meade, que ya descansa en su pueblo de Esles, en su casa. Ha puesto fin a un viaje que comenzó hace ochenta años, y ha muerto donde él quería morir.
Una parte inmensa de su vida la dedicó al mundo del automovilismo cuando en este país era un deporte de minorías que apenas levantaba un puñado de aficionados. Formó a importantes pilotos internacionales y dirigió y creó las primeras escuelas de pilotos de España. Pero, sin duda, su mayor logro fue haber acompañado a su hija Balba, la primera mujer que ganó una carrera de automovilismo y un campeonato nacional.
Luego vino la carrera más larga, la que corrió contra su propia enfermedad. Y como el buen piloto y maestro que fue para tantos, en esa larga recta que se le abrió ante sí cuando se la detectaron, se aplicó a sí mismo todas esas enseñanzas que él había transmitido a sus pupilos. «No te rindas». «Cada día es una nueva etapa que hay que superar». «Es que no se puede vivir pensando hacia atrás». Son frases que yo le oí a menudo, y no estábamos en un circuito. A cada cual su método, y más en tiempos en los que tenemos métodos y terapias para todo, pero el suyo funcionó; le permitió vivir muchos años, y a nosotros disfrutar de su compañía y de su torrente de ideas geniales. Porque así era él, un cajón de ideas. Un torbellino pensante. Los médicos le diagnosticaron tres o cuatro años de vida, eso fue hace diecisiete… Su tesón y su fuerza de voluntad no necesitan más demostración que ese dato, pero algo mucho más potente que todo eso sustentó esas dos virtudes: su infinita curiosidad. Todo le interesaba, por supuesto, salvo lo que no, y entonces no le dedicaba ni tiempo ni energía. Pero ¡ay de aquello que despertara su interés! «No hay tiempo ni dedicación suficientes, cuando las ganas de conocimiento son insaciables», parece susurrarme estos días su eco. Con el mismo tesón con que desmontaba un coche para volverlo a montar según los últimos estudios y cálculos que había pergeñado en tantas noches sin dormir (era un pensador y trabajador anárquico e incansable), desmontó máquinas de oxígeno, prospectos de medicinas y sillas de ruedas ante los médicos, que, atónitos, asistían a ese milagro de la ciencia. No, no era el milagro de la ciencia, sino el de su fuerza titánica. La de un enfermo que se negaba a serlo con una extraordinaria capacidad para mirar hacia delante.
El día 2 de julio cumplió ochenta años. Fue su última gran prueba de fuerza. Se propuso llegar a esa fecha y lo hizo, a pesar de llevar unos días sin poder moverse de su cama. Tanto tiempo en boxes no lo aguanta un campeón. A su manera, llegó para ver reinaugurada la gran salona de su casa de Esles y celebrar con su familia los trescientos años de esa casa que tanto amó, en este pueblo desde el que escribo que es lugar de nuestros amores. «Manteneos unidos y mantened unido esto». No es la voz de un Fabrizio Salina de otro siglo, es la voz de mi tío, que sabía que ante las múltiples elecciones de vida, la de quienes hemos elegido a la familia como pilar y fundamento estamos condenados, quizás felizmente, a compartirnos, a soñar juntos, a pelearnos y a reconciliarnos. «Manteneos unidos»… fue lo último que me dijo, y sé que esa lección vale para la empresa de la vida, pero cuando se oye en la familia y de alguien tan querido, solidifica más el andamio del alma.Su mujer, sus hijas, sus hermanos, sus nietos, sus sobrinos y sus amigos estábamos todos con él el día de su ochenta cumpleaños, en un gran adiós hacia su nuevo viaje. Punta tacón, punta tacón… serán sus pasos de baile. Su hija Cristina ya lo estaba esperando. Juntos, fijarán el rumbo en esa larga carretera hacia la eternidad que él seguramente se va a encargar de rediseñar con alguna curva para que no decaiga la emoción. Hasta que se pare el cronómetro que ahora tiene la agujas de la eternidad. Ya no hay línea de meta. Descansa en paz, tío Fer.