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26 de abril de 2024

Aire libreIgnacio Sánchez Cámara

La corrupción de la corrupción

Algunos políticos de nuestro tiempo no se corrompen para viajar, tener mejores casas o coches de lujo. Lo que ciertamente es inmoral. Se corrompen para comer y beber como cerdos, alternar (perdón por el eufemismo) con prostitutas y consumir drogas

Actualizada 01:30

En estos tiempos de indigencia espiritual se degrada todo, incluso la corrupción. Existe una decadencia hasta de la corrupción. El descenso del nivel es general. Tenemos la impresión de vivir un tiempo lleno de posibilidades y facilidades y, a la vez, menguante, decreciente, descendiente, desmoralizado. Sólo algunas escasas alturas se mantienen. Todo lo humano tiene nivel, jerarquía y rango. Todo se eleva o se rebaja. No hay término medio. El lema del escudo de armas de Saavedra Fajardo era una flecha con una inscripción: o sube o baja.
Hasta lo abyecto, como la corrupción, tiene nivel, puede caer más o menos bajo. La corrupción es más vieja quizá que la política. Ésta corrupción es sólo uno de sus tipos, no el único y nace vinculada al poder. Es antigua y certera enseñanza la de que el poder corrompe, y, según Nietzsche tiende a volver a los hombres necios. Las causas de la corrupción son varias: políticas, jurídicas, morales y educativas. Incluso estéticas. Las más radicales son, como siempre, educativas. De ellas proceden las demás. El móvil es normalmente económico, pero como la riqueza es un medio, la degradación varía en función del fin al que se destina el ilícito lucro. Toda corrupción es mala, pero el mal admite grados. Algunos políticos de nuestro tiempo no se corrompen para viajar, tener mejores casas o coches de lujo. Lo que ciertamente es inmoral. Se corrompen para comer y beber como cerdos, alternar (perdón por el eufemismo) con prostitutas y consumir drogas. Es una corrupción de antro y burdel. En realidad, estas conductas serían inadmisibles, aunque se sufragaran con dinero propio, lo que no siempre se reconoce. En tiempos de autonomía frenética, uno hace con su dinero lo que le viene en gana. No da más de sí este lumpen moral que ha invadido las instituciones.
Remedio total no existe, pero sí medios para combatirla. Dos son los instrumentos principales: maestros de verdad, honrados e ilustrados; y jueces de verdad, independientes y honrados. Y los tenemos. Y si demasiados medios de comunicación no sucumbieran a la tarea de destruir la moral y también la estética, el camino sería menos difícil. Este es uno de los bienes que proporcionan la democracia y su división de poderes. Sin independencia judicial es imposible luchar contra la corrupción. Pienso que, como la libertad de prensa para Tocqueville, la democracia es preferible más por los males que evita que por los bienes que proporciona. La democracia contribuye más a evitar el despotismo y la corrupción que a hacer más nobles e ilustrados a los ciudadanos. Si hubiera un partido político plebeyo y otro patricio, el primero ganaría siempre las elecciones. Pero esto no es un argumento contra la democracia, sino contra la existencia de un partido patricio. La aristocracia tiene un ámbito de actuación que no es la política, sino la educación y la cultura. Dicho de otro modo, existen parlamentarios, y no pocos, cuyo comportamiento fuera y dentro del Congreso produce vergüenza y alarma. Da casi risa oír cómo ministros y ministras del Gobierno repiten, como loritos y loritas, la consigna recibida de la superioridad: repugnante, repugnante, repugnante… No deben de ser capaces ni de encontrar un sinónimo.
La corrupción se extiende y, a la vez, se degrada. Hay una aislada y otra continuada. Hay quien se corrompe alguna vez y quien es un corrupto vocacional y a tiempo completo, esencial. Hay quien piensa que es aceptable mientras no sea descubierta. Otros, generalizando erróneamente, piensan que si todos se corrompen por qué no va a hacerlo uno, o propaga la falsedad de que todos los políticos son igualmente corruptos. Uno casi llega a añorar la corrupción de otros tiempos. Cualquier corrupción pasada nos parece mejor, o, para ser exactos, menos degradante. La corrupción ha llegado a la propia corrupción, se ha corrompido a sí misma, y alcanza la apoteosis de su degradación.

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