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Cosas que pasanAlfonso Ussía

Ensaimadas

Las ensaimadas de Velázquez hacían el bien. Otras ensaimadas hacen el mal. La ensaimada capilar de Anasagasti, y la ensaimadas mentales de Yolanda Díaz y Begoña Gómez, princesas de la necedad y de otras cositas

Act. 30 jun. 2025 - 08:24

En Madrid, hay muchos establecimientos 'Mallorca', gracias a Manolo (don Manuel) su propietario, fallecido hace unos años. No se trata de lanzar un penalty sin portero, pero la tienda fetén fue y sigue siendo la de Velázquez 59, esquina con don Ramón de la Cruz. Mi infancia no se entendería sin las ensaimadas de 'Mallorca', ni la de mis hermanos, ni la de mis amigos. El gran ilustrador que ilumina estos textos de los lunes, Barca, no olvida las meriendas sabatinas con las ensaimadas y los suizos de tan querido y familiar establecimiento. De lo que estoy seguro es de la clasificación ensaimadera de España. Las mejores, las de 'Mallorca' de Madrid y las subcampeonas, las ensaimadas del viejo Hotel Formentor de los Buadas en la playa del mismo nombre, donde pasábamos una semana con los Mingote y los Campmany, y siempre nos asignaban a Pili y a mí la habitación 112, la que ocupaba Churchill todos los veranos durante una semana. El primitivo mostrador de 'Mallorca' lo reinaba Manolo, con su chaqueta blanca. Como Lucio, tenía mucho más dinero que la mayoría de su clientela, pero le concedía mucha importancia a la estética. Uno con sus ensaimadas y el otro con sus huevos estrellados.

BArca

Barca

Velázquez tenía bulevar. El barrio de Salamanca era una permanente prueba de saludar bien. Los hombres, con sombrero para levantarlo al paso de una mujer conocida, y las mujeres volviendo a sus casas después de la misa en Los Carmelitas. En el chaflán de Velázquez con Ayala, el quiosco de Marina, que me guardaba los tebeos mejicanos del Oeste. El Hotel Velázquez, con sus numerosas peñas de contertulios, que se me antojaban ancianísimos. La farmacia Arias, la taberna Acuña y el estanco del señor Juan. Y cruzando de los pares a los impares, el paraíso de 'Mallorca'.

Si la bandeja de ensaimadas salía del obrador con quemaduras, Manolo las devolvía a los interiores del local, y regañaba a los culpables.

Las ensaimadas de Velázquez hacían el bien. Otras ensaimadas hacen el mal. La ensaimada capilar de Anasagasti, y la ensaimadas mentales de Yolanda Díaz y Begoña Gómez, princesas de la necedad y de otras cositas.

Siempre había un pobre discreto y educado en la esquina, que pedía limosna cuando el cliente abandonaba 'Mallorca'. Era un pobre español al que le faltaba una pierna. Una mañana cambió el pobre. Era otro. Nuestro pobre, que se ganaba muy bien la vida en la esquina de 'Mallorca' se llamaba José. Y un día José fue sustituido. Para mi tía Rosario Muñoz-Seca, hermana de mi madre, no había otro pobre que José, y le soltó un chorreo al advenedizo. «Esta esquina es de José, y sólo de José». El debutante en limosnas era primo de José, y ocupó el chaflán con su autorización. «Mi primo José me ha dado permiso mientras pasa sus vacaciones en Torremolinos. Todos los años reserva una habitación en 'El Pez Espada'. Con dos narices.

Pasar junto a 'Mallorca' permitía respirar aire de vainilla, de chocolate, de roscón de Reyes y de aperitivos indispensables para afrontar la vida sin problemas. Me dirán que soy clasista con estas afirmaciones, y realmente lo soy, pero sin ánimo de molestar.

El comandante de Iberia Rafael Castillo pilotaba el DC-7 de Barcelona a Palma. Hacia tantos vuelos diarios que, antes de dar la bienvenida a los pasajeros, descorría la cortina de la cabina y tomaba la decisión. «Si había jóvenes metiéndose mano volábamos de Barcelona a Palma. Si el avión estaba lleno de cajas de ensaimadas, de Palma a Barcelona». Pero ninguna ensaimada como las madrileñas de 'Mallorca'.

Que tengan ustedes un buen lunes del junio que agoniza.

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