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27 de abril de 2024

Cosas que pasanAlfonso Ussía

Poco vienés

Franz Welser-Möst es un gran director austriaco, pero no entiende el alma vienesa. Dirige a la perfección, pero sin alarde. Y su dirección en el Concierto de la Musikverein fue técnicamente perfecta, pero sin alma

Actualizada 20:40

No conozco Linz, la ciudad austríaca en la que sintió la primera luz el director de orquesta Franz Welser-Möst. He estado en Viena y Salzburgo en repetidas ocasiones, pero no en Linz. Los que no somos austríacos, creemos que todos los naturales de aquel prodigioso país tienen el alma vienesa. Como si todos los españoles fuéramos madrileños o sevillanos. En los Estados Unidos todavía creen que los españoles vamos por la calle vestidos de toreros. La cantante francesa France Gall, que ganó un premio de ésos de Eurovisión, se llevó una gran decepción cuando visitó Madrid por vez primera: «Muy bonita ciudad, pero no he visto toreros». Tengo para mí que entre un natural de Linz y un vienés se establece similar diferencia que entre un gerundense y un segoviano, que es una diferencia aún mayor que la que distingue a un esquimal de un zulú. De ahí la grandeza de España. Austria es una pequeña y cultísima nación alpina que comparte con Alemania y Rusia la soberanía de la Música, con mayúscula.
Natural de Ansfelden, localidad inmediata a Linz, fue Anton Bruckner, un gran compositor también lejano al alma vienesa. Austria es un todo y Viena una parte del todo. De Viena era Johan Strauss padre, no así su hijo Johan, que nació en Neubau. Pero el padre regó de sangre vienesa a sus hijos Josef, Johan y Eduard. El Concierto de la Filarmónica de Viena del 1 de enero es un concierto alegre sostenido por el talento de los Strauss. Muchos directores han enriquecido el repertorio del concierto con Mozart y Beethoven, los dos compositores que han alcanzado con su genialidad los espacios de Dios. Mozart, austríaco de Salzburgo, fallecido en la ruina y enterrado en una fosa común. Y el malhumorado Beethoven, alemán de Bonn, ciudad que ni fu ni fa.
Franz Welser-Möst es un gran director austriaco, pero no entiende el alma vienesa. Dirige a la perfección, pero sin alarde. Y su dirección en el Concierto de la Musikverein fue técnicamente perfecta, pero sin alma. Se olvidó, hasta las postrimerías, de Johan Strauss padre y Johan Strauss hijo, los dos pilares de su tradición y su éxito. Desde Boskovsky a Welser-Möst he visto pasar por el atril de la Filarmónica a Abbado, Kleiber, Bhöm, Mehta, Prêtre, Barenboim, Jansons, Dudamel, Muti, Thieleman, Von Karajan y otros que no recuerdo. Los tres que mejor han sentido y expresado el alma de Viena, a mi modesto entender, han sido Boskovsky, Kleiber y Böhm. Y el que menos, siendo un perfecto robot en la dirección, Welser-Möst.
He apreciado, este año, no todo va a ser objeto de crítica decepcionada, muchos menos japoneses entre el público que en ediciones anteriores. En el concierto dirigido por el inconmensurable Herbert Von Karajan, había más nipones que austriacos en la Sala Dorada. Nada tengo contra los japoneses, excepto que no me fío de ellos. Pero esa sala pertenece a los vieneses, preferentemente. Contaba José María Pemán que paseaba junto a Jean Cocteau una cálida noche por las calles de Córdoba. Cocteau se sentía embriagado. De repente, soltó un alarido y se puso a correr. «¡Han llegado hasta aquí!». Lo que angustió a Cocteau fue un luminoso de Coca-Cola en un bar de la Córdoba vieja. Lo que está claro es que al paso que van los japoneses, en un decenio el Concierto de Año Nuevo de la Filarmónica de Viena habrá de interpretarse en Suntory Hall de Akasaka, en Minato, Japón. Pero recomiendo no perder la esperanza.
Y como siempre, perfecta y medida actuación de los Niños Cantores de Viena, que ahora también son Niñas Cantoras. Si Irene Montero fuera ministra del Gobierno de Austria, intentaría meter a transexuales, binarios y fluidos en el maravilloso coro infantil. Pero Austria resiste.
Feliz Año Nuevo.
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