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29 de marzo de 2024

Vidas ejemplaresLuis Ventoso

De entrada, todo tío es culpable

El hecho de que siga adelante una ley como la del «sí es sí», que pulveriza la presunción de inocencia, da fe de la mala hora de España

Actualizada 10:56

Nuestra extraordinaria civilización occidental, que hoy algunos quieren reventar a puntapiés doctrinarios –o a misilazo limpio en Ucrania–, reposa sobre tres columnas: la fe judeocristiana, la filosofía de la Grecia clásica y el Derecho romano.
Libertades y derechos que hoy nos parecen tan naturales como el respirar constituyen en realidad la decantación de una compleja tarea filosófica y jurídica de varios siglos. El primer atisbo del parlamentarismo representativo asomó en España en 1188, cuando el rey leonés Alfonso IX convoca la Curia Regia. Veintisiete años más tarde, una revuelta nobiliaria obliga a Juan I de Inglaterra a firmar la Carta Magna, un documento excepcional, pues establece que «nadie está por encima de la ley», y lo que es mejor: ni siquiera el Rey. En el siglo XVI, los pensadores de nuestra Escuela de Salamanca ya esbozan lo que ahora conocemos como Derechos Humanos. En 1628, el gran jurista Sir Edward Coke saca adelante en Westminster la Petition of Right, un hito constitucional, que fija los derechos y libertades de «los ingleses libres». Ahí se acuña la famosa cita de «mi casa es mi castillo».
La formidable aventura constitucional continúa. Bebiendo de Coke, los padres constituyentes rubrican en 1787 la Carta Magna de Estados Unidos, un faro de democracia. En 1791 se aprueban diez enmiendas constitucionales. La primera es crucial, porque consagra la libertad de fe, expresión y prensa. Desde ahí, la pelea de los derechos continuó avanzando, hasta cristalizar en el refugio de seguridad jurídica que son nuestras democracias cuando funcionan bien.
Churchill nos legó la definición más encantadora de democracia: «Democracia es que cuando llaman a tu puerta a las cinco de la mañana estás seguro de que es el lechero». Sin que apenas nos inmutemos, hoy en España se están dando mordiscos graves a las libertades. Si llaman a tu puerta a las cinco puede que no sea ya el lechero, sino el sanchismo empuñando su arsenal de ingeniería social, que aspira a regular hasta la más recóndita intimidad de las personas.
El Gobierno acaba de sacar adelante en el Congreso la Ley Orgánica de Garantía Integral de la Libertad Sexual. Lo ha logrado con el apoyo de la mayoría borroka habitual, a la que se ha sumado Ciudadanos (partido que va a desaparecer a partir de las próximas elecciones andaluzas). La apodada «ley del sí es sí» es un esperpento jurídico ultrafeminista, rubricado por Irene Montero, mujer que se da la paradoja de que ha hecho encantada toda su carrera política gracias a la promoción digital de un sujeto de barbas.
Todos los españoles estamos en contra de los abusos sexuales y las violaciones y apoyamos que sean castigados con máxima dureza. Eso está fuera de duda. No podría ser de otra manera. Pero la ley de Montero es dinamita antijurídica, porque en la práctica viene a establecer que todo español de sexo masculino es culpable mientras no acredite lo contrario. En el Derecho occidental la regla sagrada es que todos somos inocentes mientras no se demuestre lo contrario. Pero la eminente jurista Irene Montero ha decidido «reorientar la valoración de la prueba». Es decir, si una mujer acusa a un hombre de abusos sexuales, la acusación no tendrá que probar que lo que sostiene es verdad, sino que es el acusado tendrá que buscarse la vida y demostrar que no es culpable.
No sé cómo pasarán el rato en los círculos de Podemos y en el lobby gay del Ministerio de Igualdad, pero se da la curiosa circunstancia de que las personas del común solemos mantener nuestras relaciones sexuales en privado y en pareja, no en un escenario con testigos. Es decir, que si una mujer, por lo que sea, decide perjudicar a un hombre y lo acusa en falso de abusos sexuales, será su palabra contra la de él. Según la innovación jurídico-energúmena de Montero, el hombre tendrá que probar entonces que lo que ella dice no es cierto. Dado que se encontraban solos, ¿cómo lo hará? Es imposible. Todo hombre acusado está perdido, condenado de antemano (salvo que en el futuro la gente se meta en la piltra en compañía de un notario, o firme antes de proceder un documento lacrado donde consta el libre acuerdo de las partes).
Es psicodélico que con los problemas reales que soporta ya España tengamos que aguantar de propina estas cargas de dinamita en los cimientos del Derecho, obra de una fanática que en la vida real no había logrado pasar de cajera de un súper (con todo el respeto para la profesión).
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