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24 de abril de 2024

Perro come perroAntonio R. Naranjo

¿Está preparando un pucherazo Pedro Sánchez?

La complejidad del proceso electoral y la existencia de controles enfrían ese temor, pero los precedentes y las manipulaciones de Sánchez obligan a activar las alarmas

Actualizada 01:30

Todos los expertos consultados, muchos de ellos nada dudosos de ser indulgentes con los excesos de Pedro Sánchez en casi todo lo que hace o calla, dan por prácticamente imposible la alteración de un proceso electoral para que el recuento formal difiera del resultado real decidido en las urnas por los ciudadanos.
La supervisión de las actas en origen, la participación en el escrutinio de personas físicas y la tutela de todo el procedimiento por una extensa red de controles hace inviable, insisten, lo que en términos coloquiales llamamos «pucherazo».
Y a eso cabría añadirle que, por más dudas que suscite la catadura moral y política del personaje que nos preside, ni a él mismo cabe suponerle la bajeza de intentar conculcar la voluntad libre e individual de los españoles.
Pero lo cierto es que, por muchos antídotos que parezcan existir para evitar lo que en principio nadie osaría intentar siquiera, la idea de que pueden intentarse manipular los resultados electorales allá por diciembre, fecha prevista para expulsar o confirmar a Sánchez en la Presidencia, se ha instalado en una parte de la sociedad y nada de lo que se diga va a convencerle de lo contrario.
La mera sospecha ya debería ser suficiente para que un Gobierno decente se preocupara del grado de deterioro institucional que su acción ha provocado: aunque no se sienta culpable de haber extendido la sensación de que todo es posible, sí es responsable de adoptar cuantas medidas sean necesarias para recuperar la confianza unánime de los ciudadanos en sus instituciones.
Y lo que ha hecho es justo lo contrario, avalando un temor simplemente inaceptable y contribuyendo, con decisiones muy concretas, a dar verosimilitud a lo que no debería pasar de ser otra folclórica teoría conspiranoica.
La utilización espuria del CIS para presagiar una rotunda victoria del PSOE siembra un precedente al que apelar cuando, llegado el momento de la verdad, se le diera por ganador en contra de todas las previsiones demoscópicas.
El empeño en conquistar el Poder Judicial, conseguido ya en el Tribunal Constitucional, apuntalaría un control de la Junta Electoral Central, decisiva para avalar todas las anomalías que pudieran perpetrarse antes, durante y después de una votación a la que llegaremos tras meses de probables tensiones, enfrentamientos y juego sucio como nunca habremos visto en muchos lustros.
El control de Indra por parte del Gobierno, rematado con la inclusión en su Consejo de Administración del Grupo Prisa, también alimenta el recelo, por razones evidentes: aunque la firma no se encarga del recuento de votos propiamente dicho, sí participa en una parte del proceso, una razón en sí misma suficiente para haber alejado de allí al poder político y a la corporación mediática más devota de la continuidad de Sánchez.
El extraño proceso de nacionalización urgente de latinoamericanos sin relación alguna con España más allá de la que tuvieron sus ancestros; los cambios en el Instituto Nacional de Estadística, la grosera manipulación de las cifras reales del paro; la estigmatización de la crítica mediática perfectamente diseñada en un engendro bautizado con el nombre de ”Estrategia Nacional contra la Desinformación” o el sometimiento ya impúdico de las reglas del Congreso a las necesidades del presidente terminan de dibujar un paisaje inquietante.
Nada de ello da para afirmar que estamos en el prólogo de un pucherazo, pero todo junto sí obliga a activar las alarmas, elevar los controles y someter el procedimiento más definitorio de la salud de una democracia a un chequeo exhaustivo que devuelva a los ciudadanos la confianza plena en su solvencia.
Fue el propio PSOE, allá por 2016, quien acusó a Sánchez de intentar un «pucherazo» para evitar su caída en el Comité Federal, organizando una votación fraudulenta, sin censo formal, sin interventores claros y en urnas escondidas, para sobrevivir al frente del partido. Ese precedente tampoco ayuda a confiar en que, si tiene una mínima posibilidad de hacer algo, no lo haga por los escrúpulos que jamás ha demostrado tener. Casi todo lo que era imposible, él lo ha hecho, intentado o al menos pensado.
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