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19 de abril de 2024

Un mundo felizJaume Vives

El veneno de querer ser normal

No es que uno tenga que ir por la vida procurando ser el raro, pero tampoco con miedo a serlo si resulta que el mundo en el que vive aborrece por completo la religión

Actualizada 09:05

Estas navidades han llegado a mis oídos algunas historias de sacerdotes que preferiría no fueran verdad. Historias que tampoco me parecerían bien si el protagonista fuera un laico, pero escandalizan todavía más si quien las protagoniza lleva alzacuellos.
Me han causado especial tristeza porque de un tiempo a esta parte soy de los que defienden que la nueva generación sube con fuerza y, no puede ser de otro modo, en un mundo en el que se nos invita a no comprometernos con nada y mucho menos con la religión. Quien persevera demuestra un amor muy grande al Señor y un carácter a prueba de bombas.
No como dos generaciones atrás que, en el acervo popular, se da por supuesto que muchos abrazaron el sacerdocio por inercia aunque sin vocación y por ello ahora pagamos las consecuencias en tantas parroquias completamente descristianizadas.
Y algo de verdadero hay en esas dos afirmaciones: fuerza en quienes se ordenan hoy e inercia en quienes se ordenaron ayer. Y digo algo de verdad porque sería injusto decir que quienes entraron en el seminario cuando las cosas eran más fáciles lo hicieron sin un ápice de vocación. Y muy ingenuo pensar que quienes lo hacen ahora, nadando a contracorriente, lo hacen con un espíritu a prueba de cualquier tentación.
A los primeros les hizo mucho daño el posconcilio, a los segundos el poscristianismo. A unos los confundieron doctrinalmente, a los otros afectivamente.
Me atrevería a decir que el veneno que reina actualmente en la Iglesia es sobre todo de carácter comportamental, aunque evidentemente tiene sus repercusiones en los demás campos. Es como si hubiera que ser (a toda costa) normal. Eso es lo más importante, y lo que más se tiene en cuenta a la hora de predicar, preparar la pastoral, diseñar campañas de comunicación o dar entrevistas en medios. Antes a uno le enseñaban desde la infancia a ser el raro, para que se acostumbrara al que iba a ser su destino inevitable en un mundo que rechaza a Dios, se burla de la Iglesia y se ríe de todo lo sagrado.
Hoy el esfuerzo parece ir en otra dirección, justamente en la contraria: se nos educa para que seamos lo menos diferentes posible (en el hablar, el vestir, las diversiones…) y claro, llegado el momento de elegir, hemos sido entrenados para elegir siempre aquello que menos escandalice al mundo, aquello que se pueda entender más, aquello que pueda ¿acercarnos a la gente?, aquello que no nos convierta en los raros de la clase.
Y no es que uno tenga que ir por la vida procurando ser el raro, pero tampoco con miedo a serlo si resulta que el mundo en el que vive aborrece por completo la religión. Porque cuando uno vive con el veneno de querer ser normal, empieza a vestir, hablar y divertirse como el mundo espera que lo haga, y al final acaba muy bien con el mundo pero muy mal con Dios. Acaba siendo muy normal pero se vuelve irrelevante, y cuanto más se acerca a la normalidad, más se aleja de la vida de piedad por la que ha decidido entregar su vida entera.
Y si vivimos así solo hay un final posible: la tristeza. Nunca seremos tan normales como se espera de nosotros pero, a medida que vayamos avanzando en esa normalidad, iremos abandonando a Dios como rey y señor de nuestras vidas, que es para lo que los sacerdotes se ordenaron y para lo que todos deberíamos vivir. Lo único bueno de esta película es que es muy fácil identificar el veneno.
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