Montoro
La infamia del exministro no da para esta ridícula campaña de propaganda que pretende auxiliar de nuevo a Sánchez
Hay algo de dulce venganza colectiva cuando un ministro de Hacienda se sube al cadalso, primero público, luego judicial y ya veremos si finalmente penitenciario: una especie de justicia poética que le devuelve el mal que él ha hecho, se llame Montero o Montoro.
Todos, sin excepción, van de Robin Hood por la vida, pero son el Sheriff de Notthingham: le quitan al pobre para dárselo al rico, que es su presidente, para que éste desarrolle sus políticas clientelares en nombre del Estado de Bienestar y, en realidad, fabrique o reforme un Bienestar del Estado a su medida.
Ahí tienen el ejemplo actual: en la época de mayor esfuerzo fiscal de la historia, un saqueo legalizado por los bandoleros que gobiernan, la devolución consiste en un AVE que parece el tren de la bruja, en llamar al centro de salud y que no te lo coja nadie o en gastar más dinero en alimentar a jóvenes inmigrantes metidos con calzador en un centro cuartelario, sin otro plan que dejarlos allí tirados hasta que se marchen donde puedan que, por ejemplo, en alimentar a niños en los colegios o a ancianos en las residencias.
Pero ahora le toca a Cristóbal Montoro, sobre el que se pueden decir muchas cosas genéricas y otras particulares. Sobre las primeras: hizo lo mismo que cualquier socialdemócrata y, ante los aprietos económicos heredados del malandrín Zapatero, optó por subir los impuestos y reducir los servicios, pero nunca el obsceno gasto público en las baratijas y subvenciones que alimentan la industria política española, el único sector que nunca sufre los males que provoca.
Y sobre lo segundo, tuvo la genial idea de crear un bufete especializado en explorar los caminos que llevaban a las puertas de los despachos que él mismo había ocupado y volvió a ocupar, dejando claro que su negocio estaba en conectar intereses privados con decisiones públicas favorables. A ver, por cierto, cuántas barbas similares están en remojo, aunque ni Blanco ni Zapatero tengan barba.
Esto podrá ser delito o no, pero ya es impresentable: ni la versión más generosa del lobby, que no está regulado en España y así nos va, puede incluir el descarado tráfico de influencias que supone crear consultoras para disfrazar que el beneficiario de las mismas pueda ser quien da el visto bueno a sus objetivos.
El caso de Montoro, que además se dedicó a señalar a todo quisque y utilizó la Agencia Tributaria como una herramienta política infame, no tiene un pase, sea cual sea el desenlace y sean cuales sean las dudas sobre la calidad del auto de una juez de Tarragona, el interés espurio en lanzarlo para ayudar a Sánchez o el misterioso retraso de siete años en la secretísima instrucción de los hechos: aunque todo eso fuera cierto, lo sustantivo no variaría con respecto a la catadura del personaje.
Pero, hombre, tampoco seamos muy lelos. Es demasiado descarada la campaña sincronizada por convertir el bochorno de este Gollum moderno en un problema de Feijóo y, a partir de ahí, buscar el empate entre el PP y el PSOE, con un despliegue artificial de la bilis ahorrada con Sánchez.
Los mismos que miran para otro lado con Cerdán, Ábalos, la esposa, el hermano, el rescate, la licencia, las mascarillas y el tsunami corrupto de Don Teflón, o incluso lo niegan para presentarle como una víctima y no como el cabecilla; dedican ahora largos programas especiales en televisión y páginas eternas en los periódicos a fabricar el escenario de que lo verdaderamente grave es Montoro y lo otro siguen siendo bulos y lawfare.
Un poquito de por favor. El personal no es tonto y tiene neuronas suficientes para escandalizarse con Montoro y por Sánchez, distinguir los casos y los tiempos y ponerle a cada uno el castigo que merece: el del PSOE es estar por debajo de los cien escaños, y bajando. Y no hay Cristo ni Cristóbal que le salve de su propia ruina.