
Gonzalo Lobo
Gonzalo Lobo (1931-2025)
Sacerdote, teólogo, docente y escritor
El 1 de abril de 1951 solicitó su admisión en el Opus Dei. Marcharía a Roma para seguir los estudios en Derecho Canónico, doctorándose en dicha materia por el Angelicum, la Universidad Pontificia de Santo Tomás

Gonzalo Lobo Méndez
Sacerdote
Humanamente, don Gonzalo, un buen amigo de sus amigos, sencillo, humilde, «escuchador», afable, pausado, pero firme en sus convicciones.
El 11 de febrero fallecía, en Madrid, don Gonzalo Lobo Méndez. Nació en Luarca (Asturias) el 23 de abril de 1931. Se convertiría en un entregado sacerdote, dedicado al estudio de la teología y a su enseñanza como docente y escritor, que pretendió y lo consiguió, responder con su entrega y dedicación a la divulgación teológica para todo cristiano que quisiera profundizar su formación, más allá de los clásicos catecismos que, tradicionalmente, fueron el método utilizado para dicho menester en el pasado.
El 1 de abril de 1951 solicitó su admisión en el Opus Dei. Marcharía a Roma para seguir los estudios en Derecho Canónico, doctorándose en dicha materia por el Angelicum, la Universidad Pontificia de Santo Tomás. En 1956 fue ordenado sacerdote en la Ciudad Eterna. Volvería a España, donde ejercería su ministerio hasta su fallecimiento, los últimos cuarenta años, en la ciudad de Madrid. Su vida de entrega a los demás fue poliédrica: sacerdote, teólogo, docente y escritor. Con su actividad trató de difundir las razones que avalan las verdades reveladas, teniendo siempre presente que la fe no es resultado de una búsqueda intelectual, aunque tampoco es un acto irracional y precisa de la inteligencia personal. Su prioridad fue siempre la labor de almas, a través del ministerio sacerdotal. Los medios para ese fin fueron los de facilitar a los cristianos corrientes las «Razones para creer», que recogió en su manual de Teología Fundamental.
Fue un intelectual de raza y honesto que hizo vida una frase del apóstol Pablo «No es que por nuestra parte seamos capaces de apuntarnos algo como nuestro, sino que nuestra capacidad viene de Dios». Nunca pretendió, a pesar de su amueblada cabeza y de su condición de profesor universitario, darse aires de «reverendo», pues, pensando en sus alumnos y lectores tuvo presente aquellas palabras que san Pablo dirigió en su Segunda carta a los Corintios «No somos dueños de vuestra fe —fieles, alumnos y lectores— sino cooperadores de vuestro gozo».
Su obra escrita es extensa y la conforma dos grupos de publicaciones. El primero, en torno a lo que constituye el centro de la fe cristiana, en un intento de poner al alcance del común de los fieles el misterio de la Trinidad. El segundo, facilitar a sus alumnos la comprensión de los contenidos de la fe cristiana, proporcionándoles los argumentos que, a lo largo de la historia, se han considerado valiosos para fortalecerla y así ayudarles en su vida espiritual y en su trato con Dios, transmitiéndoles, al tiempo, los conocimientos necesarios para darla a conocer a sus prójimos, familiares y amigos.
Humanamente, don Gonzalo un buen amigo de sus amigos, sencillo, humilde, «escuchador», afable, pausado, pero firme en sus convicciones. Buen polemista, con exquisito respeto por el otro, al que dejaba hablar, sin interrupciones molestas, pero que, en ocasiones, respondía a su interlocutor, añadiendo, delicadamente, apostillas que concretaban o aclaraban conceptos o argumentos «clavando» la cuestión en discusión. Hombre sobrio, de comedida sonrisa y marcada personalidad, siempre comprensivo con el otro. En su humildad, no de garabato, buscó siempre «no vencer sino convencer», haciendo suyo el lema de san Josemaría «para servir, ¡servir!» y realidad el texto del Libro de la Sabiduría: «vejez venerable no son los muchos días, ni se mide por el número de años; canas del hombre son la prudencia y edad avanzada, una vida sin tacha». Descanse en paz.