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Perro come perroAntonio R. Naranjo

Golpe mediático

¿Van a exigir las asociaciones de prensa que el coro mediático sanchista se disculpe y se esconda un poco por su complicidad con los corruptos?

Actualizada 01:30

Es verdad que les hemos llamado Selección Nacional de Opinión Sincronizada, un hallazgo que tuvimos en «Herrera en Cope» y hoy es Patrimonio Inmaterial de la Humanidad. Entiendo que eso moleste, pero es difícil encontrar una definición mejor para el fenómeno de mensajes engrasados por La Moncloa y vertidos, con nulo aprecio por la vergüenza propia, en incontables programas de información y tertulia.

Allí he visto yo, con estos dos ojos razonablemente afinados, a activistas con distinta formación pero idéntico cometido repetir el eslogan que, en tiempo real, recibían en sus móviles cuando la cosa se torcía y había que esparcir un poco de tinta de calamar, a ver si colaba la maniobra de distracción y el debate discurría por los cerros de Úbeda.

En la versión más modesta del fenómeno, los soldados de fortuna del sanchismo sueltan la engolada chorrada al dictado, sin otro objetivo que sobrevivir en la tertulia y facturar otro poquito, aunque en el viaje se incineren a medio plazo y, cuando decaigan sus ventrílocuos, tengan las mismas opciones de seguir en el oficio que el juez Peinado de ser elegido hombre del año por la agrupación socialista de Chamberí, un suponer.

Pero hay otra élite sanchista que, por interés y también puro sectarismo cateto adornado por supuestos valores de inalcanzable altura para el resto, va más lejos y no se conforma con ejercer de meretriz mediática y se echa a la espalda fabricar un contexto global en el que luego actúan esas pobres almas encargadas de defender lo indefendible por dinero.

Ahí aparecen los impulsores de un célebre manifiesto que, cuando las cloacas sanchistas apestaban ya en varias millas a la redonda, presentaron la rutinaria actividad de jueces y periodistas para contar lo que pasaba y enjuiciarlo, como un «golpe mediático y judicial». Con todo su papo.

En esa especie de carta bomba acusatoria aparecían, como abajofirmantes, desde Silvia Intxaurrondo hasta Rosa María Artal o Maruja Torres, dispuestas a denunciar al mensajero de noticias perfectamente documentadas que hoy ya nadie discute.

Todo lo que ahora se ha confirmado entonces era ya una evidencia, pero su respuesta fue acusar al mensajero y coaccionar al instructor, con la pretensión añadida de movilizar al personal para que se rebelara contra ese «Golpe de Estado».

Aceptemos que, en aquel momento, aún había alguna duda al respecto y ellos vieron en las instrucciones judiciales y las exclusivas una intención política añadida. Es mucho aceptar, por la pila de evidencias documentales que acompañaba a la difusión de cada bochorno de Sánchez, Ábalos, Koldo, Begoña, David, Aldama, Delcy, Jésica, Cerdán, Barrabés y cualquiera de los protagonistas de esta parada de los monstruos poligonera.

Pero aceptémoslo, a modo siquiera de juego. Bien. Incluso en esa generosa interpretación de su comportamiento, llamar «golpista» al periodismo de investigación y a la judicatura se antoja un exceso de difícil justificación e innecesaria violencia: les hubiera bastado con pedir tiempo, recordar la presunción de inocencia, defender la integridad global del proyecto frente al exceso ocasional y, en fin, contraponer argumentos infantiles a los hechos contumaces, pero sin romperle la crisma a nadie.

Aceptémoslo también, pese a todo, venga. ¿Pero y ahora que cada auto judicial y cada informe de la UCO es un catecismo probatorio de todos y cada uno de los abusos que unos denunciaron y otros protegieron? ¿Cuál es la excusa para que la Intxaurrondo de turno no comience su próxima homilía pidiendo perdón, renegando de esa infame manifiesto y flagelándose por la tropelía perpetrada en favor de los corruptos?

Nos han llamado golpistas por informar, y a los jueces por instruir, en ambos casos con un afán genuinamente democrático y un escrupuloso respeto por los procedimientos. Y ahora pretenden que esto se olvide, hasta que su máquina del fango, la única real, reciba las próximas instrucciones con la certeza de que serán aplicadas con impecable obediencia.

Allá ellos y su conciencias, pero cabe preguntarse dónde están las asociaciones de la prensa, siempre dispuestas a auxiliar y premiar al periodismo «progresista» por chuminadas parvularias y siempre capaces, también, de callarse sus excesos y alfombrar su impunidad ya obscena. Que queden estas líneas, al menos, como retrato de una época en la que muchas redacciones han mutado en vulgares saunas como la del padre de Begoña Gómez.

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