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25 de abril de 2024

Vidas ejemplaresLuis Ventoso

La trituradora cultural de la izquierda

El hecho de que el director de la RAE pase de rechazar taxativamente el lenguaje inclusivo a hacerle un guiño muestra quien manda

Actualizada 11:48

Lo que mueve el mundo, lo realmente importante, son las ideas. En cierto modo, los derechos y libertades que hoy disfrutamos arrancan de un documento rubricado el 15 de junio de 1215 en un prado a orillas del Támesis, cerca de Windsor. Aquel día, un grupo de nobles sublevados cogieron por una oreja a Juan I, el odioso Juan sin Tierra de las pelis de Robin Hood, y lo obligaron a firmar la Magna Carta Libertatum. Allí se incluía una frase que cambió el mundo: «Nadie está por encima de la ley». Pero la auténtica clave era el significativo detalle que se añadía a continuación: ni siquiera el Rey. Más tarde unos y otros se fumaron lo acordado en la Carta Magna. Pero la semilla de derechos ya estaba sembrada.
En los siguientes siglos, el mundo continuó pensando. En el XVI, las mentes honestas y brillantes de nuestra Escuela de Salamanca ya esbozaron lo que andando el tiempo daríamos en llamar «derechos humanos». En 1628, el formidable jurista inglés Edwar Coke, el autor de la frase «mi casa es mi castillo», logra sacar adelante su Petition of Rigths. Allí se consagran los «derechos de los ingleses libres» y el habeas corpus. Luego vendrán Locke, Montesquieu, la Revolución Americana… Y antes de todo esto ya se habían establecido los pilares capitales de la filosofía griega, el derecho romano y el cristianismo, las columnas de nuestra civilización.
Las ideas mandan. En el derecho, en la cultura, en la empresa. Vivimos de ellas. Steve Jobs tuvo una aparentemente sencilla: ofrecer ordenadores y teléfonos de fácil interacción y llamativo y elegante diseño. Apple sigue dando vueltas a esa noria. Tras su muerte no se les ha ocurrido nada. Amancio Ortega también tuvo una iluminación que ahora parece fácil, pero que no se le había ocurrido a nadie previamente: moda tipo pasarela a precio popular.
La izquierda es consciente de la importancia absoluta de la batalla ideológica. En el mundo de la cultura su rodillo manda. Una pregunta sencilla: ¿Es usted capaz de citar de corrido a cuatro grandes actores y otros tantos novelistas españoles actuales de derechas? No creo que cite a más de dos sin devanarse los sesos.
La izquierda domina la universidad pública y dicta los premios culturales del Estado. Los «creadores progresistas» copan el turismo de congresitos sufragado por el Estado, se reparten los Institutos Cervantes y otras canonjías, intentan dictar qué es lo correcto y lo incorrecto. Sus nombres engalanan los edificios públicos, como la escritora menor que dará nombre a la estación de Atocha. Mientras tanto, una derecha abúlica les cede toda la cancha. La mayoría de los intelectuales y artistas que no tienen corazón zurdo callan, o acaban plegándose al dogma imperante. Temen que les hagan el vacío.
En julio de 2018, nada más llegar al poder, la vicepresidenta feminista Carmen Calvo pidió un informe a la Real Academia para corregir la Constitución acorde al lenguaje inclusivo. Los académicos tuvieron la honradez intelectual y la valentía de contestarle que «la Carta Magna es gramaticalmente impecable». El actual director de la RAE, el prestigioso jurista y ensayista Muñoz Machado, que no es precisamente de izquierdas, seguía leal a ese dictamen cuando llegó al cargo en 2020: «Tenemos una lengua hermosa y precisa. ¿Por qué estropearla con el lenguaje inclusivo?», declaraba.
Ahora Muñoz Machado ya ha ido virando y se expresa así: el lenguaje inclusivo «es respetable siempre que sirva para hacer visible que la mujer está en una situación de discriminación o falta de igualdad». ¿Qué ha pasado? Pues que acusa la presión ideológica atosigante del Gobierno y sus terminales. No quiere ser señalado.
Vivimos bajo la trituradora cultural de la izquierda y lo peor es que la derecha política que aspira a gobernarnos el año que viene no quiere enterarse. Algunos cargos del PP ya hablan en la neolengua sanchista del «todas y todos». Y si cedes en lo simbólico y en lo ideológico nunca cambiarás el mundo (si es que aspiras a hacerlo y no prefieres seguir con el actual catecismo regresista a cuestas).
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