Karla Gascón, Oscar al cinismo
Le sigue otro político, Toni Comín, un lugarteniente de Puigdemont que, al decir de sus propios subordinados y del impresentable rapero Valtonyc, tenía la mano muy larga, tanto para arrimarla donde no debía como para embolsarse parte del botín del 'procés'
Si existe algún buen progresista, y no es un nefelibata, ha de tener el corazón roto porque no gana para disgustos. Todo lo que le han vendido los felones que decían representarlo resultó no ser más que chatarra ideológica. Llegó un señor con coleta a decirles que iba a conquistar el cielo para ellos y terminó conquistando un chalé de un millón de euros en la sierra madrileña. Luego apareció su mujer (las desgracias nunca vienen solas) enarbolando que el feminismo era su bandera y se colocó de ministra gracias a que su macho-alfa la enchufó. Pero Pablo Iglesias e Irene Montero eran solo un aviso para navegantes, como antes lo fueron los Bardem o los Almodóvar, tan progres, proletarios y ecologistas ellos, y, en ratos perdidos subidos a yates, aviones privados o amasando fortunas en algunos casos residenciadas en paraísos fiscales.
En esa cultura woke cabe de todo. Desde el exministro Alberto Garzón recetándonos brócoli mientras se aprieta chuletones XXL hasta la presidenta del Instituto de la Mujer adjudicando contratos millonarios, efectivamente a la mujer, pero a la suya, que la caridad bien entendida empieza por uno mismo. Por no hablar de directoras de centros de excelencia contra el cáncer, antaño modelos de mujer empoderada, que han terminado saliendo por la puerta de atrás por culpa de unos cuadros comprados a destiempo y un sobresueldo de seis cifras.
A mí me espanta la cultura de la cancelación, porque hoy le toca a un representante del buenismo falaz de la izquierda, pero mañana nos puede tocar a cualquiera de nosotros. Pero no me digan que lo que está pasando en los últimos meses en España no tiene aroma a justicia poética. No defiendo —me repugnan— a los profesionales en lapidar a la gente —Netflix lo hizo ayer con Karla—, porque alimentar ese monstruo es fortalecer al que puede ser nuestro futuro depredador. Ahora bien, entiendo perfectamente que resulte llamativo ver que los que más hablan son los que más tienen que callar. Una máxima infalible. Los últimos tres casos son de aurora boreal. Empiezo por Errejón, campeón mundial del «yo sí te creo hermana» y «no existen las denuncias falsas, son un invento de la derecha» que ha resultado un acosador sexual, según denuncian en su propio partido y él mismo confesó en su comunicado de despedida. Eso sí, todo por culpa del heteropatriarcado.
Le sigue otro político, Toni Comín, un lugarteniente de Puigdemont que, al decir de sus propios subordinados y del impresentable rapero Valtonyc, tenía la mano muy larga, tanto para arrimarla donde no debía como para embolsarse parte del botín del procés. Y para el final dejo a Karla Sofía Gascón, que ha sido elevada al altar del progresismo y nominada por ello al Oscar a la mejor actriz por una película que no he visto ni pienso ver. Hace seis años esta señora trans, cuando se llamaba Carlos y no Karla, se dedicó a escribir tuits contra todo ser viviente: Shakira, Spielberg, la propia Academia de Hollywood, Selena Gómez, los chinos, los catalanes, los moros y el feminismo. No dejó títere con cabeza. Hoy han rescatado esos mensajes de cuando era señor. Seguro que entonces dijo lo que pensaba, pero cuando hace unos meses vio que la progresía la convertía en símbolo de la inclusión, la diversidad, las minorías, la lucha contra la opresión, adaptó su discurso a lo que se esperaba de ella para conseguir el aplauso complaciente de la izquierda y de los académicos. Los mismos que ahora la machacan.
Estoy contra la cancelación que dictan los hasta ahora amigos de Karla. No tenía el gusto de saber de sus cualidades interpretativas, pero ahora sí entiendo perfectamente que la hayan nominado: porque buena actriz y buen papelón ha hecho. Justo ha simbolizado lo que criticaba en su otro yo. Pero seamos sinceros, la Academia no la había escogido por sus méritos artísticos sino por criterios de discriminación positiva. Es hora de que los que otorgan los Oscar se enteren de que a los espectadores nos basta con poder disfrutar de una buena película y una solvente interpretación sin turras identitarias. Algo tan sencillo como eso.
Cuanta más guerra cultural y pensamiento único nos quieran imponer menos veremos esos productos cinematográficos nacidos de las obsesiones de las minorías progres.