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26 de abril de 2024

Cosas que pasanAlfonso Ussía

Don Antonio

Fue, ante todo, como jurista, como empresario y como diplomático, un servidor incondicional y brillante de España

Actualizada 01:30

Han retirado –me figuro que del Ministerio de Justicia– el retrato de don Antonio Garrigues y Díaz-Cañabate por «franquista». Garrigues fue director general del Registro durante la Segunda y sangrienta República. Un republicano de buena fe, como Marañón, Ortega, Melquiades Álvarez y tantos decepcionados. Liberal profundo, además de un cristiano ejemplar. Sirvió a España admirablemente como embajador en Washington y Cerca de la Santa Sede. Allí escribió un precioso poemario de la circulación romana. Una generación luminosa, aquella de los Garrigues.
En Washington intimó con el matrimonio Kennedy, convirtiéndose en el diplomático con más carisma de cuantos estaban acreditados en la capital de los Estados Unidos. Su etapa vaticana fue brillantísima, limando todas las asperezas y desencuentros entre el régimen de Franco y el Papa Pablo VI. En los años sesenta fue uno de los principales promotores de la «Operación Príncipe». Sacrificar al Rey de derecho en el exilio, Don Juan De Borbón, por el Príncipe de Asturias, Don Juan Carlos. Fundador junto a su hermano don Joaquín del Bufete J.A. Garrigues, empresario, viudo y padre de cuatro hijos varones y cuatro hijas, tres de ellas religiosas de las Irlandesas. Don Antonio tenía aspecto de cardenal del Renacimiento. Amigo íntimo del místico jesuita Ramón Ceñal, traductor de Kant, del padre Alfonso Quereazu y sus Conversaciones de Gredos, de Zubiri, de José Antonio Muñoz Rojas, de Julián Marías y del poeta Pepe Bergamín, en mi opinión, un poeta sobrevalorado por su militancia política. Cené con ellos una noche en el Club Financiero Génova, creado por su hijo Juan Garrigues Walker. «Te veo más joven que nunca, Antonio»; « y yo a ti, Pepe, igual de viejo que cuando tenías veinte años». Fue un notable empresario y primer ministro de Justicia de la Monarquía. Contribuyó, junto a su cuñado José María de Areilza, conde de Motrico, y otros ministros renovadores a la caída de Carlos Arias Navarro de la presidencia del Gobierno, «El Rey tiene que sentirse con las manos libres para iniciar la Reforma, y Carlos Arias es el dique que hay que derribar». Convenció al Papa Pablo VI para que visitara España. Franco le hizo llamar. «Garrigues, usted ha conseguido que se normalicen, dentro de lo que cabe, nuestras relaciones con la Santa Sede. Pero a visitar oficialmente España, invito yo, no usted». Ya retirado, mantuvo una discreción total de su pasado de embajador. « Negociar con el Pentágono, el Congreso y el Senado de los Estados Unidos es un juego de niños comparado con tratar con los cardenales de la Curia. Es muy diferente la interpretación de sus tiempos. Los americanos respondían afirmativamente y al día siguiente cumplían con su promesa. Los cardenales jamás decían que no, pero todo lo dejaban pendiente de un mañana que puede durar varios siglos». En un despacho con el Jefe del Estado, éste le preguntó: «Garrigues ¿cómo definiría usted el Movimiento Nacional?»; «pues, Excelencia, pues, hombre, lo cierto es que su pregunta es muy difícil, y hay que meditar la respuesta, no sé…» Y Franco le explicó lo que, para él, era el Movimiento. « Es la claque, que está para eso, para aplaudirme incondicionalmente».
Con 95 años siguió trabajando. Desde su casa de la calle de Alcalá Galiano hasta su despacho, en Miguel Ángel 21, don Antonio iba y venía a pie, con un ritmo frenético. Al cumplir los 100 años, la Reina Sofía acudió a felicitarlo a su casa, y le llevó el nombramiento por el que el Rey le concedía el título de marqués de Garrigues. «Tengo la seguridad, Señora, de que voy a ser el marqués más efímero de la historia de la nobleza». Tuvo razón. Fue marqués poco más de dos semanas.
Don Antonio fue, ante todo, como jurista, como empresario y como diplomático, un servidor incondicional y brillante de España. Si estos mamarrachos han decidido retirar su retrato, no conseguirán con ello nublar su memoria, su recuerdo y fabulosa existencia. Fue como la espiga. Firme en la tierra, flexible al viento, duro en la trilla y dando pan.
Un español rotundo.
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