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25 de abril de 2024

Vidas ejemplaresLuis Ventoso

PSOE y PP, culpables del acoso al español

Si los dos grandes partidos españoles hubiesen defendido en serio el sentido común, jamás se habría llegado al actual cerco al castellano en Cataluña

Actualizada 09:16

Ernest Gellner, fallecido en 1995, fue un brillante pensador político de ancestros judíos checos, que hizo su carrera en la liberal Inglaterra. Comenzó sus estudios en Praga, pero cuando tenía 13 años los suyos se refugiaron en el norte de Londres escapando de Hitler. Aquella experiencia vital, y el manotazo soviético a la Primavera de Praga en agosto de 1968, lo hicieron alérgico de por vida a los sistemas cerrados. Gellner acabaría cobrando enorme prestigio académico por sus estudios sobre el nacionalismo. Sus observaciones siguen siendo tan pertinentes como si las hubiese escrito esta misma mañana en un café de Barcelona.
«El nacionalismo engendra la nación, y no a la inversa», advertía. Las naciones no son por tanto entidades atávicas e inevitables, sino un fruto de la voluntad y tenacidad humana. Según Gellner, para crear una nación se necesita «cultura, Estado y voluntad», entendiendo por la última la adhesión e identificación voluntaria con una patria común. El gran pegamento unificador es la cultura, en la que se incluye el idioma, y el altavoz que hace que la homogeneidad cultural cale es, por supuesto, la educación. El politólogo nos advierte de que en el afán de construir una nueva nación «es posible que se hagan revivir lenguas muertas, que se inventen tradiciones y se restauren esencias totalmente ficticias». Todo eso es lo que han ido haciendo punto por punto los nacionalistas que han gobernado Cataluña y el País Vasco de manera casi constante desde la llegada de la democracia.
Entre 2005 y 2009 pude observar de cerca un curioso experimento. Por cortesía –o más bien felonía– del PSOE, los nacionalistas del Bloque se vieron cogobernando Galicia. Además de obligar a los chavales a estudiar Matemáticas y Sociales en gallego, incluso en ciudades donde jamás lo empleaban en su vida diaria, en solo un año ya se habían inventado un milenario Papa Noel autóctono. Lo llamaron «O Apalpador» y era un remedo del Olentzero vasco (otro producto de laboratorio). Huelga decir que en cuanto los nacionalistas perdieron el poder nunca más se supo del famoso Apalpador, que ya estaba empezando a cuajar. ¿Cuál es la lección? Pues lo que decía Gellner: la nación se forja mediante una presión constante del poder nacionalista, no por una súbita epifanía de un pueblo que repentinamente ha descubierto su alma antidiluviana y eterna. Por eso a un nacionalismo solo se lo puede vencer con otro superior que se imponga (verdad políticamente incorrecta e incómoda, pero es así).
El afán del nacionalismo catalán de eliminar de las escuelas el español y de prohibirlo hasta en los rótulos de los comercios atiende solo a un objetivo: la nueva patria necesita tener un único idioma, el «propio», pues no existe pegamento cultural mayor. Hemos llegado al extremo de que no se ha logrado ni que acepten la migaja de un 25 % de castellano en las aulas, cuando es la lengua más hablada allí y además te abre las puertas del mundo. Hemos aceptado que se incumplan con choteo las sentencias judiciales al respecto. Y en el País Vasco, el PNV -que las mata callando, pero las mata- ya prepara un rodillo similar.
Expulsar al español de la educación (y de las plataformas televisivas) es un requisito clave para crear el caldo de cultivo que haga posible la independencia. No lo logran todavía en la calle, porque el castellano es una herramienta fabulosa, que siempre estuvo viva y no pasó por el barbecho de ser solo una lengua rural. Pero el rodillo que eufemísticamente denominan «inmersión» progresa de modo inexorable. ¿Por qué? Pues creo que hay dos culpables claros, por su pecado de pasividad. Se llaman PSOE y PP. Cometieron el error primigenio de recurrir a la muleta del nacionalismo disgregador cuando se quedaban cortos de votos para gobernar. A cambio, fueron entregándoles todos los resortes de la educación y jamás dieron una batalla en serio y unidos por la realidad del español, lengua oficial y la primera en la calle. No quisieron ver lo que Gellner ha explicado tan bien y tan claro. El PSOE se ha vuelto incluso filonacionalista y elige al separatismo siempre como socio preferente. El PP se encogió de hombros (descorazonador que Aznar y Rajoy, con la fuerza de sendas mayorías absolutas, no diesen un solo paso a favor de defender el castellano en Cataluña y el País Vasco). Y no solo han sido ellos: el propio Fraga, por ejemplo, puso los mimbres para que todos los carteles de Galicia estén hoy solo en gallego.
Si PSOE y PP estuviesen de acuerdo al 100 % en la defensa del español allí donde es atacado. Si promoviesen juntos una reforma educativa a su favor. Si fomentasen la cultura española donde es despreciada y amenazada (algo clave para que perviva España en el tiempo). Si hiciesen todo eso, o al menos parte de eso, no estaríamos lamiéndonos las heridas porque nos han chuleado hasta en algo tan pequeñito como un 25 % de español en las aulas.
No existe el bilingüismo cordial. Lo siento. Es un amable ensueño. Una lengua siempre gana y otra pierde, como enseña la historia tozudamente. Y la que gana se convierte en el cimiento de una nación. Pero en lugar de asumir esa verdad podemos seguir haciendo el avestruz buenista, hasta que en una mañana del futuro nos despertemos sin país en nombre de la gloriosa «diversidad». Claro que eso a los políticos que pugnan por la Moncloa les da igual, porque priman la absoluta inmediatez, miran la micro calculadora de las próximas elecciones y desdeñan la foto grande del futuro.
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